Si de algo se carece en este país es de compasión, de ser considerados, de -como mínimo- preguntarle al “acusado” por qué sucedió lo que lo tiene en un cruel y despiadado escarnio público.
La compasión, dice el diccionario, es el sentimiento de tristeza que produce el ver padecer a alguien y que impulsa a aliviar su dolor o sufrimiento, a remediarlo o a evitarlo. Pero aquí es al contrario: al caído, caerle.
Nuestro colega Ricardo Galán, en los Apuntes sueltos de su estupenda Libreta de apuntes, habla de tres casos recientes muy distintos, distantes en geografía y en todo lo que se quiera, pero que unen a sus protagonistas en el origen de sus desgracias: la desinformación, ¿que alimenta qué?: la polarización, la injusticia y la falta de compasión en un país donde tirarse al otro pareciera ser lo más importante. Señalar, juzgar, criticar, destruir, son parte del placer y del diario vivir de los colombianos.
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Tres casos recientes muy distintos unen a sus protagonistas en el origen de sus desgracias: la desinformación, ¿que alimenta qué?: la polarización, la injusticia y la falta de compasión
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Ricardo compara el caso de una mamá en Pradera, Valle, una campeona olímpica y una presentadora de televisión quienes parecieran no tener nada en común, pero lo tienen: son víctimas de la mala información. Recuerda como en Pradera, una noche cualquiera, un hombre sacó desnudo a un niño a la calle como castigo a su mal comportamiento. El escándalo fue inmediato, el niño fue recogido por Bienestar Familiar y se inició un proceso para quitarles a la madre y al padrastro del menor la patria potestad por maltrato infantil. Claro que el asunto es grave, pero en una entrevista en Blu Radio, único medio que la consultó en su momento, se le preguntó a la señora cómo le parecía lo que su esposo, el padrastro del niño, le había hecho a su hijo. La señora, muy enferma, contó que si bien lo que hizo su marido no estaba bien, eso tenía una explicación. Contó como el niño de 9 años y ojo a la edad, 9 años, se estaba convirtiendo en un problema inmanejable para ella y su familia. Dijo que con la pandemia el niño no quiso volver al colegio y se la pasaba en la calle hasta casi la media noche, que no hacía caso y que alguna vez le llamó la atención y el menor ¡la emprendió a cuchillo contra ella! ¡Un niño 9 años! Cómo sería la situación, que este señor se desesperó e hizo lo que hizo… que no está bien, por supuesto que no, pero que hay una causa, claro que sí; que no era la forma, de acuerdo; que no había autoridad, sin duda. Cómo sería la situación de tenaz, y después de haber tenido un mal día, que en su ignorancia no vio otro recurso. Todo tiene un por qué, aunque el procedimiento no sea el correcto. Eso también hay que mirarlo, porque a todas luces “mi pobre angelito” es un pintado en la pared al lado del menor en cuestión. Esto, cuenta Galán, llevó a la reflexión a los periodistas que cambiaron su visión de lo ocurrido y a enfocarse en los problemas que tienen algunos padres en Colombia por la falta de orientación y educación adecuadas.
Luego viene la historia de Mariana Pajón y su esposo, el francés y ahora colombiano Vincent Pelluard, que todos escuchamos por estos días y que arranca con los provincianos, tercermundistas y miopes titulares de cómo por la influencia de Mariana su esposo fue a los olímpicos a representarnos. Estuvieron, Mariana y Vincent, a punto de tirar la toalla, pero ella demostró de qué está hecha y de él se supo que llegó por calificación, no por influencia alguna. Así las cosas, ¿entonces qué hacemos con la atleta gringa Melissa González quien casi ni habla español, con la esgrimista holandesa Saskia Loretta van Erven García, con el gimnasta español Ángel Hernández o con el tenista canadiense Robert Farah, quien -además y como Vincent Pelluard-, no tiene sangre colombiana por ningún lado, a diferencia de todo los mencionados y que nos han representado? Mucho se le ha olvidado al periodismo lo que enseñan arrancando la carrera: que hay que consultar los dos puntos de vista. Bueno, el asunto también es de principios, de rigor y de compasión.
Y cierro con el caso de la presentadora Alejandra Azcárate quien por cuenta del escándalo de su esposo acusado de narcotráfico, también quedó señalada de narcotraficante por la forma como fue presentada la noticia. La tienen todavía recogiendo sus restos, después de todas las publicaciones que se han hecho. “Alejandra, con razón, acusa a los medios y al periodismo de contribuir a la polarización que ya es insoportable, y anuncia demandas contra quienes le afectaron su marca registrada”, cierra Ricardo Galán.
Qué tristeza quedarse en los titulares y los chismes de las redes sociales. Mario Alonso Puig, médico, coach y conferencista, dice que “no hay un solo ser tonto en el planeta, sino estados mentales en los cuales es imposible ser inteligente”, y mirando solo los casos de esta columna… el estado mental de este país está en ruinas. Todo el mundo acusa, exige y señala desde sus frentes. La empatía aquí es sentir el sentir del otro tras una seria indagación. Qué cuesta antes de hacer un titular y ensañarse con la gente, antes de incendiar a un país enfermo y ávido de violencia, investigar con equilibrio, con objetividad todas las partes; ser equitativo, tener un gesto de compasión.
¡Ah, qué pereza todo esto!