La actual pandemia llegó como una situación inédita en el mundo y con ella una ruptura en todas las esferas de la vida, especialmente en el de las comunicaciones. Si bien antes de la irrupción del virus en Colombia, los relatos de la enfermedad nos llegaban como historias lejanas que parecían más una invención de las hegemonías capitalista para silenciar las movilizaciones mundiales, con el paso de los días fuimos entendiendo la gravedad de un fenómeno que en Colombia generaba un show mediático y desviaba un malestar ciudadano frente a las medidas y los escándalos de uno de los gobiernos más impopulares en la historia reciente.
Después de implementadas las medidas de la cuarentena, el ritmo de la vida se hizo lento y pesado, el panorama social y político de los sectores alternativos parecía sucumbir ante el cierre de espacios de televisión para este sector, las voces de la oposición a quienes ocasionalmente escuchábamos en los medios tradicionales fueron sacadas de la escena política y con ellas el liderazgo de estos sectores. La virtualidad que había sido fuertemente impulsada por las corporaciones asociadas a la industria de software se convertía en la nueva realidad. De la noche a la mañana nos volvimos seres virtuales, entes abstractos que nos comunicamos a través de las múltiples pantallas.
En el letargo de esta nueva dinámica, las redes sociales se volvieron monotemáticas, los influenciadores —usuarios digitales con gran repercusión y cantidad de seguidores—, dioses y amos de las audiencias no tenían mucho qué decirle a un país en crisis, angustiosamente quedamos en manos de los medios tradicionales y del silencio de la ciudadanía. Al pasar un poco el marasmo pandémico y a pesar del veloz registro del contador de la muerte, las ciudadanías y las voces debilitadas empezaron a recobrar su resonancia, las videoconferencias y el online se convirtieron en los nuevos escenarios de los debates políticos en Colombia.
El Tercer Canal, dirigido por Hollman Morris, fue uno de los primeros en entender la importancia de estas plataformas digitales para contrarrestar la información emitida por los monopolios mediáticos, este amplió su franja de emisión, puso en el centro del debate las medidas implementadas unilateralmente por el gobierno de Iván Duque, e involucró a algunos de los sectores alternativos en el análisis y la discusión.
Uno de los detonantes para avivar el activismo político en las redes sociales fue la serie web Matarife, basada en el guion del abogado penalista Daniel Mendoza, quien con su equipo de trabajo hizo posible la producción. Matarife narra los vínculos de senador Álvaro Uribe Vélez con narcotraficantes, paramilitares y políticos corruptos en Colombia, a partir de registros periodísticos de Gonzalo Guillén, Fernando Garavito, Julián Martínez entre otros, y de publicaciones en prensa y televisión que ya habían circulado de manera fragmentada por diferentes medios de comunicación. La serie fue diseñada para ser transmitida en redes sociales como: WhatsApp, Telegram, YouTube, Facebook, Instagram, Twitter, y estrenada el 22 de mayo.
La campaña de expectativa creada para la emisión de Matarife logró su cometido, el primer capítulo contó con cuatro millones de visitas en día y medio, hoy tiene un registro de cinco millones y medio en su canal de YouTube y cuenta con 831.000 suscriptores, récord no alcanzado por canales periodístico colombianos en más de 10 años —estos registros no incluyen otras redes como Facebook, Instagram Telegram y WhatsApp—. El movimiento generado en Twitter ante la emisión de su primer capítulo consiguió posicionarla como tercera tendencia mundial en esta red y por momentos llegó al primero, además ha sido traducida al inglés y al francés. Aunque la emisión de los siguientes capítulos disminuyó considerablemente sus conteos, éstos siguen siendo altos y los espacios de análisis alrededor de la serie han contribuido a un ejercicio de memoria histórica indispensable en un país que no ha sanado sus heridas.
Este nuevo movimiento en redes estuvo nutrido por otros elementos: cambio de escenarios callejeros por espacios cerrados para programas de análisis y debates políticos, con altos niveles de aceptación; la creación de personajes muy cercanos a los sectores populares con contenido humorístico; la proliferación de medios alternativos que interactúan y se amplifican mutuamente, en el que se encuentra el portal la Nueva Prensa, medio que se ha constituido en un referente para jóvenes críticos que buscan transformar la realidad social, y cuyos fundadores han puesto al centro de la discusión, el tema de la emergencia de nuevas formas de hacer periodismo versus la decadencia del periodismo tradicional y la caída de los grandes medios.
Estos grupos de contrapoder o redes de resistencias, en territorios virtuales, no son homogéneos, poseen procesos y niveles diferenciados; en un primera categoría podríamos nombrar a un grupo de influenciadores que asumen posturas políticas, jóvenes indignados que se han destacado por hacer un llamado a la dignidad, @LevyRincón, @betocoralg, @smilelalis, @Mafecarrascal, @YoAlejoV, @elReneJimenez, @Wally, etc., hijos de las violencias y las desigualdades colombianas, que llevan en su ser inconformidades acumuladas, ciudadanos rebeldes, irreverentes, contestatarios, que le han perdido el miedo a los dueños del poder, y se han empoderado a través de sus voces y sus narrativas frente a las lecturas de realidad. Este grupo de influenciadores en su mayoría no tiene formación periodística, ni pretende ser periodistas, así lo han expresado públicamente algunos, su ejercicio lo vienen realizando de manera autodidacta de tiempo atrás, no surgen con la coyuntura pero se han fortalecido con ella, algunos se reconocen como activistas políticos otros por el contrario no se encuentran articulados con ninguna organización.
Una segunda categoría estaría conformada por un grupo de periodistas y escritores, independientes, quienes han consagrado su vida al ejercicio investigativo y a la búsqueda de la “verdad”, poseen una vasta formación académica, algunos han trasegado por medios tradicionales, pero sus convicciones y su integridad los ha llevado a defender su independencia; se han caracterizado por hacer un periodismo serio, riguroso, valiente y se han convertido en referentes para las nuevas generaciones. Hoy son un símbolo del periodismo contra la corrupción,@Heliodoptero, @DCoronell, @MJDuzan, @olgabehar1, @JulianFMartinez, entre otres.
Alrededor de estas dos categorías encontramos otros grupos que apoyan: abogados que defienden jurídicamente estas expresiones y que velan rigurosamente porque no sean censuradas, quienes se han convertido en punzantes veedores de la libertad de expresión de portales alternativos, @migueldelrioabog, @JuanTrujilloC, @AugustoOcampo, entre otros.
De otro lado encontramos los “prosumer” [1], usuarios que se transfiguran en canales de comunicación humana, quienes simultáneamente consumen y producen contenidos e interactúan en la red.
Las dinámicas que se han generado a través de estas redes de resistencia nos llevan a interpelarnos acerca de los fenómenos que se vienen consolidando con estas nuevas prácticas ciudadanas, las cuales trascienden el simple intercambio de contenidos y su ejercicio se instala más en el terreno de las “mediaciones culturales”[2]. Según Jesús Martín Barbero, las mediaciones culturales “son lugares de donde provienen las contradicciones que delimitan y configuran la materialidad social y la expresividad cultural"; es decir, lugares donde los ciudadanos y ciudadanas participan e interactúan comunicacionalmente y en este ejercicio construyen nuevas realidades sociales, de acuerdo al contexto en el que se desenvuelven.
Estos grupos de contrapoder actúan en territorios virtuales y en ámbitos políticos, y con su ejercicio contribuyen a la transformación de la realidad social; estos “mediadores” como los denomino en el presente texto, se nutren de investigaciones o contenidos producidos por escritores, periodistas, políticos y abogados, con amplia trayectoria y un reconocimiento de su labor contra la corrupción, interpretan sus contenidos, los reeditan, los apropian, y le ponen su sello personal; establecen diálogos con quienes consideran sus maestros y guías, en un ejercicio formativo que les permite crecer y construir sus propias narrativas, desde una perspectiva contestaría, irreverente y más cercana a sus consumidores juveniles y/o prosumer, creando así comunidades de sentido.
Estas redes de resistencia o contrapoder han sido muy polémicas y se han vuelto incómodas para diferentes sectores, especialmente para periodistas vinculados a los monopolios mediáticos, quienes se han dado a la labor de señalarlos, criticarlos, desvirtuar sus contenidos e incluso, hay “quien” los ha reseñado como “sicarios morales”, y los ha acusado de pertenecer a “La banda del pajarito[3]”, una supuesta “banda organizada con roles definidos, alias y hasta un organigrama: caciques y peones; autores intelectuales y materiales; cerebros, ejecutores y obreros” para referirse a las redes de tuiteros que tienen grandes seguidores y asumen una postura contestataria contra el periodismo servil.
Pero más allá de estos señalamientos, del uso de un lenguaje peripatético, de los ataques y los odios hay una controversia de fondo que no se puede esconder en el ornamento, en el uso de un lenguaje “correcto” o “incorrecto”, en una gramática elitista. Lo que hoy está en juego es una disputa por habitar un espacio público, espacio al que se llega a través de la palabra, de la narrativa, de la discursividad y del cual los sectores populares han sido excluidos históricamente.
Los enemigos de la democracia han instaurado la creencia de que asumir una postura política contraria a la oficial es una herejía que contribuye a la polarización y destrucción de la sociedad. Desde esta perspectiva antipolítica[4], las relaciones sociales se presentan como neutras, desprovistas de las asimetrías objetivas presentes en la sociedad, se ha querido vender la idea de que la sociedad es un gran entramado de amor, desprovisto de relaciones de poder.
A muchos se les olvida que ya no vivimos en los tiempos de la aguja hipodérmica [5], los jóvenes y en general las ciudadanías no son recipientes vacíos que se llenan de contenidos sin ninguna mediación cultural. La emergencia de las redes sociales y la crisis actual han instaurado un antes y un después en el campo de la comunicación. El virus cambió la forma en que nos comunicamos, las épocas de la agenda setting están quedando atrás, ya no son los medios masivos los que imponen sus preferencias temáticas y su percepción a las audiencias, por el contrario son las redes de resistencia y los mediadores culturales quienes proponen sus agendas. Las nuevas ciudadanías nos están dando una lección histórica al reclamar su condición de ser y de hacerse oír. Esto genera mucho miedo en quienes han poseído la condición de ser sujetos dominadores. El incómodo trinar de les pajaritos irrumpe para reclamar por la vida de los líderes sociales asesinados, por el tiempo que le arrebatan a un joven, a un niño, y a sus familias, por el daño irreparable que hacen cuando violan a una indígena, a una campesina, a una mujer racializad. El incómodo trinar de les pájaros nos demuestra que el espacio público no se concede, se gana, se construye entre todes.
[1] Término acuñado por el Alvin Toffler en 1980, inicialmente referido al campo de la producción económica, que posteriormente fue trasladado a la web 2.0 pero sin fines de lucro.
[2] Teoría propuesta por Jesús Martín Barbero en su libro de los medios a las mediaciones
[3] Hace alusión al pájaro azul, símbolo de Twitter.
[4] Dario Sztajnszrajber, en conferencia lo personal es político.
[5] Teoría atribuida Laswell, que poseen un modelo de comunicación unidireccional, en el cual un emisor transmite unos contenidos que generan unos efectos en los receptores sin que en este proceso se presente una mediación cultural, a través del esquema “quién dice qué, a quién y con qué efecto”.