“13 Llevaron unos niños a Jesús para que les impusiera las manos y orara por ellos, pero los discípulos reprendían a quienes los llevaban. 14 Jesús dijo: 'Dejad que los niños vengan a mí, y no se lo impidan, porque el reino de los cielos es de quienes son como ellos'. 15 Después de poner las manos sobre ellos, se fue de allí” (Jesús y los niños, Mateo 19:13-15, Nueva Versión Internacional).
La entrevista estaba concretada para las dos de la tarde en el edificio de Caracol Radio. Yo, sin embargo, había llegado media hora antes a la cita con Juan Pablo Barrientos. Como el libro que había usado para leer era prestado, me dispuse a buscar Dejad que los niños vengan a mí en alguna librería cercana a la carrera séptima.
"Vengo buscando el libro Dejad que los niños vengan a mí ", pregunté. El encargado del lugar dejó asomar una gran sonrisa y respondió: "El libro está agotado. Tan pronto como el juez ordenó prohibir su venta, la gente vino a buscarlo como pan caliente". La ironía se notaba en cada palabra. Me estaba indicando que lo que trató de impedirse, terminó siendo el detonante para el aumento de sus ventas. Alcancé a buscar en dos librerías más y la respuesta fue la misma: agotado.
Recibí un mensaje de WhatsApp en mi celular proveniente de Barrientos. Me indicaba que ya estaba bajando de su edificio de trabajo a encontrarse conmigo. Fui a nuestro encuentro. Por el riesgo de sus investigaciones y la valentía de sus denuncias, creí que Juan Pablo sería el típico hombre que cumple el estereotipo de valiente que está presente en muchos libros e historias: alto, de cuerpo musculoso, con ropa despampanante, voz gruesa para acusar y de rostro intimidante. Por el contrario, el hombre que encontré frente a mí rompía todos esos estigmas, pues no pasaba del metro setenta y cinco, su voz no era muy fuerte, no llevaba blazer ni ropa asombrosa y la impresión que daba era la de un hombre gentil y amable. No parecía que tuviese el semblante para combatir tantas demandas y huracanes de opiniones, ni parecía un periodista que tratara un tema tan peligroso o que fuese capaz de meterse con una institución tan poderosa en Colombia como la Iglesia católica. Su saludo fue con un gran apretón de manos, presentándose con acento paisa y preguntándome inmediatamente dónde me parecía mejor llevar a cabo la entrevista.
—Puede ser en un café, en algún local cercano, o incluso aquí mismo—, le dije.
— ¿Ya conoces las instalaciones de Caracol Radio?—, me interroga.
—No, nunca he entrado.
Ante mi respuesta, me invita a hacer la entrevista en su oficina. Envía un correo a la encargada de permitir los ingresos y me hace seguir. En la recepción, reciben un carnet con mi identificación y a cambio me entregan una tarjeta de acceso a los pisos correspondientes. La entrada al edificio parecía el protocolo de seguridad de un aeropuerto: con rayos x, detector de metales y guardias de seguridad por doquier. Mientras Juan Pablo me dirigía hacia los ascensores, al pasar por los torniquetes y el lobby saludaba a todo el mundo con gran entusiasmo y todos le devolvían el saludo. Una vez dentro del elevador, el piso seleccionado era uno de los últimos.
Al llegar, el autor empezó a hacerme un tour por las instalaciones. Comenzamos por las salas de redacción con las que cuenta Caracol Radio y los demás medios, entre los que conté más de 30 cubículos individuales de trabajo. El recorrido siguió adentrándonos cada vez más en las entrañas de aquella gigante empresa, hasta que llegamos a la zona de las cabinas de radio. Aquí se dividían en dos áreas, pues primero se pasa por pequeñas cabinas de emisoras de música muy conocidas, como Tropicana, hasta que se llega al espacio que para mí es el soñado: las emisoras habladas como la W Radio y Caracol Radio. La oficina de Juan Pablo estaba al fondo, después de pasar por todos estos lugares y en un cubículo igual que el del resto. Él tomó una silla y la puso a mi lado, invitándome a sentar, sentándose él también al tiempo.
—Su libro está por completo agotado, no se encuentra en ninguna librería—, comienzo diciéndole.
—A partir de hoy está en todas las librerías, pues sale la segunda edición. Yo tampoco tengo mi libro, porque lo he regalado como mil veces cada vez que me encuentro con alguien y me dice que no hay—, me responde Juan Pablo.
Quería confirmar la afirmación del recepcionista en la librería, así que le pregunto si fueron las sentencias judiciales las que le ayudaron a que el libro fuera un éxito.
—Sí, claro. Es que cuando hay una decisión que ordena censurar un libro, pues eso es una decisión contraproducente porque siempre la gente va a querer saber por qué están censurando el libro. Aquí hay que hacer una aclaración: yo no tengo problemas con las tutelas, a mí me han interpuesto muchas tutelas en la vida y yo las respondo sin ponerme a decir que es acoso judicial, ya que es un derecho de cualquier ciudadano interponer una tutela cuando ve que su nombre, de pronto, se ha visto vulnerado. El problema con las tutelas es cuando vienen envenenaditas. De las tres que me interpusieron, la primera, de Rionegro, fue común y corriente. Cuando llega la segunda tutela, la de San Rafael, llega acompañada de unas medidas cautelares donde el juez dice que deben recoger el libro hasta que él lo termine (de leer). Ahí ya no hay una tutela, ahí hay una tutela envenenada, con censura previa. La tercera tutela, de una juez de la Ceja, me obliga a revelar la información de una fuente, so pena de sanciones penales. Entonces ese es otro venenito—, me aclara al respecto.
Horas antes de la entrevista, el juez encargado de la tutela de San Rafael había decidido su caso y Juan Pablo resultó victorioso. De la misma manera, la primera tutela que le interpusieron en Rionegro falló a favor de él.
—La decisión del juez de San Rafael, que era la que iba acompañada de medidas cautelares, falló la tutela a favor mío diciendo que aquí lo que había era un trabajo serio. Esa decisión la tomó esta mañana más o menos.
—¿No piensa, de ninguna manera, en cuanto a la tercera tutela, revelar la fuente?
—No, no, no, jamás. Si lo hago, abro un boquete que va a ser difícil de cerrar más adelante, entonces yo no puedo hacer eso y así se lo manifesté a la juez. No sé qué me irá a decir en su sentencia, pero, sea lo que sea, yo no voy a revelar ni la fuente, ni la información de una fuente.
Me impresiona su tenacidad, porque en caso de que la decisión saliera en contra suya, los resultados del desacato a la tutela podrían ser muy negativos para el mismo Juan Pablo y podría terminar con una multa gigantesca y en la cárcel. Pensando en las consecuencias, admiro su profesionalismo de reservar la fuente y cumplir su palabra de no revelarla.
—Su historia ha pasado por varias etapas, incluyendo la radio y ahora un libro. Cuénteme un poco al respecto.
—El libro es la tercera fase de una investigación que comenzó hace tres años. Dicha investigación se finiquita en la primera publicación que fue en marzo del año pasado (2018) en La W. Ahí revelé 17 nombres de 17 sacerdotes denunciados por pederastia y abuso a menores. La segunda fase fue el 25 de septiembre de 2018, a raíz de la primera, porque llegó una avalancha de denuncias de todo el país, en donde uno dice “wow, esto no es solo Medellín, es todo el país”. El libro es la tercera fase, que recoge algunas de las denuncias ya publicadas en esa primera y segunda, y trae casos nuevos inéditos que no habíamos publicado. Entonces, en total, son 7 capítulos que demuestran 28 historias contra 18 sacerdotes, que no son las únicas, pero escogí esas para demostrar que aquí hay un patrón de encubrimiento a curas pederastas abusadores de menores, un patrón de encubrimiento que viene desde lo más alto. Eso es lo que busco con el libro, hacer esa denuncia: aquí, un cura pederasta no actúa solo, un cura pederasta actúa protegido por una institución que lo cobija frente a estos casos. La institución que lo protege va desde lo más local, con el obispo, hasta lo más global, con el vaticano.
—Cuando leo y escucho su investigación, se me viene a la mente la historia de Spotlight, que también está relacionada con pederastia y encubrimiento. ¿Tuvo alguna inspiración de ahí?
—Claro. Al final de esa película, en los créditos, aparece una leyenda que dice que en otras ciudades del mundo ha habido casos similares a los de Boston, específicamente 206 ciudades, y la única ciudad colombiana que aparece allí es Medellín. Como yo soy de allá, me llamó poderosamente la atención ese detalle porque yo nunca había escuchado ningún caso de pederastia en Medellín. Comienzo por investigar y es cuando llego a la primera fase de la que le hablé arriba. Esa película fue la que me inspiró a mí, porque a partir de ahí descubrí los casos.
Mientras Juan Pablo responde pregunta a pregunta, reflexiono sobre los 3 años que tardó la investigación, y me surge el interés por preguntarle por el caso que más lo ha impactado.
—Hay un caso poderoso que es la primera historia, el primer capítulo. Decidí que fuera el primero porque es la historia de una mujer de 31 años, campesina, que sola, sola (insiste), sin abogados, logra la condena del cura que violó a sus dos hijos. Entonces, aquí vemos la valentía de una mujer y lo que puede hacer una madre de familia cuando le tocan a un hijo. La señora tiene un hijo y una hija, y es una historia muy dolorosa porque al final el hijo a los 17 años muere. No muere por causa del abuso directamente pero sí de forma indirecta. Al muchacho a sus 16 años le comienza a crecer una especie de tumor en el testículo, que crece y crece. El problema fue que cuando pequeño, el cura lo abusaba, y luego de abusarlo, venían los chequeos de Medicina Legal, entonces empelótese para que lo revise el médico, empelótese para todo. Es así como el niño creció con una vergüenza y una pena por su cuerpo, que cuando comenzó a crecerle esa bola en el testículo, él no dijo nada, se quedó callado, y cuando va al hospital ya era muy tarde. El pelado se muere a la semana. La mamá le pregunta al doctor si su hijo murió a causa de ese abuso, si ese cáncer en el testículo es causa del abuso, y le responden que no directamente pero sí indirectamente, porque a él lo mató el silencio, la pena y la vergüenza resultado de ese abuso. Otra historia muy dolorosa es la de un hombre que denuncia haber sido abusado por cuatro curas, un seminarista y un director de grupo de monaguillos. Es decir, seis personas sistemáticamente por dos años abusaron de este niño que ya es un hombre adulto. Como esas historias, uno puede ver la fotografía completa de lo que pasa en Colombia y es una fotografía de encubrimiento y protección. Aquí no hablamos de pecadores ni de pecados, estamos hablando es de delitos, de delitos, y eso lo tiene que entender la Iglesia católica.
Barrientos me confiesa que no tiene ninguna religión y eso le parece irrelevante para el quehacer periodístico o para realizar denuncias. En ese instante, recuerdo que, en el libro, Barrientos denuncia la complicidad sistemática del vicepresidente de la conferencia episcopal, Ricardo Tobón. Entonces, le pregunto por el papel que él juega en todos estos casos.
—Ricardo Tobón, como lo llama Claudia Morales en su prólogo, es un rescatista de criminales. Múltiples pruebas, con múltiples documentos, han demostrado que el señor es un encubridor de pederastas y abusador de menores. Ricardo Tobón, además de ser el arzobispo de Medellín, es el vicepresidente de la conferencia episcopal, y aspira a ser el próximo cardenal y arzobispo de Bogotá. ¿Cómo es posible que un rescatista de criminales como este siga ahí en la iglesia como si nada pasara, encargado de la arquidiócesis más grande de Colombia y de América Latina con 1,400 curas? Este señor no solo ha protegido a Carlos Yepes (cura denunciado por abusos en distintas ocasiones), sino, como demostré, a Roberto Cadavid, un cura pederasta al que él suspendió en 2012 por pederasta, pero después recomendó para que se fuera a trabajar a Brooklyn. Entonces dígame si eso no es criminal. Yo creo que Tobón es el personaje más importante en este libro, al cual se le puede comprobar su encubrimiento y protección a criminales, y nada pasa. Lo más impactante, cuando lo entrevisté, fue ver este señor cómo me mintió toda la entrevista, porque después lo descubrí en todas las mentiras. Me impactó ver a un alto jerarca como este, atentando contra el quinto mandamiento (no mentir) durante toda la entrevista. No he conocido tipo más mentiroso que Ricardo Tobón.
Aun cuando le cree, Juan Pablo se cuestiona la buena voluntad del papa para tratar de erradicar la pederastia cuando personajes como el arzobispo de Medellín, después de un año de haberlo denunciado, continúa en su puesto como si nada, lo que me da paso para preguntarle: ¿Cuál es su mensaje para el Vaticano?
—El mensaje es claro: el derecho canónico no puede estar por encima del derecho penal, punto, punto.
Cada palabra la pronuncia con mucha contundencia, con fuerza y determinación. Se le nota que ha sido fuertemente afectado por las historias que ha escuchado y ha recopilado, y que quiere justicia para todos ellos.
“Aquí estamos hablando de una estructura del crimen organizado transnacional, eso es lo que es la iglesia. No lo digo yo, lo dice un fiscal de Estados Unidos”.
—¿Qué viene para Juan Pablo Barrientos y Dejad que los niños vengan a mí?
—Solamente en la última semana, he recibido 170 casos nuevos. Desde que esto explotó, salió un montón de gente diciéndome que les había pasado lo mismo. Si vuelvo a revisar ahora, serán muchísimos más. Yo no puedo ignorar todas esas denuncias, pero tampoco me puedo quedar toda la vida con esto. Lo que tengo muy claro es que seguiré adelante con esto hasta que haya una decisión de país, y esa decisión está en manos de la Corte Constitucional, que recientemente escogió dos tutelas que yo interpuse por acceso a información. Ellos tienen en sus manos una decisión poderosísima, y es decirle a la iglesia: primero, que no tienen por qué tener archivos secretos en donde reposan denuncias contra criminales y que ordenen entregárselos a la Fiscalía. Segundo, la mayoría del articulado del Concordato, que ha servido para que la iglesia se defienda, fue declarado inexequible, entonces es pedirle a la Corte Constitucional que le aclare a la iglesia que ellos no pueden ocultarse detrás del Concordato para defender criminales. Tercero, pedirle a la corte que defienda la libertad de prensa. Si la Corte Constitucional tomara una decisión que va en beneficio de las víctimas, yo no tendría nada más que hacer, porque la justicia cogería esto en serio.
Detengo la grabación luego de unos 25 minutos. Le doy las gracias, nos levantamos de nuestros asientos, y nos dirigimos a los elevadores para salir del edificio. Al entrar en el ascensor, un joven saluda a Juan Pablo como profe. Este, como mi caso y el de muchos otros, le cuenta que lleva más de un fin de semana buscando el libro en muchas librerías y no lo encuentra. Con la misma respuesta que me otorgó, el autor le explica que ese mismo día saldrá a la venta la segunda edición.
Llegamos al primer piso. Allí, detenidos en la puerta, observamos cómo dos curas ingresan al edificio con sus sotanas, como si la vida quisiera jugarnos a la ironía, presentándonos a aquellos que dan la palabra de la biblia en las iglesias. Doy las gracias una vez más, nos estrechamos las manos y Juan Pablo, con una gran sonrisa, se despide muy amablemente.