De la reunión del G7 en Biarritz y la Unión Europea

De la reunión del G7 en Biarritz y la Unión Europea

En el viejo continente los ciudadanos esperan buenas noticias. De no actuar, la economía les va a ganar terreno. Este sería el peor escenario

Por: Francisco Henao
agosto 29, 2019
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De la reunión del G7 en Biarritz y la Unión Europea
Foto: Twitter @G7

Saltó a la fama porque en Biarritz se inventó el concepto de "veranear" a mediados del siglo XIX, que era desplazarse a la costa para tomar baños de mar; además el poder se desplazó allí, Napoleón III hizo construir un palacio de verano para su esposa andaluza la emperatriz Eugenia de Montijo. Este palacio, hoy hotel de lujo, l’Hotel du Palais, alojó al llamado G7, el grupo donde siete jefes de Estado se reúnen en alegre camaradería, se abrazan emotivos y degustan los más costosos platos preparados por los chefs más cotizados. G7 es el desfile de los placeres.

La propaganda oficial, la web del Quai d'Orsay, el ministerio de Exteriores francés, dice que los objetivos del G7 “buscan concertarse sobre seguridad, gobernanza de la globalización y la gestión de los bienes públicos mundiales". El primer punto, la seguridad, no admite dudas. El ministro de Interior francés, Christophe Castaner dejó claras las intenciones del Gobierno galo: “No toleraremos ningún desbordamiento”. Se basa en experiencias de anteriores cumbres donde los grupos de protestas anticapitalistas desatan encuentros feroces con la policía. Mientras los líderes departen festiva y civilizadamente, afuera se libran batallas campales. En Biarritz esto se quiso evitar, Macron sabe muy bien cómo hacerlo, desplegó un ejército de entre 15.000 a 20.000 hombres, dispuestos a lo que sea. El bloqueo del balneario francés fue absoluto, se definieron las áreas 1 y 2 y las playas quedaron cerradas a cal y canto, 4 días antes y después de la cumbre. A 30 km a la redonda del Hotel du Palais, la zona estaba militarizada, con controles en las rotondas. En Biarritz el 24 y 25 de agosto todo estaba cerrado, por los rostros de sus habitantes corría la preocupación y el susto, en sus casas. El despliegue militar era espectacular: aviones Rafale, helicópteros con francotiradores, fragata antisubmarina, misiles, radares tácticos, comandos marinos, grupos de élite antiterrorista. Imaginen ustedes el costo de este despliegue operativo, para cuidar a siete hombres, que se encuentran dos días para hablar felices y distendidos. Según la prensa canadiense el último G7 celebrado en 2018, en la región de Charlevoix, Canadá, costó la sobrecogedora cifra de 605 millones de dólares canadienses. Francia vive bajo psicosis colectiva después de esos terribles ataques en la discoteca Batacán y en Niza y en…

La lección que emerge de semejante parafernalia militar es que el mundo vive en perpetua angustia. Después de las Torres Gemelas lo que hay es incertidumbre por la vida. Cuando murió Saddam Husein, George W. Bush comunicó que, ahora el mundo sera más seguro. Igual después de la muerte de Osama bin Laden, terminó la pesadilla, declaró Barack Obama. Pero no, Biarritz lo desmiente.

Otra lección obvia, estos siete poderosos mandatarios están completamente aislados, ellos nada tienen que ver con el mundo, la vida y los problemas que agobian y tienen cercada a la humanidad. Hay un divorcio absoluto entre sus posiciones políticas y quienes les han votado. G7 aparentemente es inoperante. En 2013, el primer ministro británico, David Cameron dijo que la “ambición” del G8 era “derribar los muros del secreto bancario” mediante “medidas concretas”. Palabras llenas de poesía, nada más; saben difundir lo que la gente debe pensar. El palacio del Elíseo y su presidente Emmanuel Macron comunicaron que el G7 de Biarritz tenía por objeto: “Luchar contra las desigualdades”. Voila, increíble dio en la diana porque el mundo está injustamente repartido, pero no de ahora, de siempre y siempre será así. Luego palabras de esta naturaleza son toques de retórica, sin ninguna función práctica, buscan el efecto mediático, fogonazos que desaparecen al instante. Además las palabras del presidente francés no tienen credibilidad, cómo habla de ‘desigualdad’, él que rechazó tajante tocar las grandes fortunas francesas —que los chalecos amarillos en sus más de 40 manifestaciones se lo recuerdan, e invitan a que renuncie— y bloqueó el impuesto progresivo sobre los ingresos de la bolsa, CAC 40. Macron es un defensor a ultranza de la economía del goteo.

G7 es un club selectísimo, juega un “papel activo en la imposición de un credo y en la dirección de la fase neoliberal de la globalización”, dice el libro Antiglobalización de Gustave Massiah, absorbe la energía sin mirar los estragos que provoca, es tan formidable su narcisismo que actúa como catalizador de su inconmensurable grandeza y los demás se diluyen en la nada, adolecen de incapacidad para ver su responsabilidad en la deriva actual: desregulaciones financieras, desempleo sistémico, aumento de la desigualdad, desnutrición en los países del sur, destrucción sin atenuantes de los ecosistemas, su industrialización hace daños ambientales para largos años. Ellos no escuchan, viven en armonía en l’Hotel du Palais, plácidos y riendo con ganas.

G7 es antidemocrático por esencia, fruto de la prepotencia y de sentirse imbuido de ese mesianismo que asume forma de cosmovisión capaz de definir el nuevo orden que le conviene al mundo; al estar aislado saca de sus radares el menor atisbo de apertura, se cierra en banda. Lo que hay fuera de su círculo no existe. Los gritos del mundo entero reclaman más democracia, poder participar en la edificación de su destino, quiere sentir que puede moldear la historia. El mundo es de su incumbencia y para ello anhelan no ser rechazados. G7 es tan excluyente, que saca del juego de poderes a 186 países miembros de la ONU, para imponer, sin control ciudadano, su arbitrio y autoridad omnímoda allí donde quieren, sin responder ante nadie.

La actitud de no rendir cuentas es lo que lleva a la gente a estallar en ira, a sentirse despreciada lo cual se disemina por todas partes, alimenta y patrocina los nacionalismos, el populismo, cargados de promesas insostenibles, de llenar vacíos económicos, de reformas que nunca van a ocurrir, generadoras de inflación, pérdida de poder de compra y déficit público, cuyos resultados al final serán dejar una economía moribunda. Pero este cuadro de falsas ilusiones, de sueños incumplidos, de vidas tronchadas por la desesperanza, que un grupo de charlatanes se inventa en mesas de café, se parece con idénticos perfiles, al que han ofrecido/vendido los 7 señores ‘imperiales’ desde hace 40 años. Con la salvedad de que ellos son los dueños de los megáfonos y altavoces, donde se expone solo la doctrina de Estado autorizada y controlada, dando lugar a que la prensa actúe con “lealtad fanática a las verdades doctrinales”, como las llama Noam Chomsky.

El catálogo de crisis, presentado antes de la reunión del G7 en Biarritz incluye nada menos que democracia representativa, cambio climático, biodiversidad, tecnología, migración, desigualdad. Un listado de padecimientos del capitalismo en su forma actual que dejan ver un estado de salud preocupante. Y un litigio enorme por las posiciones encontradas entre Estados Unidos y China acerca del comercio, que hace daño en Europa porque existe el peligro asociado a que sus países se conviertan en vasallos de un lado u otro. Mientras tanto la economía europea no acaba de despegar, las turbinas no quieren funcionar, cúmulos espesos amenazan tempestades sobre los 27 países de la eurozona. A su figura emblemática, el poder de su fuerza, la República Federal de Alemania, se la nota cojeante, como si los temblores sufridos por su canciller Merkel, la contagiaran de inseguridad. Europa tiembla por las consecuencias de la guerra comercial; entretanto, qué hacen sus líderes, porque alguna maniobra tendrán que realizar, deben de pasar a la acción, en la cual no son diestros. Por ahora el economista Nouriel Roubini, en un artículo (22 agosto), en project syndicate, La anatomía de la recesión venidera, habla de que es posible que haya recesión en 2020, pero será diferente a la de 2008 producto de un shock en la demanda, esta vez se trata de un shock en la oferta y usar las mismas políticas monetarias y fiscales de la anterior crisis no bastarán. Esta situación crítica obedece, según Roubini, a la guerra comercial y de divisas y a la guerra tecnológica.

La situación es muy seria y sus causas evidentes, aquí el acertijo ya está resuelto. Ren Zhengfei, fundador de Huawei, en un memorándum interno del 20 agosto, advirtió que la compañía se encuentra en “un momento de vida o muerte”. No es un chiste. Recordemos que Huawei tiene la tecnología 5G que Estados Unidos no tiene. En los entresijos de este avispero hay un nombre, solo un nombre: Donald Trump.

Sí, no hay nadie más responsable de semejante hecatombe, a punto de producirse, por la tozudez de este caballero. Él afirma: “Mis antecesores no la hicieron (la batalla contra China) y era su obligación. Me tocó a mí. Yo soy el elegido”

Biarritz se dio el lujo de ver a un Donald lleno de felicidad, prodigando besos (sí se descompuso cuando Melania le dio un beso a Trudeau), pero salvo ese instante, era el hombre más encantador del mundo. Sin su acostumbrada agresividad, no el sanguíneo que destroza al que no le cae bien, el explosivo virulento que hace temblar al otro. El que rompió las conclusiones de la cumbre de Canadá y dejó a todo el mundo en un palmo de narices.

Y todos los pobres jefes europeos dirigiéndose a él, como insinuándole que se allegue a los chinos más federador, para evitarle a la economía mundial mayores desastres. Pero, o Trump es un despistado, o un irresponsable sin remedio, o por qué no, el hombre exitoso que publicó en los 80, El arte del acuerdo, donde dice que la vida es frágil y que se debe ser apasionado en lo que haces. Sin embargo no da pistas para interpretar y comprender al presidente de los Estados Unidos.

El mundo angustiado por la disputa con China y el presidente desapurado. Afanados los periodistas buscan sacarle alguna verdad, intentando cazarle algún tic, o de pronto un guiño positivo para lanzarlo al mundo y bajar la angustia en Londres, Madrid, Estocolmo, Maputo, Buenos Aires, Ciudad del Cabo, Wellington, sí el mismo apellido que derrotó a Napoleón.

Nada de nada. Por el contrario, Trump muy tranquilo, rebozando optimismo. Expresó “que no está preocupado” por las consecuencias de la guerra comercial. Al contrario, se siente feliz porque ha mejorado las propias posibilidades de celebrar acuerdos comerciales. Así triunfa el America first, dice, empuña la mano derecha con el índice pulgar hacia arriba y exclama feliz: “Además, vamos a ganar, ¿sabe?”. Es su santo y seña, que parece fuera de la realidad, y lo prodiga para todo lo que habla porque sabe que está en período electoral, va como un misil hacia su reelección y vive para satisfacer a sus votantes, ansiosos de sangre.

Elogia al primer ministro de Japón, Shinzo Abe, “es formidable”, y dice que está listo a firmar el acuerdo comercial con Japón en septiembre.

En esa tupida agenda del G7, al fin se encontró con el primer ministro de Gran Bretaña, Boris Johnson, parecen dos clones rubios, son las piezas de un puzzle que encajan. Johnson exultante, bajando por esa escalera victoriana, al lado del poderoso rubio de Manhattan que de nuevo afirmó, como ya lo hizo en su visita de comienzos de junio a Londres, que Boris es “el hombre adecuado para llevar el Brexit” y le prometió “un acuerdo comercial fantástico una vez se eliminen los obstáculos”. Trump describe a la Unión Europea como “un ancla” alrededor de los tobillos de Gran Bretaña. Boris se carcajeó y secundó la metáfora.

Los dos rubios desayunaron en medio de chistes, risotadas, se señalaban con los dedos, el uno al otro. Sus acompañantes los miraban indecisos, en estado de estupefacción. Comieron los tradicionales huevos revueltos con tocino, acompañados de salchichas, tomate frito, champiñones y te. No hubo cerveza inglesa que era un rito en los desayunos de la Edad Media, donde se debe recordar estaba mal visto que los señores trabajaran, quien lo hacía perdía la honra y no iba con su condición de hidalguía. Hubo explosión de júbilo entre los concurrentes al desayuno cuando Trump dijo: “Vamos a hacer el negocio más grande que nunca con Gran Bretaña”. Boris festejaba, radiante.

Mientras en Biarritz no había espacio sino para el regocijo, y los abrazos entre Donald y Boris, a esa misma hora, pero en otro lugar, París, una mujer policía se suicidaba. Es el mal endémico de la policía francesa, este año ya van varias decenas de sus miembros desaparecidos así. A 20 de abril del presente año, 28 policías y gendarmes se habían quitado la vida en Francia, en este 2019.

Todos querían estar al lado de Trump, ganarse su favor, rendirle pleitesía. Está claro que el rey Salomón, tan poderoso en la antigüedad, no acumuló la mitad del poderío e influencia que maneja el norteamericano hoy. Estas ínfulas se contraponen a la desazón que padece la Unión Europea pensando en los días que vienen. El ambiente es más parecido al pesimismo que a otra cosa. En abril pasado el ministro de economía francés, Bruno Le Maire, publicó el libro El nuevo imperio y repite las palabras que unas semanas antes había pronunciado Georges Soros, Le Maire siente pasos de oso polar hambriento: “Por primera vez desde 1957, la UE puede desaparecer o reducirse a la nada”. Es un hombre bien informado, sentado en el poder de Francia, quizás mareado por el maremoto producido por el brexit, dice: “El brexit nos recuerda que lo improbable es posible y que los pueblos nos reservan siempre sorpresas; muestra que el proyecto europeo es mortal”. Biarritz le ha mostrado a Europa que sus gobernantes carecen de capacidad de respuesta, no tienen soluciones, les falta iniciativa para proponer un camino novedoso, al menos capaz de mirar a los ojos a todas esas fuerzas, especialmente del Lejano Oriente, que imponen una nueva revolución cultural y de negocios. En Biarritz no estaban los tigres asiáticos, que abastecen al mundo de tecnología y, sin buscarlo ni provocarlo, golpean las economías nacionales europeas y del mundo entero, en África, América Latina, donde unos gobiernos pedigüeños esperan milagros procedentes del exterior, no de su ingenio ni de su planificación para crear una mentalidad ganadora.

Europa va a remolque de Estados Unidos. Eso es pasividad, inercia, apoplejía moral. Hay que decirlo, por paradójico que suene, algo de razón puede haber en las palabras Le Maire, falta que haya convicción en el proyecto común, los valores solidarios cada vez son más exiguos y su ausencia, aunque es más preciso decir su olvido, aceleran el proceso de liquidación. La solidaridad que Monnet y Schuman extrajeron de los millones de muertos causados por la carnicería de 1940, es la base, el sustento y el dínamo que deben llevar a la Unión Europea a establecer una energía centrifugadora que sea capaz de sacarla del marasmo al que la han conducido politiqueros —de profesión vegetadores— como Durao Barroso, Prodi, Delors, Juncker, Dijsselbloem; y si Ursula von der Leyen no espabila en los próximos 5 años, seguirá la senda de sus predecesores, todos ellos de ánimo apocado y cicatero, minimizador de proyectos y persiguiendo la sisa en la medida de la oportunidad. En Europa la disyuntiva se presenta entre una "unidad más fuerte" o "una feudalización de naciones replegadas sobre sí mismas, incapaces de trabajar en común", que Le Maire menciona en su libro. No tener una política común resta peso para adelantar una negociación creíble, priman los intereses particulares. Cada nación defiende su proyecto, y en los propios países hay un centralismo, que impide un desarrollo armónico de sus periferias. Estas fragmentaciones sitúan a Europa en desventaja. Por ejemplo, quiere concluir un TLC con Estados Unidos, pero los intereses entre los distintos países de la UE van en direcciones opuestas, todavía no han logrado establecer un mandato de negociación común. Sin este mandato la Comisión Europea no puede negociar con Washington.

Aunque, desde el punto de vista alemán, Francia, de todos los países, parece ser un freno porque se niega a negociar también sobre los productos agrícolas; Trump quiere absolutamente incluirlos. Macron se opone, como sus predecesores en el Elíseo. Los franceses están tan orgullosos de su economía agrícola como los alemanes de sus coches y máquinas. Para los británicos, entre otros muchos reclamos, era fundamental recuperar su sector pesquero, el dominio sobre sus aguas, el control de las cuotas pesqueras. Increíble que en tantos años no hubiera sido posible obtener un acuerdo favorable a las dos partes, Reino Unido y resto de Europa, sobre quién atrapa qué, dónde y cuándo en las aguas británicas. Esto fue imposible, de ahí que el brexit sea una realidad y su ejemplo podría cundir en otros lugares, Italia, Polonia, donde los sentimientos de rechazo al proyecto común crecen y son avivados todos los días. No es una idea alocada de Le Maire, la de hablar de una “feudalización”, a la vista de tantas disensiones. Ya hay muchos lugares de la provincia francesa donde se nota las decadencias por la desindustrialización, olvidadas, decrépitas. Los jóvenes se han ido, en busca de otra suerte. La Unión Europea se quedó sin recetas para superar el estancamiento. ¿Por qué no se anima a maniobrar ahora después de la trompada del brexit? ¿Para cuándo eliminar las visiones opuestas, en vez de fusionarlas? ¿Es imposible establecer políticas inclusivas?

Si la Unión Europea no se estruja, lo que viene es el diluvio. Biarritz quedará en el anecdotario, pero no aporta nada al conjunto. Macron y los franceses, siempre haciendo gala de su célebre chovinismo, dirán que Biarritz fue un éxito. Quizás para alguien en particular, pero no para la eurozona. En Biarritz no sucedió mucho, fue una pasarela donde las esposas exhiben a sus costureros —Melania asombró con su modelo Calvin Klein— y los jefes solo hacen declaraciones de intenciones, es un encuentro social —oneroso, con cargo al ciudadano—, dedicado al cultivo de la amistad. Pero, visto desde el punto de vista del presidente francés, la mejor ocasión para hacer creer que hay un verdadero interés en sus socios africanos. Y los invitó, por pura cabezonería. Lo cual no pasa de ser una actitud neocolonialista, implementada  por la política Françafrique, que solo busca sacar materias primas de aquellos países. Francia apoya dictaduras africanas, tales como la de Idriss Déby, de Chad, allí cazas franceses aplastaron un brote rebelde en febrero anterior —Hollande bombardeó Mali y Centroáfrica—. Por tanto ese tipo de invitaciones de la diplomacia francesa son repudiables, nada le aportan a la Unión Europea, especialmente en el marco del G7.

Macron, siempre jugando al MacGyver, le puso guacamole picante a la reunión de los magnates, invitando —ese no era el momento— al ministro de Exteriores iraní Zarif. Macron es juguetón travieso. Como se sabe, Trump desconoció en 2018, el Acuerdo Nuclear firmado en Viena con Irán. Al impugnarlo, cesaron las obligaciones de los firmantes, entre ellos Barack Obama. El mundo celebró dicho acuerdo como la mayor gota de rocío y bienestar para la paz del mundo.  Pero Trump, con su actitud matona, abrió la caja de los truenos, de un manotazo deshizo el trabajo diplomático de años. Aquí seguimos esperando que estalle la guerra en cualquier momento. Detrás de todo esto figura el presidente de Israel Benjamín Netanyahu, a quien Macron defiende a capa y espada. Por el monopolio jurídico y monetario que ejerce Estados Unidos sobre el mundo: sin su consentimiento nadie puede arriesgarse a comerciar con Irán. La situación es sumamente/demasiado/espeluznantemente de-li-ca-da, como para invitar a Zarif a una reunión bon vivant, con la molicie como florero de adorno y la gente metida de lleno en el bridge.

Lo sustancial de Biarritz, repito, fue ver a Trump pletórico de alegría —extraño, por cierto—, repartiendo epítetos, ditirambos y adulaciones. De la canciller Merkel, después que la humilló en la Casa Blanca, en Biarritz hizo todo un elogio de ella, al calificarla de “una mujer brillante” —Sie ist eine brillante Frau—; frase que hizo vibrar a toda Alemania. Tal es el poder del rubio manhattanés. Y ni qué digamos del premier italiano Giuseppe Conte, Trump le dio un abrazo cálido –él que solo sabe dar mamporrazos- y dijo que Conte era un hombre muy respetado y talentoso, “espero que siga siendo primer ministro”. La foto salió en primera plana en toda la prensa italiana: “Trump quiere que Conte siga”. El jueves 29 de agosto, el presidente italiano, Sergio Mattarella, nombró a Conte primer ministro. ¿Cómo fue posible esto, si Zingaretti del Partido Democrático lo odia y juraba con la mano encima de la Biblia que jamás lo apoyaría?

Y en Biarritz, en lo cual es especialista, Boris Johnson montó su show estilo Full Monty. Se fue a nadar al Atlántico, aprovechando que nadie podía hacer presencia en el lugar —se exponía a lo peor porque había 15.000 hombres con misiles y rifles telescópicos de última generación—, antes de su reunión con el presidente del Consejo de la UE, Donald Tusk. Los dos estaban programados para hablar sobre el brexit —Zarif llegó de sopetón—. La pelea de Boris con Tusk se debe al Backstop, la frontera irlandesa, que se convirtió en el nudo gordiano.

Pero mientras nadaba en el Atlántico Boris encontró la solución al acertijo.

“Nadé alrededor de aquella roca”, dijo Johnson a un grupo de cámaras de televisión. “Desde aquí no se puede decir que hay un agujero gigante en esa roca. Hay un camino a través de ella”, concluyó: “Mi observación a la Unión Europea es que hay un camino a través, pero no se puede encontrar simplemente sentado en la playa”.

Antes de despedirse, el primer ministro británico Johnson le preguntó al presidente de los Estados Unidos:

—¿Qué hago con el Parlamento?
—¡Ciérralo, hombre!
—¿Y la Reina?— dijo Boris, bajando el tono de voz.
—Ella no tiene importancia— y agregó firme Trump —Nunca dudes y triunfarás.

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