De la soledad y otras encuestas

De la soledad y otras encuestas

Con los sondeos de opinión pasa como con las salchichas, es mejor no ver cómo se hacen. Una mirada de Jesús Ramírez, candidato a la alcaldía de Medellín

Por: Jesús María Ramírez Cano
mayo 09, 2019
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De la soledad y otras encuestas

En la tarde del pasado domingo cinco de mayo, antes de partir la torta y luego de cantarle a mi hijo el feliz cumpleaños, una de las tías solicitó al cumpleañero que pidiera un deseo y que por favor lo hiciera en voz alta. Luego de apagar las velitas de los once años, mi hijo dijo inspirado: “Que mi papá sea el alcalde de la ciudad”. Me quebré.

Me quebré porque el día anterior ya había empezado a circular en redes sociales el resultado de la segunda encuesta de Invamer sobre las preferencias electorales en las principales ciudades del país, entre ellas Medellín. Yo ni siquiera figuraba en la de la ciudad, a pesar de que hace tres meses había presentado mi aspiración y desde entonces no habían faltado el free press, las redes sociales y las reuniones. Como si no existiera.

Una extraña asociación vino a mi cabeza mientras digería en la noche del domingo la encuesta de Invamer publicada en la edición de Semana que ese día me llegó. Hacía unos días Fico, el alcalde de Medellín, había presentado con bombos y platillos un curioso cartel de los delincuentes más buscados, el mismo que fue el hazmereír en redes y mentideros políticos y sociales de la ciudad. El “cartel de los más buscados” era dos filas horizontales de seis siluetas oscuras cada una, anónimas, sin ninguna identidad real, con un pie de foto donde se leían curiosos alias: Guasón, Colmillo, Tito, Pocho y Montañero, entre otros. Sentí escalofrío.

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La asociación fue automática. Al final de dos largas filas de aspirantes a la alcaldía de la ciudad, todos bien peinados y acicalados, con los nombres y apellidos completos bajo sus fotografías, había una silueta negra y amenazante, debajo de la cual se leía: “Voto en blanco”. Ni siquiera tras esa sombra oscura del 3.4% del “voto en blanco” estaba yo. Borrado.

Siempre he sostenido, desde que las encuestas se pusieron de moda, que las mismas dan una idea cercana a la realidad y reproduzco el lugar común de que son la foto de un momento. Últimamente, cuando mi mayor sueño es aparecer en una, he sostenido, parodiando a Pambelé, que es mejor estar en una encuesta que no estar. Me nombran, luego existo.

Pero mis pesares y quiebres anímicos aún no empezaban. Lo que siguió ese domingo de cumpleaños no tiene otro nombre que el de sevicia. Mis familiares cercanos, mis amigos, mis menos amigos y uno que otro que sospecho que nada me quieren, empezaron a llamarme, chatearme y escribirme correos preguntando que qué había pasado, que no me veían en la encuesta, que si iba a seguir, que mejor me fuera de candidato al Concejo, que ya me lo habían dicho, en fin. Estaba advertido.

Los más generosos me ofrecían consejos de todo tipo y me recriminaban no saber utilizar las redes sociales: vístete así, habla solo de tal cosa, usa menos palabras rebuscadas, tienes que aparecer en Instagram y Facebook cargando al hijo, besando a tu compañera, montando en metro, tomado un bus o un taxi, montando en bicicleta eléctrica, caminando por la ciudad, jugando futbolito, chupando helado en una silla del parque, sentado en un bar, en una cafetería, donde sea, pero que te vean. Mira ese candidato que hizo un video hablando de sus mujeres, las públicas obviamente: su esposa, su mamá y su hija, acuérdate que la política son las emociones y no las razones, el estómago, no el cerebro. En fin, que si la mitad de tantos interesados hubieran sido encuestados, seguramente había aparecido en los primeros lugares. Sería popular.

Solo un comentario guardé en mi corazón y un consejo alcancé a digerir con esfuerzo. El comentario, venenoso dardo almibarado, vino de un amigo en un nutrido chat del que participó: “No importa la encuesta, registras en nuestros corazones”. Y el consejo, empacado como artículo de la revista Forbes, llegó de mi hermanita desde Madrid, España: “El éxito depende más de la personalidad que de la inteligencia”. Sin palabras.

El lunes seis de mayo, en la mañana, tenía programada una reunión con la Presidenta Nacional del Movimiento Alternativo Indígena y Social (Mais), que es el partido que me avala, con las direcciones departamental y municipal del movimiento y algunos otros líderes. A pesar de haber sido programada días antes, seguro que la encuesta iría a aparecer en la reunión, me dije. Entonces me clavé la noche del domingo, revista en mano, a escudriñar ese cartel de los más votados que me sepultaba. El que busca, encuentra.

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La “ficha técnica” de la encuesta, al final de la página ocho del nutrido informe de preferencias electorales, la encontré ubicada al extremo de la última página, en un pequeño recuadro de letras diminutas y apenas resaltadas en la trama gris de fondo. Allí estaba mi salvación. La encuesta de Medellín tenía un  margen de error de más o menos (+/-) del 6.4% y habían sido encuestadas 600 personas. ¡Eureka!

Sin embargo, lo mejor estaba por venir. Fuera de los tres candidatos del Centro Democrático que en total sumaban 47.4% de la intención de voto, solo dos precandidatos pasaban el margen de error: uno con 9.1 y el otro 8.2 de intención de voto. El resto, diez aspirantes, estaban dentro del margen de error. O sea, estaban casi igual que yo que tenía cero. Y lo mejor, yo estaba en el ruedo hace tres meses, y como avalado por un partido político con personería jurídica, me correspondía esperar al 27 de julio para hacer propaganda política. Pero en el listado de los damnificados por el margen del error había candidatos con un año o más de campaña política encubierta, con la excusa mendaz de la recolección de firmas. Candidatos financiados por las vacunas a la contratación estatal, por conglomerados económicos poderosos, por oscuros constructores y usufructuarios de los abusos del suelo, por rentistas de sus cuotas burocráticas, y demás. ¡Mal de muchos!

Pero la cereza del postre, el diamante del anillo, me llegó el día de ayer en la mañana. En una charla informal, en la cual me quejaba amargamente de no existir, el interlocutor, persona supremamente bien informada y al tanto de las comidillas y minucias políticas parroquiales, me soltó esta: “Jesús, no te preocupes, una persona muy importante del Centro Democrático me dijo que esa era la segunda encuesta que ellos habían contratado para definir su candidato a la alcaldía y que le habían pedido el favor a la firma que por ahí derecho preguntara por otros candidatos”. ¡Y la luz se hizo!

Posdata: ayer en la tarde, mientras caminaba con la comunicadora que me ayuda en la campaña, un pajarito descargó sobre mi cabeza un tibio regalo que se esparció por mi rostro y empaño mis gafas. Le pedí el favor que me ayudara a limpiarme y recordando la creencia popular de que ser cagado por un pájaro era señal de buena suerte, le pregunte animado: ¿qué opinas?, ¿será que ganaré la alcaldía? Interrumpiendo sus carcajadas me respondió: “¡¡concéntrate que estas cagao!!”

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