Lo he dicho y lo sostengo: la paz es peligrosa. ¿Por qué? Me preguntan, y la respuesta se encuentra ahí, a la vista, en el mismo entorno en que sobrevivimos. Lo que pasa es que quizás esté un poco refundida. En especial para los sueltos de la lengua, de las motosierras, las metralletas, del estómago, y de otras vísceras, y duros, en cambio, de las entendederas, y de los sesos, del corazón, del alma y de las criadillas, claro. La respuesta, en cualquier caso, no está tan envolatada como la paz misma.
Pasa, en efecto, que para los amos del mundo y, por supuesto, para sus delegados en los países del “tercer mundo” como los llaman ellos, los que siembran odios y rencores y a cambio cosechan guerras en efectivo y dinero a manos llenas, la paz no es rentable. Y es, por supuesto, un peligro.
Lo rentable e inofensivo para quienes están convencidos de que son los amos de ese “primer” mundo –que tampoco existe— es la guerra. La guerra, y claro, el miedo implícito en ella. Esa guerra que entre más duradera sea, y más feroz, y entre más personas intervengan, y más entidades y organizaciones e instituciones; y los perros y los gatos, y estos y los turpiales y las guayabas maduras, mejor se pone la cosa. Y cuando la cosa –es decir, la guerra— no sólo está buena, sino mejor, los autodenominados amos la disfrutan, les sacan réditos, lucro incalculable y sin impuestos y, claro, no quieren que la guerra se acabe.
Y sí: en los llamados, con poca flema y mucho desprecio países “tercermundistas”, y en especial en aquellos como Colombia, Afganistán y Pakistán, Siria y Venezuela, o Cuba, o Irak. O Perú, o México. O Yugoslavia o Irán ¿recuerdan Vietnam?, para nombrar sólo algunos, la cosa siempre ha estado no sólo buena, muy buena, sino mejor. Mejor, claro, para los vendedores de armas, por ejemplo y, más rentable aún, para los proveedores de municiones, que son los mismos. Y para sus fabricantes, se entiende, que, por supuesto, también son los mismos, y lo mismo son los comisionistas que las ofertan, y los sobornados que deciden la compra. Para todos ellos, la paz es un peligro.
Por eso ellos diseñan, fabrican y arman las guerras. Y luego pasan la cuenta y –mejor aún— la cobran.
Porque las guerras que se arman contra “el mal” (mal que bien pueden ser una protesta popular, por ejemplo, o el tráfico de narcóticos, el terrorismo, o estos dos unidos en uno: “narcoterrorismo”, le dicen ahora) existan o no –que si no existen los crean—, y en especial contra los pobres poseedores de ciertas riquezas naturales, renovables o no, y los distribuidores no autorizados de ideales, o, por el contrario, de sueños americanos y otros narcóticos, que llegan a acumular riquezas “ilícitas” –llamadas así de manera por demás redundante e hipócrita ya que toda concentración de riqueza, así como la pobreza misma deberían ser ilegales— porque esas guerras, decía, y las armas que usan para librarlas, se “donan” u “otorgan” al fiado, que luego hay que pagar de contado y con intereses sobre intereses.
Pero armas no son sólo los mísiles, los rifles, las pistolas y los revólveres, y sus balas, claro. Son también los aviones y los helicópteros que vomitan la guerra desde arriba, y los “jeeps”, y los tanques, y los camiones que la escupen desde abajo.
Armas con apariencia de comida, y de ropa, y de otros utensilios –fabricados y/o distribuidos por las mismas empresas privadas de los rifles y los aviones, o por sus “socios” unidos en “alianzas estratégicas” hechas para “servir” mejor y ganar más—, son las raciones de comida; y los vestidos y los zapatos de los combatientes obligados –por la “ley” o por el hambre y más, claro, por las amenazas— de unos y otros bandos. Y sus cepillos para los dientes, que usan también –o más bien— para limpiar los rifles, que no son suyos, ¡y ay de que los echen a perder, que hasta con la vida se los cobran! En todo caso, el comunicado oficial, que será trascrito y publicado por la prensa pro ídem a manera de “primicia” periodística de algún anónimo e inexistente “enviado especial”, dirá luego que el desgraciado... se suicidó. Y, si pertenece al bando contrario, el panfleto emitido “desde la clandestinidad” dirá que al infeliz se le concedió el beneficio de un “juicio” del que salió culpable y fue ajusticiado.
Los empresarios funerarios, que venden armas en forma de ataúdes y otros menesteres fúnebres, también pasarán sus facturas y cobrarán sus cuentas. Y sus socios, los mal llamados “pastores”, “ayatolas”, “sacerdotes”, “rabinos”, “padres” y demás “ministros” de unas iglesias fabricadas a sus medidas, que venden armas y municiones camufladas de sermones, y lo hacen desde los altares, los púlpitos, y los canales de radio, televisión, e Internet, pertenecientes a las miles de religiones que en el mundo existen para dividir aún más a la gente, también ganarán lo suyo… ¡Y hay que ver como ganan, Abraham Mohamed… figúrese, si los entierros están carísimos, mijo!
Son de igual manera vendedores de armas –y está claro que para ellos la paz es peligrosa, peligrosísima— los también mal llamados políticos o, mejor llamados politicastros. Esos títeres de las empresas privadas multinacionales, los verdaderos amos del mundo, que en sus electoreros, encendidos y patrioteros discursos le siguen prometiendo al pueblo los mismos pajaritos de oro de siempre, y arremetiendo en público contra sus mismos presuntos “rivales” de siempre. Los mismos con quienes en la noche compartirán su cena, su vino… y su mujer. Y mejor aún, su cama.
Mientras tanto, sus “seguidores” se partirán la cara y hasta la madre… Hasta la madre saldrá a relucir en las que se arman entre el vulgo pueblo, guacherna o populacho ignorante, por quedarse aunque sea con un punto de las íes del nido de mierda dejado por los pajaritos de oro. Estos, por su parte, cantarán, pero en las mansiones del candidato de turno, de sus compadres, amiguitos y amigotes, y de uno que otro de sus “rivales”. El nido de paja, con su apestoso contenido, será lo único que le quedará al pueblo ignorante como recompensa por haber votado en “elecciones democráticas”.
Para todos ellos ¿cómo no? la paz es un peligro. Y es un peligro inminente cuando, por ejemplo, a alguien le da por hablar de paz, o, peor aún, escribir acerca de ella. O de ellas: de esas otras paces que vendrían a ser las leyes y salarios dignos y justos para los obreros, para los indígenas, para los desplazados por las mismas guerras, para los migrantes indocumentados. O, escribir, también, de despenalizar el comercio de drogas ilegales, cuyas guerras, y miles de otras más, se lucran y se libran con el producto de su misma ilegalidad.
La paz, es obvio, es poco rentable y, por el contrario, constituye un peligro para los dueños de esos monopolios privados que a su vez poseen y, por supuesto, tienen a su servicio los más grandes medios de comunicación. Entre decenas más de razones porque “… y si se acabaran las guerras, María Lucía y María Isabel, mijas, y Darío y Julito, mijos, ¿de qué hablaríamos…? ¡Ni Paulina, Natalia Paris, Gaga, y ni aún Juanes y su guascarrock dan para tanto!”
Por eso con grandes titulares y/o voces escandalosas se les pueden ver, u oír, o leer felices, sus manipuladas y desinformativas “noticias” que anuncian, por ejemplo, que un campesino pobre que fue capturado y asesinado a sangre fría bajo acusaciones de ser un terrorista, se mató él mismo para hacerse pasar como víctima, y claro, para no decir nada. Porque después de muerto no se puede decir nada, mijo. O que el soldado, cercado por la denominada guerrilla, “se acobardó a tal punto que se pegó un tiro”… en la nuca. O que los mal llamados guerrilleros, o los paramilitares –lo que es igual, ya que los dos bandos obedecen a los mismos amos, así ellos mismos no lo sepan— “ajusticiaron” a unos campesinos indefensos sólo porque no hablaban bien de ellos, y en especial porque desconocían el manejo del lenguaje… de las armas.
Todo eso, y mucho, mucho más, patrocinado, por ejemplo, “Nosotras, Coca-Loca o la fulana de tal Petroleum Company” que son las que pagan por anuncios así de grandes y a todo color en la páginas de los periódicos, de las revistas, y/o los noticieros de televisión, o de radio. En esta, el color se lo dan el locutor o seudo periodista de turno.
Y por supuesto no faltarán los comentaristas, analistas y editorialistas –por lo general los mismos dueños de los medios— que explicarán, por cortesía de “Colgate, colgate del palo más alto para que se te vea más hermosa la sonrisa”, y con sesudas interpretaciones, que no se pueden conceder mas concesiones a la paz y que mejor es la guerra. Y… ¡a vender periódicos como coca en línea caliente…, y noticieros de televisión y de radio como hierbajuana sanfranciscana, que para eso hasta medicinal salió!
Vendedores de armas son quienes predican en la selva de la ignorancia las “bondades” de una “globalización” con sus tratados de “libre” comercio, “aperturas económicas”, “alianzas estratégicas”, “reconversiones industriales”… y la “nueva reingenieria de la administración”. También quienes pontifican y rumian sobre “el fracaso del modelo socialista”, por el General Electric y las “estructuras postmodernistas de la industria”, de Smith & Wesson. Todo eso sin que se mencione para nada “El tránsito de personas”, “la reestructuración salarial” o “como dejar de pagar migajas de miseria a los obreros y sueldos opulentos a los ejecutivos”, por El Hambre Puebla.
Por eso es que nunca, repito, nunca, que se habla de “libre” comercio, de economías “internacionales” o “globales”, todas como tan saludables (por fuera, aunque enfermas por dentro) y como tan “modernistas” ellas, se habla, digo, de la modernización de los salarios de los obreros.
Ellos, que son los verdaderos creadores de la riqueza no gozan, sin embargo, como los llamados “ejecutivos” de las empresas, de teléfonos móviles o vehículos “de alta gama” y de último modelo. Ni de aviones privados, ni de bellas y culiprontas acompañantes ídem (“scorts” que llaman en inglés simple, o prostitutas de cartel, en castellano llano) que los lleven de la mano a conferencias sobre “libre” comercio, globalización y apertura. Ellos los obreros, siguen ganando el equivalente de lo que ganaban hace 100 años, de soledad… y de otros padecimientos.
Para esos obreros de los mal llamados “países pobres” que generan la riqueza de los llamados “países ricos”, la única “globalización” que hay es la que se eleva con los precios del café y el pan de cada día. Un café y un pan que les cuestan lo mismo –si no es que más— que a un obrero de Nueva York o de Tokio, o de alguna otra de esas ciudades a donde van a hacer mercado los “ejecutivos” de los países “tercermundistas”. Obreros de esas ciudades, digo, que ganan lo mismo o más que muchos profesionales y hasta “ejecutivos” de estos países. Aunque –hay que reconocerlo— sin los aviones, ni las “scorts”, ni los carros de lujo. Pero sí –también hay que decirlo— con los carros “Scort” que son de los más baratos para la clase obrera de esos países.
Por eso armas también son el desempleo y la miseria mayor que esa “globalización” de precios pero no de salarios provoca en la población. Y esas, apenas, son algunas de las armas que venden los vendedores de ilusiones globalizadas.
Armerías o arsenales son las llamadas “Empresas (privadas) Prestadoras de Salud, EPS”, verdaderos laboratorios de muerte, la mayoría de las cuales son de propiedad de narcotraficantes bandidos y paramilitares, socios de políticos corrompidos. Esos sitios son campos de guerra donde se hiere y se mata sin compasión a los pacientes –que allí se bajan a la categoría de clientes— a punta de desatención perversa y medicinas de calidad pésima.
Armas son ¿cómo no? las “paces” que algunos mandatarios mandados por sus amos arman a las carreras con las, repito, mal llamadas guerrillas y/o los narcoparamilitares –que vuelvo y digo, son los mismos con las mismas— para negociar sus entregas y condenas, cuando desde tiempos inmemoriales les quedó bien claro que la única manera que tienen para ganar y mantener el poder es por medio del terror y, por supuesto, de la guerra. ¿O no, Alvarito?
Pero hablar de paz, como lo hace la llamada “clase dirigente” a la cual esos “guerrilleros” de ocasión –infiltrados entre los románticos auténticos por todos-saben-que-compañía-abreviada— dicen combatir, cuando lo único que le hacen es la corte, está de moda. Y al estar de moda se encarece, y si la paz se encarece, entonces se puede cobrar más caro por matarla.
Y para rematarla con las armas de la ignorancia, del cristianismo farisaico y de la hipocresía, y de la falta de oportunidades en las que se mantiene a esa población. A esa guacherna, vulgo pueblo al que no le se acaba de eliminar de una sola y buena vez porque después ¿quien vota en la farsa electoral? y entonces ¿quién se va a comer los desechos que dejan los ricos? Y ¿quién va a hacer los trabajos que ellos no están dispuestos a hacer, como lavar sus propios depósitos de mierda…?