Si algo caracteriza a los científicos modernos es el hecho de no vivir sujetos a una verdad absoluta y ponerlo todo en entredicho, es por eso que, también, los hechos históricos se han vuelto imprevisibles. Por su misma naturaleza lo son. En este contexto se comprende por qué el COVID-19 está derrumbando previsiones, mitos ambientales, económicos, sociales y religiosos, y está siendo estudiado por más de 200 equipos de científicos en el mundo, que buscan afanosamente una vacuna que logre neutralizarlo y combatirlo. En este sentido no hay una verdad final ni absoluta.
Algo igual ocurre con la historia en el sentido de que es imprevisible y, como dice el historiador, escritor y filósofo Yuval Noah Harari, el estudio de la historia debería llevarnos a comprender más los fenómenos que se han dado que pretender profetizarlos. La historia tiene una multiplicidad de direcciones, transversalidades y aristas que la hacen imprevisible. Pero la comprensión de los hechos históricos, negativos, como las pandemias, es la que debe llevar a afrontarlos para hacer proyecciones futuras. En este sentido parecería que poco se ha aprendido de las pestes y pandemias que han azotado a la humanidad.
Hace más de dos siglos la peste antonina, de las primeras de que se tenga conocimiento (165 a. C.), devastó el Imperio Romano de Marco Aurelio, contribuyendo, además de causas sociales del momento, a su derrumbamiento. Los historiadores coinciden en que uno de los orígenes fundamentales para su expansión fue las más de millón y media de carreteras construidas y la debilidad física del pueblo romano por la escasez de alimentos. Es decir, las carreteras que habían sido una de las fortalezas del imperio romano se convirtieron en su debilidad fatal a la hora de afrontar la pandemia porque servían como vehículos de desplazamientos y contagio de la peste. Los resultados no fueron menos que catastróficos: en 15 años que duró la peste (165 a 180 a. C.) se estima que murieron 5 millones de personas, y en ocasiones hasta 6 mil personas diariamente, liquidando además casi por completo al ejercito romano que era el que mayormente se desplazaba para proteger y ensanchar el territorialmente al imperio.
La historia está llena de enfermedades, producidas por virus que se han transmitido por desplazamientos sin control de los humanos, por países y fronteras, por conquistas de mares y territorios. Los historiadores han demostrado que las enfermedades infecciosas se convirtieron en las grandes aliadas de la conquista de América por los españoles y que, incluso, pudieron causar más muertes y exterminios que las mismas armas. La viruela, el sarampión, la peste bubónica, la difteria, el tifus, la varicela y la escarlatina, eran enfermedades con las que los aborígenes nunca habían tenido contacto hasta la llegada de los españoles.
Hoy, cuando el mundo es víctima de una nueva pandemia, a simple vista, pareciera que la humanidad y sus gobernantes ignoraran y no hubieran comprendido ni sabido interpretar las lecciones del pasado. Sin embargo, dos siglos después de la peste antonina ha quedado demostrado que las pandemias y sus efectos pueden ser controlados con el cierre oportuno de fronteras terrestres, marítimas, fluviales y el cierre del tráfico aéreo. Y que lo fundamental, como lo han confirmado científicos del mundo, es que se debe sostener la estrategia de control de dispersión de COVID-19. En Colombia el gobierno lo sabía, pero no lo puso en práctica a tiempo por defender intereses económicos particulares, de la banca privada y las grandes corporaciones.
Es claro que en Colombia existe una relación que favorece a la propagación de virus como son la falta de educación y la pobreza, pues el uso inadecuado o no uso de implementos como el tapabocas, así como la falta de una alimentación adecuada, el hacinamiento en barrios densamente habitados, cargados de pobreza y antihigiénicos, facilitan la transmisión del virus y debilitan el sistema inmunitario; sin embargo, hay decisiones de tipo político que dependen de la economía y el poder, estos dos factores limitan la toma de decisiones por el camino correcto como lo es el cierre oportuna de fronteras y el aislamiento de comunidades por cuenta y sostenimiento del Estado. En Colombia el cierre oportuno de fronteras no fue por ignorancia del gobierno sino que obedeció a intereses políticos y económicos que el gobierno defiende por encima de los beneficios para la sociedad. Lo económico es un derecho ideado por poderes desde la revolución agrícola, hace unos 12.000 años, pero la vida es un derecho evolutivo natural al que se debe proteger por encima de cualquier otro. Parece que poco ha cambiado de la peste antonina al COVID-19.
* Comunicador Social- Periodista, Mg en Educación, docente de la Universidad del Sinú-Elías Bechara-Zainúm (Montería)