La galería Sextante inauguró el pasado 29 de octubre en Bogotá varias exposiciones en su recinto laberintico. En una de las salas se encuentra Carmen Molina quien presenta imágenes abstractas realizadas con capas fotográficas sobrepuestas. Nada extraordinario. Busca con sus imágenes crear sensaciones de lugares indefinidos, busca una síntesis de una sensación que no tiene la fuerza necesaria para conquistar el mundo de la imaginación. Crea la imagen de un lugar o de una sensación pero no logra contundencia porque se quedó a mitad de camino entre la fotografía y el sentido pictórico. Fondos secos, texturas sutiles, sobreimposición de imágenes y color. Decorativas imágenes inofensivas.
En el resto de la galería, sí presentan sus poderosos artistas de siempre. Hugo Zapata con sus esculturas une el saber mitológico de la piedra con el saber artístico. Y donde del resultado de unas obras es ya, inconfundible porque llevan el sello de un lenguaje contundente. Zapata mantiene una línea donde el paso precolombino tiene su huella que llega hasta la búsqueda de americana de los dioses de firmamento pero, al mismo tiempo el resultado de sus formas mantiene una dinámica moderna y actual. En esta exposición presenta cascadas sólidas, nacimientos macizos, cantos de la tierra o flores del mal. Un gran conjunto donde en algunas vuelve a utilizar el vidrio como un elemento que ordena la obra en segmentos mientras evoca la singularidad de la trasparencia del agua dentro del mundo negro de sus trabajos.
Así, tanto la obra de arte y el acto de su creación, como los conocimientos y ciencias que parten desde ellos para entenderlos, valerse de ellos o mirar hacia ellos para enriquecer y profundizar otros estratos de niveles del conocimiento mientras otros son resortes móviles de la vida social.
Luis Fernando Peláez es otro de sus gigantes que ya pasaron a la historia del arte. Traspasaron la barrera de ser para convertirse siempre en creadores. Para este artista antioqueño, el devenir del hombre se hace y se describe desde la nostalgia. Sus esculturas-objetos están resguardados por una resina que maneja varios estadios: el paso del tiempo o el tiempo detenido en unos paisajes herméticos donde, a pesar de todo, el viento conmueve a un árbol destinado a mostramos el desgarro. Por lo general son paisajes tan solitarios que la palabra desarraigo es una coincidencia más. Señales sin rumbo, casas sin habitantes, postes sin luz son elementos de una compleja —pero simple— composición. La resina, que la utiliza el artista como genio, puede utilizarla como fuente de luz, de sombras, de quietud o movimiento. Es de este tipo de expresión donde encontramos que hemos heredado la angustia de buscarle sentido a la existencia.