La paz ha sido esquiva para los colombianos desde la colonización europea en las tierras del nuevo mundo, pasando por las luchas de independencia contra la corona española, hasta nuestros días.
¿Por qué? Porque la clase política tradicional, aliada con los sectores de ultraderecha, han promovido la guerra sucia y el silenciamiento de la palabra de las fuerzas políticas de izquierda, socialdemócratas, defensoras de la naturaleza y líderes en los territorios.
Todo esto es producto de la incapacidad de hacer transformaciones estructurales para la sociedad colombiana. La constante siempre ha sido la conflictividad social por el derecho a la apertura de una auténtica democracia ampliada.
Ahora bien, si hacemos una lectura de las guerras permanentes que se vivieron en los inicios de los siglos pasados, encontraremos sus orígenes en dinámicas de exclusión y desigualdad, establecidas en patrones históricos. En ese sentido, permanecen en nuestro país aún fenómenos de conflicto: las élites políticas no permiten la participación del movimiento social de los territorios.
Un ejemplo de ello es el desconocimiento y rechazo a las 16 curules para las víctimas establecidas en los acuerdos de paz firmados. Sin embargo, sí mantienen la corruptela administrativa, compra de votos, constreñimiento al sufragante y alianza con el narcoparamilitarismo.
Ante esta compleja visión de la paz, se plantea una apuesta incluyente que entienda la paz desde la valorización de las dinámicas locales, departamentales y nacionales, con énfasis en lo económico, social, cultural y político. Es decir, la paz como construcción colectiva de los pueblos.
Desde varios movimiento (popular, progresista, académico, intelectual, mujeres, campesinos, indígenas y más) encontramos una apuesta por la paz, que se ha discutido ampliamente en los territorios olvidados por el Estado.
Ya sabemos qué paz queremos. Sin embargo, la pregunta es cuál es la manera más adecuada de construir entre todos progreso y bienestar para nuestra sociedad, sorteando lo complejo que es enfrentar a quienes no quieren una cultura de paz sino mantenernos en una guerra fratricida interminable.