El país está lleno de buenos guerreros que han sostenido desde de las Fuerzas Armadas los pilares de la democracia colombiana bajo la práctica de sus principios y valores.
Dentro de un país en conflicto, ganaron el título de guerreros, otros ciudadanos que se sacrifican tanto como los valientes hombres y mujeres que empuñan las armas de las Fuerzas Militares y de Policía, alistados para la guerra y empeñados en preparar los territorios para la paz.
Son guerreros valientes los maestros y campesinos que enseñan y cultivan en medio de las dificultades; guerreros los vendedores de la calle que se abren paso entre el tumulto para lograr unos pesos que alimenten a sus familias; guerreros los empresarios, los profesionales y aquellos buenos políticos que a punta de trabajo limpio se abren camino para generar progreso; guerreras las mujeres que cuidan los hogares y que a punta de sacrificio se constituyen en columna vertebral de millones de hogares, guerrero es cualquier colombiano de bien que se dedica a trabajar para formar familia y construir país.
La característica de un buen guerrero con armas, es que lo abriga la ética, promueve el respeto y reconoce sus errores en la guerra; los corrige frente a sus ciudadanos y mide el uso de sus fuerzas; es responsable de sus actos y no permite los desafueros.
Hay guerreros en cualquier humilde oficio, que por la degradación del conflicto se transformaron en bravucones, en los bufones de la guerra que antepusieron sus ambiciones por alcanzar reconocimiento y gloria; los abrigó el apotegma de Maquiavelo: el fin justifica los medios.
Entre la política y la guerra siempre habrá una relación, dado que una atrae a la otra, en el sentido de que siempre habrá personas ambiciosas que promueven poder mezquino y para conseguirlo, inician batallas o persisten en avivar las que se formaron.
En Colombia si es posible que el poder político haga cesar la guerra, y el gobierno intenta mecanismos para que prevalezca una paz estable que restituya derechos dentro de la sociedad civil; de ahí la necesidad de darle la oportunidad a la paz, terminando la guerra para cambiar el escenario.
Seguramente que con los acuerdos en La Habana no terminan todos nuestros problemas, la ciudadanía urbana enfrenta la delincuencia organizada y la corrupción en su máxima expresión; los acuerdos de paz con las Farc, no van a suspender los efectos de la guerra o neutralizar de un tajo los enormes desequilibrios que se multiplicaron en estos años de conflicto, pero permitirá intentar transformar regiones asediadas históricamente por las guerrillas.
Para lograrlo se necesita de nuevos guerreros que se alisten en la institucionalidad que validará los acuerdos de La Habana y que no aticen más el conflicto los bravucones, que sin leer ya están respondiendo y sin escuchar ya están rivalizando.
El acuerdo sobre el punto cuarto de la agenda contenida en el acuerdo general para la terminación del conflicto, que fue el tercero en discusión “solución al problema de las drogas ilícitas”, es un hito en la historia de este país; el triunfo de las ideas frente a la prolongación de la guerra; se acordó el compromiso de las Farc para que una vez se alcance el acuerdo final, rompan cualquier relación con el fenómeno y contribuyan al desminado de las zonas que estuvieron en conflicto.
Es la oportunidad para fortalecer la lucha contra otros eslabones de la cadena, por ejemplo los insumos y precursores químicos; el acuerdo privilegia la erradicación voluntaria y manual, el gobierno se reserva la potestad de actuar cuando exista resistencia y persista la intención de cultivar hoja de coca, se compromete a desarrollar un programa nacional integral de sustitución de cultivos de uso ilícito, empleando como estrategia el desarrollo alternativo que hoy día promueve las Naciones Unidas, organismo que jugará un papel trascendente en la construcción de consensos desde la perspectiva y experiencia internacional.
Los acuerdos establecen sistemas de atención a consumidores para su rehabilitación, por eso invita al compromiso de toda la sociedad colombiana. Eliminar completamente los cultivos ilícitos es quitarle combustible al narcotráfico, la oportunidad para que las asambleas comunitarias construyan sus planes con nuevos mecanismos de participación y el momento para que los alcaldes y gobernadores integren y reconstruyan sus territorios.
Los bravucones seguirán especulando mientras la paz siga cabalgando; mientras tanto, si llegara a ganar la continuación de la guerra, quienes la promueven atacando cualquier cosa que se acuerde con las Farc, que vayan haciendo fila en los distritos militares, navales, aéreos o de policía, para que recluten en los cuarteles de los buenos guerreros, a sus hijos y parientes.