De la tragedia a la hecatombe, en un país que parece haber perdido el sentido

De la tragedia a la hecatombe, en un país que parece haber perdido el sentido

"El reto de las mayorías es entender la crudeza del desafío que tienen que enfrentar y asumir la opción de poder real que poseen, afirmando una oposición social y política"

Por: Manuel Humberto Restrepo Dominguez
junio 25, 2018
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De la tragedia a la hecatombe, en un país que parece haber perdido el sentido
Foto: Pixabay

Los prejuicios y reiteraciones para calificar a unos como malos y a otros como buenos acostumbraron a un país que de tanto vivir engañado perdió el sentido. La gente sabe que vive una tragedia, pero la mitad prefiere ocultarlo o negarlo. La nación está desecha y el estado es controlado por una élite insistentemente condenada por violar derechos, que enseña a mirar con desprecio a los vecinos, a acusar, juzgar, condenar, envidiar, odiar, y a perseguir la actitud crítica y transformadora. Los medios de comunicación usualmente coinciden, con los jefes políticos, en manipular noticias unos y testigos judiciales otros y con falsedades provocan emociones que producen reacciones catastróficas.

El país vive en la tragedia y tiende a pasar a la hecatombe, por su pérdida del sentido. Fue invadido por Europa y libertado por Bolívar, su cabeza está en el mar caribe y sus pies en la amazonia. Con inmensas riquezas naturales andinas, petróleo, coltán, agua, montañas, islas tropicales. Su gente aprendió a sobrevivir, a huir, reponerse y conservar su alegría. Allí mueren niños por hambre y viejos por abandono, porque mafias y dirigentes locales falsifican contabilidades para robarse a los necesitados. Seis millones de jóvenes y viejos están en el rebusque, dos millones buscan un empleo que no conseguirán y un millón no puede acceder a una universidad. Más de cinco millones está por fuera del país huyendo, trabajando, exiliada o en el rebusque, que da igual. Centenares de presos de conciencia no son reconocidos, ni reciben debido proceso. Una de cada seis personas porta un carnet de víctima y espera respeto y justicia. Intelectuales y periodistas independientes por insistir en la verdad son obligados a escapar. En lo corrido del siglo XXI, 54 periodistas han sido asesinados y muchos intelectuales enredados judicialmente con falsedades y uno que otro encarcelado o asesinado.

Miles sufren y mueren por inasistencia y olvido. Hay quienes en este siglo no han logrado una sola cita médica. Los hospitales y puestos de salud carecen de instrumentos, salas, medicamentos y garantías para médicos y enfermos. Los pasillos de los centros de salud son depósitos de enfermos, de virus y de olor a enfermedad y los vigilantes son los que aprueban o no, el ingreso del enfermo sea para ser tratado o rogar por una cita para tres meses después, luego de rellenar papeles inservibles. Medio millón de mujeres se ven obligadas a interrumpir sus embarazos en condiciones de insalubridad que dejan decenas de lisiadas y, todos los días los jóvenes pobres aunque estén sanos corren el riesgo de ser maltratados o asesinados por colarse en un bus público o por sospecha.

8 de cada 10 que lograron un empleo estable y acceso a derechos incompletos, ganan menos de 15 dólares por día y cinco de cada cien jubilados (de élite), recibe más de 10.000 dólares mensuales, mientras los demás obtienen una mesada para pagar servicios y comer mal. Cerca de un millón de niños son explotados laboralmente y 48 son torturados y agredidos sexualmente cada día. En 2017 fueron asesinados 687 niños y 200 mujeres. Todos los días se roban 65 vehículos y 92 apartamentos y cada dos minutos un celular. Hay 3 asesinatos cada dos horas y uno de cada dos corruptos, de élite, no paga siquiera un día de cárcel. Hay una guerra letal con origen en la desigualdad que irrumpe con violencia y muerte cotidiana. Las cifras de horror son hábilmente maquilladas por el gobierno porque exponerlas espantaría a cualquier país de la OCDE, del primero o segundo mundo. El gobierno las esconde, refuta y contraataca para negarlas. Es fácil ser señor un día y al siguiente un villano reclamado en extradición y rechazado por los bancos. Las grabaciones de atracos a personas y comercios son el cine popular que repiten los noticieros para trivializar la tragedia y preparar para la hecatombe. La clase en el poder, cuenta sus fechorías en billones y negocia penas de cárcel con magistrados y jueces que luego podrán ser sus compañeros de celda. La política fue reducida a elecciones, politiquería y clientelismo, que alimentan el chisme y el chiste nacional, sobre todo cuando se escucha a los más corruptos anunciar que harán pagar caro su delito a los menos corruptos y entre tanto juntos roban, asaltan, amenazan, gobiernan y ajustan leyes a sus necesidades.

Este fragmento de realidad muestra que la dignidad humana está afectada a fondo en un país suramericano, con millones de personas empobrecidas y en el que todo ocurre en democracia, incluido haber cambiado la constitución mediante fraude. El agua potable, la energía, las comunicaciones, el poder, son propiedad de empresarios y políticos. Los alimentos, las semillas, las medicinas están controlados por grandes inversionistas. Es común encontrar enlatados extranjeros con maíz, mazorca, cebollas, arvejas o frijoles en los comercios y oír que por bultos se exporta maíz, arvejas, cebollas, frijoles y mazorcas, que alimentarán cerdos, que luego serán salchichas, o producir biocombustible. Al integrar estos fenómenos es innegable que se vive una tragedia humanitaria de responsabilidad directa e indelegable del estado y sus gobernantes por omitir o distorsionar las garantías de realización de derechos para todos y por entorpecer al estado de derecho. Ese país padece amnesia, no parece tener conciencia de su propia realidad y ocurre que los más débiles eligen con entusiasmo a los poderosos que gobernarán para someterlos, pero igual juntos celebran la victoria, quizá porque la barbarie y el miedo, dejaron secuelas  de honda afectación mental sin precedentes ni retorno.

Ese país, se llama Colombia y mucha de la tragedia señalada, empezó o empeoró con el presidente Álvaro Uribe Vélez, que configuró un modelo de poder totalitario en democracia, un “uribismo del siglo XXI”, con una política sin ética, sin reglas, con horror, engaño, persecuciones y un incontenible espectáculo mediático, que afianza la presunción de que su poder es intocable y la sumisión de los pobres a su voluntad una necesidad. El riesgo que viene con el gobierno recién elegido es entrar en la hecatombe, entendida como el suceso trágico en el que se produce una gran destrucción y muchas desgracias humanas y materiales, que tiende a poner en retroceso de la paz y los demás derechos, reinventar un enemigo común y volver a la guerra que afiance un patriotismo de fanáticos y una adhesión ciega al régimen. Podrán venir nuevos consejos comunitarios, recompensas, populismo punitivo, señalamientos, venganza, verdades a medias, engaños y control de todos los poderes. El reto de las mayorías es entender la crudeza del desafío que tienen que enfrentar y asumir la opción de poder real que poseen, afirmando una oposición social y política efectiva, de movilización en calles, plazas e instituciones y una organización sólida y en unidad, que fortalezca la conciencia de lucha para defender la esperanza como lo recomendó el papa Francisco y lo ratificaron los 9 millones de votantes que llamaron al cambio inclusive unos con su blanco silencio y meditación.

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