Curiosa reiteración la que puede olfatearse por estos días tras el revuelo que ha suscitado la apertura en Colombia de una sede de la compañía Starbucks, que realmente no debe ser tan famosa pues un simple parroquiano como yo no conocía su existencia.
Se siente así porque de la legítima discusión abierta queda más bien el sabor tan autóctono de buscar señalar que nuestros mayores enemigos vienen de afuera y a la moda, como un monstruo de película de fin de semana. Según esto, el imperialismo habla inglés y el servilismo aplica a los faltos de consciencia.
Ejemplo de ello es que a la indignación (elitista más en el sentido de que atañe solo a quienes reconocen la marca) por el local gringo que abrió sus puertas en el país, le corresponda un silencio cómplice y generalizado ante un mensaje televisivo como el de la bebida Suntea con gas. En este la publicidad nacional tuvo a bien enrostrar a la millonaria teleaudiencia una perla como “En Europa, esto es un éxito”, sin que en ese caso alguien se mostrara molesto.
Así, en este país bajar la cabeza está bien pero alzar los hombros no. Levantar la mano para formular una pregunta, ni hablar. Nuestra idiosincrasia está dibujada por rasgos como el de satanizar la abstinencia política y exaltar la llamada malicia indígena.
En resumen, a la falta de agua a la que nos conducen quienes dirigen los hilos del país, de seguro los consumidores no tendremos en el futuro más opciones que cafés artificiales o gaseosas “naturales”. Eso, hasta en Europa, será una vergüenza.