De la polarización y la imbecilidad

De la polarización y la imbecilidad

¿Es la política una manifestación de la moral o la moral una manifestación de la ideología política?

Por: Jacobo Díaz Blandón
marzo 22, 2018
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De la polarización y la imbecilidad

El momento electoral que vive Colombia ha construido discursos polarizados y polarizantes que han recreado el histórico maniqueísmo del bueno y el malo, y la tragedia temprana del país tras las próximas elecciones. Estos discursos lejos de construir la posibilidad de un diálogo honesto para resolver los problemas, pretenden enaltecer los “logros” propios y la deficiencia e ineptitud de los ajenos.

Con este estado de cosas no puedo más que recordar aquella frase de José Ortega y Gasset “Ser de la izquierda es, como ser de la derecha, una de las infinitas maneras que el hombre puede elegir para ser un imbécil: ambas, en efecto, son formas de la hemiplejía moral”.

Que la recuerde no implica que la comparta, y por muchos imbéciles que lea, vea y escuche a diario en prensa, televisión y radio, no podría aceptar que declararse afín a una ideología política implique necesariamente convertirse en tal.

Para discutirlo es necesario preguntarse, ¿es la política una manifestación de la moral o la moral una manifestación de la ideología política?

Lo primero implicaría una evaluación constante de lo bueno y lo malo para determinar el devenir político; en ese sentido la decisión de qué hacer con el poder se iría evaluando momento a momento en relación a la decisión que más se acerque al bien. Por el contrario, reconocerse ideológicamente afín a una ideología política implicaría predefinir criterios morales, y con esto una prefijación de lo bueno.

Parecería entonces que el discurso que asuma la moral como una manifestación de la ideología política, estaría ligado y destinado a atacar toda acción proveniente de otra ideología política, en tanto, estaría sustentada en una predefinición de criterios morales distintos a los propios, “los buenos”. Asumir esto, ciertamente sería ser un imbécil.

La respuesta entonces para no caer en ese maniqueísmo está en ser como Ernest Hemingway, quien al participar como reportero de guerra en la guerra civil española y siendo abiertamente republicano, no se quedó con nada a la hora de escribir. En su novela “Por quién doblan las campanas”, Hemingway relata el horror que han sufrido los republicanos en la guerra con ocasión de la decapitación de sus soldados en manos de los fascistas; pero en el mismo texto, relata como los republicanos asesinaron inmisericordemente los ciudadanos fascistas de un pequeño pueblo a cuchillo y azadón.

Contar ambas anécdotas no se trataba de objetividad, ni de no asumir una posición política (pues era republicano), se trataba de no ser un imbécil, de no sufrir de hemiplejia moral. Se trataba de comprender que la humanidad y la guerra no estaba dividida en héroes y villanos, sino que el héroe de un lado es el tirano del otro y que, en un hombre y sociedad, conviven ambas naturalezas.
De este modo, definirse afín a una ideología no implica dejar de observar los errores que ha generado la búsqueda por conseguir tal ideal, ni justificarlos en una prefijación de valores morales. Consiste en evaluar y reconstruir ese ideal reconociendo los logros y fracasos de un modo honesto para permitir el diálogo que construya soluciones reales y no justificaciones dogmáticas.

Con poca esperanza espero que los discursos políticos cambien, la polarización sea menor y la discusión política se haga seriamente, reconociendo los errores y discutiendo sinceramente los problemas del país.

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