Cuando inicié mi carrera política, en el año 2018, me topé con un escenario de mucha hostilidad y, sobretodo, de malas prácticas.
Si bien estaba advertido y, como la mayoría de colombianos, había escuchado, en varias ocasiones, que el ejercicio político en Colombia estaba cooptado por corruptos y ladrones, soñaba con acompañar a aquellos pocos que trabajan con el firme propósito de aportar a la construcción de un mejor país.
Hoy en día, ese sueño es mi labor y vocación de vida y, como dice la oración patria de nuestro Ejército Nacional, mi ambición más grande se ha convertido en llevar con honor el título de colombiano.
El fundador de Amazon, Jeff Bezos, menciona en su libro “Crea y Divaga” que al momento de reunirse con el fundador o director ejecutivo de alguna empresa que aspira comprar, busca valorar si a esa persona la mueve el hecho de ganar dinero o una auténtica pasión por servir a los clientes.
“Intento averiguar si trato con un misionero o un mercenario” dice el empresario. Después de estos años en el universo electoral, creo imperante la necesidad de asumir, como sociedad, esta distinción e identificar, más allá de ideologías y partidos, aquellos misioneros y mercenarios de la política.
La democracia colombiana nos presenta políticos con intenciones puras y honestas, inquietos por cambiar vidas, reconstruir ciudades y satisfacer necesidades, misioneros con la ambición de construir una Colombia grande, respetada y libre.
De igual manera, y en su mayoría, encontramos sujetos hambrientos de dinero y de poder, sujetos expertos en manosear el sentir de la ciudadanía para catapultar sus intereses personales en sacrificio de los colectivos, mercenarios que prefieren llenar sus bolsillos que las expectativas de la gente. Repito, características así no distinguen de color político alguno, distinguen de principios y valores.
Desde la misma formación de la nación, la efervescencia de las ideas en Colombia ha motivado la toma acérrima de bandos. Tal ha sido el apasionamiento, que nos hemos limitado a votar más por partidos y políticos, que por seres humanos.
Y está bien identificarse plenamente con los pilares y banderas de una colectividad, pero la responsabilidad de ciudadano no admite ceguera moral alguna. Cada quien vota como le parezca, al fin y al cabo es la libertad la base del ejercicio democrático. No obstante, a mi juicio, un buen voto debe respetar el matrimonio entre ideas y valores.
Colombia hoy se prepara para una nueva contienda electoral y nos ofrece un claro ejemplo del asunto en mención.
Seis personas, entre misioneros y mercenarios, buscan guiar los caminos del país en los próximos cuatro años. Lo que no deja de sorprender, y genera mucha preocupación, es que sea Gustavo Petro quien lidere la intención de voto.
No solo por el hecho de profesar una ideología fracasada que ya ha dejado estragos en varios países de la región, sino porque Petro ha demostrado estar dispuesto a cualquier cosa por llegar a la Presidencia. A esas personas que, conociendo los alcances del candidato del Pacto Histórico, aún contemplan apoyar su candidatura, les pregunto:
¿Cómo creer su narrativa de lucha contra la corrupción, cuando su equipo más cercano está compuesto, en gran medida, por personas señaladas, desde hace años, de hacer parte de tan deleznable práctica?
¿Cómo confiar en su discurso de paz y seguridad, cuando las FARC y el ELN, los más grandes grupos generadores de violencia, públicamente han manifestado apoyo a su candidatura?
¿Cómo no temer seguir los pasos de Venezuela cuando, sin pudor alguno, ha sido el más férreo admirador de los Castro, Hugo Chávez y Nicolás Maduro?
¿Cómo esperar genuina verdad, justicia y reparación para las víctimas, cuando su campaña recorre las celdas de la Picota ofreciendo dádivas por votos a los peores criminales del país?
¿Cómo aspirar a un gobierno transparente cuando financia sus campañas con dineros que llegan en bolsas de basura? ¿Cómo creer que será un buen presidente para Colombia, si fue un nefasto alcalde para Bogotá?
No espero respuestas a estas preguntas, y tampoco creo que las haya, pero sí espero que sirvan para reflexionar sobre el discurso populista y mentiroso de un mercenario político.
En nuestras manos está atender el llamado de las urnas y castigar en democracia aquellas prácticas que tanto criticamos en la cotidianidad.
Cumplámosle a las nuevas y futuras generaciones y votemos bien. Estamos a tiempo de salvar a Colombia. Como decía el libertador Simón Bolívar, “echemos el miedo a la espalda y salvemos a la patria”.