Un demonio se ha venido apoderando de la universidad, o más bien, de los círculos reducidos del poder, permeando con su clientelismo a quienes la administran, trayendo consigo repercusiones negativas que han resultado en un acumulado de incongruencias disfuncionales que refuerzan el descontento general de la comunidad universitaria, un hartazgo que creció y se alimentó de la indignación, cuyo vaso fue rebosado por la artimaña de algunas personas que se confabularon en el consejo superior y, sobre todo, por la vil traición de parte de los representantes de la comunidad ante el consejo. El hartazgo halló su forma en las y los estudiantes que, a grito herido, alzaron su voz aun sabiendo que sus palabras de protesta deliberadamente estaban siendo tergiversadas o ignoradas. Exponiéndose al librar una batalla que los incrédulos de antemano dan por perdida, pero su voz punzante repetía la injusticia acrecentando su rebeldía. Comprenden que la institucionalidad es lo más importante, pero si dicha institucionalidad no responde a los intereses populares, debe ser reconstituida. Hoy la batalla sigue latente y trae a la mente los mártires que en el pasado velaron por proteger los derechos fundamentales, poniendo sobre sus hombros la enorme cruz de los vacilantes, los mismos que en su desvarío les dieron la espalda. Hoy, sin embargo, se sigue profesando sus enseñanzas, recalcando fuertemente el mérito que los reúne y en ocasiones los confronta. Pero al final siempre hay algo que los hermana indisolublemente, el amor por el otro y por la universidad, con su exigencia recalcitrante de una verdadera autonomía democrática que propicie el ambiente universitario deseable circundado por el conocimiento y la afable inclusión de la diversidad humana.
De la pseudo autonomía universitaria y otros demonios
Algunos comprenden que la institucionalidad es lo más importante, pero si dicha institucionalidad no responde a los intereses populares, debe ser reconstituida
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