Cuando el fraile dominico Henri Didon ideó el eslogan "citius, altius, fortius", nunca pensó que fuera a convertirse en la implícita consigna de la educación en las instituciones educativas colombianas.
Fortalecer los hábitos de lectura con la finalidad de mejorar promedios en las pruebas estandarizadas Saber es tan acrítico, mecánico e incluso antipedagógico como las horas de 60 minutos, el aumento de la cantidad de horas en un salón de clase o el sometimiento de los estudiantes al hacinamiento, ignorando voluntariamente la carencia de recursos suficientes para que tengan mejores expectativas de presente y futuro.
Con lo que acabo de escribir algunos ya están pensando en lo contestatario del asunto. Y es una opinión respetable. Lo que pasa es que si comienzo afirmando que por encima de todo la lectura se aprende para liberar no me bajarán de utopista o idealista, mamerto e izquierdozo y hasta guerrillo y castrochavista. Apelar al argumento ad hominem: la primera estrategia para “desarmar” debates: hacer personal algo de dominio público y que refleja, en cierto modo, la madurez política, o no.
De todos modos me excuso de antemano si con tal expresión hiero susceptibilidades. Sin embargo, me reafirmo: fortalecer los hábitos de lectura con la finalidad de mejorar promedios en las pruebas estandarizadas Saber es acrítico, mecánico e incluso antipedagógico.
Y tengo tres razones para asegurarlo.
La primera
Ahora que Colombia hace parte de la Ocde necesita urgentemente interiorizar en cada profesor del sistema educativo colombiano el discurso de que lo fundamental en la educación pública (y privadas) son las pruebas estandarizadas. Si antes era una exigencia, ahora es una condición irrenunciable. Por tal motivo se institucionalizan los días E, los acuerdos por la excelencia y los controles permanentes y burocráticos a los procesos educativos. Por supuesto implementar el programa de estímulos para los directivos y profesores que consigan subir promedios, y por supuesto implementar la jornada única. La Ocde no solo exige que los que vamos en burro nos subamos al bus de las buenas prácticas educativas del club de los países ricos, sino que pasemos al jet de los sistemas educativos franceses, alemanes o americanos, por ejemplo.
La lectura es el eslabón que une la cadena. Alejándome de las estadísticas sobre cuántos libros leen los colombianos, y acercándome a que tanto leen los estudiantes de una institución, podemos concluir que la preocupación está en cómo medir. ¿Cantidad o calidad? Mejor dicho, ¿Cuántos libros leyó o cuántos libros escribió?, ¿en qué va a materializar sus lecturas? He aquí donde las pruebas estandarizadas cobran protagonismo: no solo evalúan los procesos de lectura y aprendizaje, sino que gracias a los dioses encasillan y estratifican al estudiante en un proyecto de vida para este prometedor panorama: partir del hecho indiscutible de que todos pueden ir a la universidad, solo que unos a estudiar (generalmente a la universidad privada, o sea el subdesarrollo) y los otros a vender minutos, tintos y un sinnúmero de “rebusques” para sobrevivir.
En resumen: aprendió a leer si le fue bien en las pruebas. Ese es el resultado a evaluar, es el resultado en el que se materializa aprender a leer. ¿Para qué más puede servir la lectura, según el Ministerio de Educación hoy y siempre?
La segunda
Digo que es acrítico, y lo digo contra la corriente: porque los sistemas educativos en los últimos 50 años han sido sometidos a revisión. Por un lado con el fin de revivir los impulsos consumistas de la "educación de calidad" para el desarrollo de los países, por tanto para equiparar y reordenar las economías de los países en función de proveedores, productores y consumidores; y por otro lado con el fin de eliminar todo rastro de revoluciones como las de mayo del 68 francés: nunca más poner en cuestión el proyecto de vida fundamentado en la pensión, la sexualidad, la familia y la educación.
Ante tal panorama, es acrítico plantear el fomento de la lectura para liberar: lamento informar que lo ha sido siempre, no solo porque la palabra libertad resulta obsoleta a la luz de las campañas de Coca Cola sino porque ¿quién dice que no hay libertad cuando puedes elegir entre una inmensa variedad de marcas de vehículos o de franquicias de hamburguesas o entre qué maestría hacer para “profundizar”? En Colombia, donde la educación no es un derecho sino un servicio, aprender a leer para la vida es romántico, una libertad de cátedra subvalorada y estigmatizada; lo cual lleva a convertir la lectura, dentro de la dinámica del, por ejemplo, Índice de Calidad para la Calidad de la Educación, en un acto mecánico puesto a prueba en las pruebas Saber.
La verdad es otra. A pesar de los enormes esfuerzos puestos en marcha en los últimos 50 años, los sistemas educativos no resisten un hecho preocupante y esperanzador: el hastío de los estudiantes en los salones y un creciente escepticismo frente a educarse para ser alguien en la vida: aprender a leer para tener buenos resultados en una prueba, y aun así seguir luchando contra un sistema que los succiona cada vez más hacia la espiral de la pobreza.
La cierto es que lo acrítico está en sostener un sistema educativo que responda a la necesidad de producir consumidores que sostengan un sistema, que inyecta mano de obra cada día más esclava y oprimida para los dueños de los medios de producción. Acrítico es aprender a leer para rellenar un óvalo y luego enfrentar la dura realidad. Acrítico es no oponerse a convertir a los estudiantes en lectores pasivos y meras estadísticas.
La tercera
Solamente pregunto: ¿cuántos de los educadores colombianos aprendieron a leer con el fin de obtener mejores resultados en las pruebas Icfes?
Levante la mano aquel que no esté de acuerdo en que hay que generar hábitos de lectura en los estudiantes. Indiscutible. Innegociable. Necesario e inevitable.
Ahora levante la mano el que crea que se aprende a leer para tener mejores resultados en las pruebas Saber.
Si se enfoca el hábito de lectura en las instituciones educativas con el fin de formar humanos que obtengan mejores resultados en las pruebas estandarizadas, se desenfoca el horizonte pedagógico de la institución: educar para la vida (y aquí resurge la imagen mamerto-lesbocastrochavista).
Henri Didon ideó el eslogan "citius, altius, fortius" y desde 1896 no ha dejado de retumbar en los corazones olímpicos. Más rápido, más alto, más fuerte, ¿a qué precio? El precio institucional del más rápido obtener resultados, del más alto llegar a pesar de las manifiestas contradicciones entre la teoría y la práctica pedagógica, y del más fuerte contra las mismas condiciones reales que determinan lo espiritual (sustentadas en el mejor ignorarlas voluntariamente). Lo cual solo puede tener como resultado el continuismo de un dicho doloroso que toma fuerza en los colegios: después del colegio y las pruebas Saber el problema es de otros.
En mi corazón el "citius, altius, fortius" solo despierta desconfianza. Y más en una institución educativa en Colombia, en la cual el espíritu olímpico es tan ignorado como promovido agazapadamente.