Muchos lamentan -entre ellos el suscrito- la salida del gabinete de Cecilia López y José Antonio Ocampo. Es deplorable si se considera su condición de liberales respetuosos, socialdemócratas, de pensamiento crítico, experimentados en la gestión pública. Incluso por su papel de “adultos mayores”, sobre todo en el caso de Ocampo, en un gabinete con uno que otro ministro o ministra expertos en activismo, verbo fácil y poco duchos en la articulación de los eslabones que conforman el diseño y la ejecución de las políticas públicas en un marco de responsabilidad fiscal.
Como se pudo apreciar en el caso de la reforma a la salud, hubo en estos meses poca capacidad de interlocución y escasa voluntad de llegar a acuerdos. En un país en el que ningún político ni movimiento político pueden declararse hegemones, la escucha y la negociación son obligatorias.
Que salgan López y Ocampo es lo obvio al romperse la coalición y al aspirar el presidente a contar con un gabinete de gente afín y que él considera incondicional. Está en su derecho, así echemos de menos a algunos de los salientes ministros.
En mi opinión, lo lamentable en la salida de diez ministros en menos de nueve meses de gobierno, no es tanto la salida de Ocampo y López, algo que se esperaba, aunque no tan pronto. Lo inexplicable y, hasta cierto punto, cruel y destructivo con el propio proyecto del presidente, son otros despidos.
En primer lugar, no se entiende la salida de Patricia Ariza hace ya dos meses del Ministerio de Cultura sin que la hayan sustituido. Una experimentada dramaturga, protagonista imprescindible del patrimonio y la vida cultural bogotana por su papel en lo que primero fue la Casa de la Cultura y luego, por décadas, del Teatro de la Candelaria. Patricia parecía figurar en el terreno de los ministros propios, es decir, del lado incondicional, ideológicamente, del presidente. No se sabe por qué salió. Lo cierto es que no tuvo la oportunidad de desplegar y aplicar, desde el Ministerio, sus conceptos de cultura y menos, de discutirlos con el presidente, con quien nunca tuvo un encuentro. La forma en que salió, sin que le dieran la cara, sin saber por qué la despedían, deja preguntas y sinsabores en las toldas propias. Fue un trámite irrespetuoso con la persona…. y la cultura.
Segundo, no comprendo qué ocurrió con el ministro de Ciencia y Tecnología, Arturo Luis Luna. Una persona nombrada, en apariencia, por su recorrido en la ciencia (biólogo, especializado en biotecnología, doctor en ciencias biomédicas), que parecía la persona indicada para dirigir un ministerio en un país que el presidente desea que se convierta en una “sociedad del conocimiento”. Qué salida absurda, sin tener la oportunidad de hacer algo meritorio. En ocho meses debió haberse dedicado, presumo, a los trámites del presupuesto, ya predeterminados, hasta cierto punto, por el anterior gobierno; al nombramiento de funcionarios, a procurar inicidir en el Plan de Desarrollo, aún no aprobado por el Congreso… todo ello representando apenas el calentamiento de motores en lo que se espera sea una política de largo aliento, la de ciencia y tecnología. Qué frustración, sin tener nada que mostrar pese a su potencialidad, qué desperdicio del talento humano.
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En este país en el que se carece de partidos políticos serios, copar los puestos de los ministerios es imperativo para cualquiera que llegue nuevo
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Por otra parte, tercero, y vale para cualquiera de los diez ministerios de los funcionarios botados, en este país en el que se carece de partidos políticos serios, copar los puestos de los ministerios es imperativo para cualquiera que llegue nuevo. De viceministros para abajo, es un mandato de cualquiera que llegue a ser nombrado ministro ocupar con los suyos (amigos, copartidarios) la burocracia y los cargos de asesores y otros contratistas.
Imaginemos la salida de la ministra de las TIC, Sandra Urrutia, que tuvo que consultarle y reportarle a la directora del partido de la U cuanto nombramiento se hacía en la cartera. Viceministros, directores, asesores, asignación de contratos… procesos que tomaron meses. Llega Maurico Lizacano con su propia agenda y su propia cuadrilla. En un ministerio que, según el Plan de Desarrollo, juega un papel de primera línea por aquello de la conectividad en zonas rurales.
Lo anterior multiplíquese por diez ministerios y preguntémonos si será extraño que los niveles de ejecución dejen mucho que desear al cabo del tiempo. ¿Cuándo vendrá el siguiente remezón?