De Las Vegas a Tumaco
Opinión

De Las Vegas a Tumaco

De Las Vegas no se sabe cuál fue el móvil de la masacre, de Tumaco sí, aunque muy a la colombiana lo que se debata sea la cifra de muertos y quién disparó

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octubre 09, 2017
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A diferencia de las masacres tipo Columbine o la de Las Vegas de hace una semana, de las que no hay respuesta sobre los móviles de los asesinos, la de Tumaco, de humildes campesinos cultivadores de coca, está mas que cantada dentro de la lógica de un formidable negocio a escala global. Un gramo de cocaína en Madrid a USD 50 y en Beijín a USD 500 hace muy difīcil la tímida sustitución de cultivos e inoperante la erradicación forzosa de cultivos. Y las víctimas, en cualquier escenario, son los campesinos.

Un tipo, Stephen Paddock, al que le dan una suite en un piso alto de un hotel de Las Vegas por sus hábitos de altos gastos en casinos, dispara a la multitud reunida para escuchar un concierto, mata 59 y hiere a centenares, se suicida y todos se preguntan ¿por qué mató? La receta para reducir las masacres, cada vez más frecuentes, sería sencilla: prohibir la compra de armas; sin embargo, la constitución de los Estados Unidos la promueve y la Asociación Nacional del Rifle se las ha arreglado para financiar las campañas de buena parte de los congresistas republicanos, incluido el meritorio MacCain. De modo que la Casa Blanca advierte que no es el momento de hablar de restricciones mayores al acceso, de parte de cualquiera, a las armas y municiones.  Claro, detrás, además del abuso de asociar la posesión de armas con el ejercicio de la libertad, hay un negociazo: se producen anualmente mas de diez millones de armas personales y se estima que hay mas de 310 millones en manos privadas. Aunque no se conozcan los móviles, ya se sabe que vendrán mas masacres.

Acá, con la muerte, a bala, de los campesinos en Tumaco, la respuesta al por qué es, tristemente, fácil. Muy a la colombiana, lo que se debate en el caso de la masacre de Tumaco, es si fueron seis los muertos (según el gobierno) o quince, según organizaciones campesinas. Y, por supuesto, quién disparó. Que las balas vinieron del grupo ilegal que “tutela” la producción y el tráfico de cocaína, que algunos campesinos mismos promovieron la balacera, que fue la fuerza pública. Lamentablemente, los campesinos están muertos y, como suele ocurrir, son el eslabón más débil, los que obtienen las migajas del negocio.

No hay nada original en el análisis, que podría corresponder a la década de los noventa: a una demanda sólida de drogas se responde con la correspondiente oferta. En el 2016, según Unodc, 250 millones de adultos, equivalente al 5 % del total mundial, consumieron drogas: marihuana, opioides y opiáceos, éxtasis, anfetaminas y estimulantes, y cocaína. Aunque pareciera que el número de consumidores del polvito blanco se ha reducido (“solo” 17 millones de consumidores), la cifra es mayor en tanto que el consumo de cocaína se mezcla con el de opioides y otros estupefacientes.

En cualquier caso, amén del daño a la salud de los consumidores, para satisfacer la demanda mundial de cocaína están dispuestos los competitivos recursos naturales y humanos colombianos. Selvas, ríos, campesinos y raspachines humildes, grupos armados ilegales, exportadores y vendedores al por mayor y al detal, incluidos carteles mexicanos, rusos, norafricanos, europeos o gringos, constituyen, en conjunto, el ciclo de la producción y la distribución del polvillo maldito. Aunque los actores colombianos han perdido terreno en la distribución a escala planetaria, somos campeones mundiales en la producción de cocaína a partir del cultivo de 146 000 hectáreas, área superior a la del 2001, iniciándose el Plan Colombia. Qué fracaso.

 

Tumaco, el municipio de mayor área cultivada, es el líder con 23 000 has,
equivalente al área total cultivada de coca de Bolivia,
un jugador de talla mundial

 

Y en Colombia, Nariño ostenta hoy el primer puesto con más de 42 000 has. Y en Nariño, Tumaco, el municipio de mayor área cultivada, es el líder con 23 000 has, equivalente al área total cultivada de coca de Bolivia, un jugador de talla mundial.  Campesinos de comunidades afro y colonos venidos del Putumayo, Caquetá y de otras regiones, forman la mano de obra del cultivo y la producción de pasta a partir de unidades productivas mas grandes a medida que son mas periféricas, selva adentro, bajo esquemas de enclave.

Ex Farc, o bacrimes, qué mas da.  Como en los negocios de enclave, que podrían ser los de algodón en el sur de Estados Unidos a comienzos del siglo XIX o de caña de azúcar en el Caribe de los 1700, los armados ilegales garantizan el disciplinamiento de los cultivadores y raspachines que son los que perciben la menor retribución del negocio. En tal contexto, los esfuerzos de sustitución de cultivo sin dientes, es decir, sin considerables inversiones en infraestructura, insumos, formación, comercialización, bienestar familiar, protección, no le hacen cosquillas al negocio maldito. A su vez, la erradicación forzada producirá tragedias como la de Tumaco, independiente de quién oprimió el gatillo.

Si 1 kg de pasta básica de cocaína cuesta USD 1890, que procesado se convierte en clorhidrato de cocaína USD  4700 y que,  en Las Vegas o en las calles de ciudades españolas u holandesas se distribuye al detal por USD 50 000, más de USD 200 000 en Australia y USD 500 000 en Beijín, se puede comprender que, lamentablemente, vendrán más muertes de humildes campesinos colombianos.

 

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