La comparación es ridícula. Precisamente de eso se trata. Es un esperpento, la ridiculez de cómo el populismo de la derecha más conspicua, la de los Estados Unidos, está leyendo el mundo. Toda la otra, la intentada en el resto es más pequeña todavía; ante Trump sería como la derecha mamerta, que no piensa, matona. Mientras tanto, la metáfora china podría interpretarse así: si vas a construir muros construye monumentos que la Tierra pueda lucir como esplendor y belleza. Así se podrá ver incluso desde el cielo como una herida o huella y no como un muñón de tu propia pequeñez.
En un viejo seminario que alguna vez hiciera la Universidad Nacional que tengo extraviado J. F. Lyotard se preguntaba qué puede significar la modernidad para alguien en el Amazonas, por ejemplo. Es algo así: la derecha sería una tendencia oligárquica que no puede seguir la zancada del mundo; rezagada, todavía goza del privilegio del traje enganchado en una zarza del camino.
Se ha dicho algunas veces que en el vaticano cuando un papa no da la talla aparece extrañamente muerto. Idem, Hamlet padre no le estaría cumpliendo a la reina Gertrudis. Como en algunas escenas de Eco en El Nombre de la Rosa, monjes embozados leen viejas escrituras y luego urden paredes mortales; ídem, fantasmas deambulan precipicios de terror desde las torres sobre el acantilado. Hamlet aguaita la sombra de su padre muerto. En alguna parte se afilan cuchillos para que Trump no sea más el presidente de los Estados Unidos. Un Muller embozado fragua el ataque final que acabe con la farsa estallando antes de mitaca. Máquina infernal del paseo del esquizo, dirían Delleuze y Guattari.
Trump no solo está intentando elevar muros en México, lo estaría intentando con el comercio mundial, y más al fondo yendo contra el avance capitalista del mundo. También es mucho más ridículo, pero como no es tan evidente debe explicarse por qué ninguno es una muralla china.
El muro en México es una mezquindad que no le será financiado. No quiere gente pobre, aunque sea la que trabaja para los ricos. También son feos, no van con su patrón de belleza, pero eso ya es fascismo.
Para paralizar el comercio mundial Trump ideó una reforma tributaria que puso más capitales en manos de quienes saben ponerlos a funcionar. Supuso que así la mayor producción estadounidense podría invadir los mercados del mundo trayendo utilidades que redondearan la noción de América Primero. El caballito de batalla sería ir contra China pues muchas oligarquías mundiales le temen al gigante asiático. Haría un muro contra China. Bloqueada China se emparedaría el mundo. Sin embargo, tendría que garantizar alta productividad interior. Debía salirle barato y patrocinó el empecinamiento en las energías fósiles, es decir, pretendió erigir un muro contra el capitalismo avanzado que lee menos las naciones que la salud de la Tierra, capital supremo que facilita todas las plusvalías. Paso tras paso se fue haciendo cada vez más pequeño, hasta que su ofensiva anticapitalista le juegue la trastada final.
Marx estructuró en el Manifiesto Comunista las formas en que la burguesía fue revolucionaria. Podemos admitir que si la burguesía deja de ser revolucionaria le da entrada a la clase que ha de sucederla: si un órgano no se usa, o se usa mal, se atrofia o desconfigura. Esta vindicta histórica pesa igualmente sobre Trump. Si la oligarquía gringa —existe, lean a Piketty— no se plantea revolucionaria entonces otras simientes sucesoras prenderán más rápido que temprano. Si Marx no creyó que Rusia pudiera ser socialista por estar muy atrasada —de allí la reinstauración capitalista— debería estar de acuerdo, aun desde sus cenizas, que los Estados Unidos están más que maduros.
En estas estaba cuando me vino a pedir de boca un artículo que suscribe Paul Krugman para el New York Times. A propósito de un debate sobre una supuesta Dinamarca socialista, aproxima qué tan cerca pueden estar los Estados Unidos del socialismo.
“(…) en el discurso político estadounidense, a cualquiera que quiera hacer la vida menos desagradable, brutal y corta en una economía de mercado se le acusa de socialista”.
Ojo, el capitalismo te acorta la vida, por eso más adelante sentencia:
“Esa campaña de desprestigio ha tenido un efecto predecible: tarde o temprano, si llamas “socialismo” a cualquier intento de mejorar la vida de los estadounidenses, mucha gente concluirá que el socialismo está bien”.
¿Mentiras?, ¿cuentos de velorio?
“Una encuesta reciente de Gallup descubrió que la mayoría de los electores jóvenes y quienes se autodenominan demócratas prefieren el socialismo al capitalismo. Sin embargo, esto no quiere decir que decenas de millones de estadounidenses quieran que el gobierno se apodere de los altos mandos de la economía. Solo significa que mucha gente quiere que EE.UU. sea un poco más como la Dinamarca a la que se llama socialista y acaba creyendo que el socialismo no es tan malo después de todo”.
¿Entonces qué pasaría si prendida la mecha en EE.UU. esta se expande con las desdichas de Venezuela, Ecuador, Bolivia, Nicaragua, Cuba, Colombia, etc.? ¿Qué pasaría si lograran enderezarse a pesar de los bloqueos por tender al socialismo unos, por no arrodillarse más otros?
Por ahora las opciones para un socialismo democrático son una nueva lectura que prenden en el pragmatismo de la Revolución Americana. Lo más perspicaz de lo decantado es que posiblemente el socialismo norteamericano, el socialismo del siglo XXI —versión anticastrochavista— sea un nuevo capitalismo, es decir, uno surgido de nuevas productividades que salven la Tierra desde una democracia del bienestar.
El socialismo democrático de corte gringo podría ser una de las elaboraciones teóricas y pragmáticas más relevantes de este emergente siglo. Fracasados los socialismos surgidos de supuestas dictaduras del proletariado, que nunca lo fueron, si el capitalismo hasta ahora conocido puede sepultarse, cabría pensarse desde un capitalismo renovado; o sea, desde uno que activara un comportamiento revolucionario de su burguesía.