Nadie se preparó para recibir un nuevo espectáculo; luego de los programas televisivos, la explicación de la economía naranja y la propuesta a una posible prolongación del mandato de Duque por 2 años, nada peor puede pasar. Si pudiese describir, con ingenio de periodista, los movimientos de nuestro actual presidente, con certeza habría que dedicarle una sola columna a él o en el peor de los casos, crearle un programa para recordar el sinfín de situaciones que nos tienen hoy como país, en un show mediático.
Una vez se conocieron las aproximaciones de las dosis de vacunas que el gobierno nacional iba a adquirir, se escucharon voces de esperanza, y era el momento necesario, pues Colombia se ubicaba detrás de países latinoamericanos que ya habían puesto en marcha su plan de vacunación: Ecuador, Bolivia, Perú, Brasil, Chile y Argentina. Ser de últimos en la lista no representaría problema alguno, siempre que las situaciones que nos pusieran de postrero fueran los asesinatos de líderes sociales, la desigualdad o los falsos positivos. Ahora bien, pareciera este un relato fantasioso, pues el primer lote solo llegó con 50.000 mil vacunas, que aplicando las dosis necesarias tan solo alcanzarían para el gabinete de Duque.
El show del primer mandatario fue objeto de celebración en distintos medios, ¿pero qué debemos celebrar?, ¿acaso es necesaria tanta parafernalia? La cantidad recibida no alcanza siquiera para vacunar al 5% de la población bogotana o todo el personal médico de un municipio de primera categoría, y aun así nos galardonamos por empezar el galáctico plan de vacunación; y es cierto, reconozco que mostrar inconformidad puede que a este subgobierno no le genere nada, pero el cinismo y falta de vergüenza algo debería hacernos sentir —aunque sea muy adentro—. Pero como somos la sociedad del espectáculo, inventamos paraísos, islas afortunadas y países de cucaña conformándonos con el remanente que pueda llegar nuestros Andes.
Como si fuera poco, y muy de la cultura política de este país, los mandatarios a nivel local empezaron a ser los principales protagonistas, queriendo tener cada uno espacio para retratar la llegada de la gloriosa salvación; mostrar cómo resulta más importante los protocolos, la escenografía, los movimientos y la buena mirada en cámara antes que la priorización de la aplicación de la tardía vacuna. Para el ejemplo sobran nombres, en Sincelejo, el recibimiento de 600 dosis se dio con el respaldo de un convoy militar, y es claro, este tan esperado evento requería de tal presencia, cual caravana en circo. En el mismo municipio, el Gobernador del departamento de Sucre, Héctor Olimpo, mientras se dirigía, con caja en mano al hospital de recibimiento, no pudo obviar el llamado que le hacían, pues faltaba un actor para la foto, el alcalde, Andrés Gómez, ¿en serio solo querían darle altura al ‘simbolismo’?
En Santander, las cajas de las vacunas se marcaron con publicidad política de la administración del gobernador Aguilar; pero hay que decir que bien advirtió el presidente cuando señaló que proteger la salud no era algo ideológico, cuando sus seguidores le atañen el triunfo al Centro Democrático, ¡qué irónico!. En Medellín, el alcalde Daniel Quintero fue un alma caritativa y noble, le extendió la mano a la vacuna —o a la enfermera, o al COVID-19 o a quién sabe qué— una escena esperanzadora y carismática de su parte.
Lo que me gustaría dejar aquí en esta inconforme columna es que cada uno logre preguntarse: ¿cuáles son los intereses de fondo?, ¿qué hay detrás de cada acto político?, ¿qué pretenden alcanzar ahora?, ¿se están politizando las vacunas? No hay respuesta errada y tan solo una verdadera. Muy a mi juicio y a partir de las evidencias expresadas, no hay razón infundada que nos permitan concluir que todo acto político termina por estar encaminado a los intereses, las prebendas y las nefastas consecuencias que hoy día nos hace desconfiar en una mejoría porvenir.
Después de analizar cada movimiento y revisar mi turno de vacunación, para el 2030 tendré mejores esperanzas. Luego nos preguntan por qué somos el país más feliz del mundo, ¡cómo no, con tanto espectáculo!