Con el estruendo de un rayo, remito mi mente al sonido de los fusiles, estruendos con un olor despreciable a pólvora, que invaden mis oídos con un ruido agobiante; esos, que mi madre con una mirada perdida mencionaba tras hablar del conflicto en Colombia. Esto se llevó los mejores días, la vida de muchos y la tierra de otros.
De allí, sentado frente a la lluvia, pienso cómo 52 años de conflicto quedaron atrás; una nueva etapa de reconstrucción, con miedo, esperanza y dolor aparece. Reconociendo a más de 8 millones de víctimas, poniendo en juego el perdón para la transición de excombatientes a la vida civil.
Mentiras y engaños, en busca de una ruptura
Con esto, en busca del perdón, Colombia empezaba a creer. Un acuerdo que dio inicio en 2012, tuvo que llegar a las mesas de votación y así dejarlo en manos de los colombianos por medio del plebiscito; pero para la sorpresa, la ironía del No atacó, diferentes puntos se pusieron, promotores del no con muchas mentiras dadas, hasta hablar de la entrega de un país a las Farc o del fantasma de un castrochavismo inexiste, fue el que prevaleció en el miedo de la sociedad, una sociedad dividida, donde para sorpresa lugares afectados dijeron sí al perdón y grandes urbanizaciones donde nunca llegó el conflicto dijeron no.
Con esto, la desesperación volvió, lo recuerdo. Recuerdo aquella mujer de 58 años, sentada frente un televisor empolvado derramando lágrimas de dolor tras esta decisión de los colombianos, esa mujer que un día me contaba historias de campo donde al parecer era feliz. Sí, esa mujer era mi madre. Esta decisión llevó a las personas a movilizarse, esto se evidenció en diferentes partes del país, pero la más notada fue en esa selva de cemento llamada Bogotá, donde en la plaza de Bolívar o "la gran plaza de la democracia" como la llaman muchos, colapsó de ciudadanos vestidos de blanco apoyando más que a un presidente, el fin del conflicto.
Silenciar los fusiles, sostener la palabra
Tras la victoria del no, el gobierno del presidente Santos no cedió, ellos anhelaban la paz, por esto se vieron obligados a renegociar, volver a estructurar lo pactado. Con esto, los acuerdos se reorganizaron, llevando al gobierno y las Farc a la firma de este, dando a la sociedad colombiana un sentido nuevo, donde para muchos la vida hasta ahora empezaba.
De allí, esto se hizo viral, todos los medios estaban sobre ellos y yo, sentado frente a una pantalla solo pensaba en lágrimas, esas que un día se derramaron y este paso les daba una nueva historia, una historia sin un día una pipeta por accidente en una iglesia acabara con la vida de muchos inocentes refugiados en oraciones, o madres sin miedo a creer que sus hijos caerían para ser combatientes o quizá ser de los mal llamados falsos positivos.
De la guerra a la política
Con todo esto, las Farc (fuerzas armadas revolucionarias de Colombia) dieron un paso de transición, de la guerra a la vida civil, llevándolos a formar parte de la política; sosteniendo aun sus siglas Farc, siendo estas conocidas después de ello como Fuerzas Alternativas Revolucionarias del Común, que por cierto fueron debatidas y demandadas por sus siglas y logo. Adicionalmente, más que sostener solo el nombre también implementa sus ideales.
Este nuevo partido político no solo representa parte de la historia colombiana, también marcó a la sociedad, no solo dando debates de este, sino buscando la confianza de muchos ciudadanos, reconociendo su pasado y dándole al pueblo colombiano lo que un día se les arrebató; más que lo material, las esperanzas de crecer como país, como persona y quizá con mayor importancia siendo una de las tantas torres que sostiene esta mezcla de selvas.
Hoy, frente a una taza de café recuerdo aquellas luchas campesinas, en las que muchos inocentes fueron víctimas, y donde el conflicto les arrebató todo. Del mismo modo, recuerdo esta historia que se construye desde la firma de este acuerdo, llevando las balas de los fusiles a esos discursos políticos a los que hoy se enfrentan.