Carlos Jacanamijoy anda callado en estos días. Sin muchas muestras, gracias a Dios. Se le han ido apagando de las vitrinas con sus relámpagos alucinógenos de sus colores brillantes. Qué bueno fue no ver un solo cuadro suyo en ArtBo. Nadie de las galerías nacionales lo representó. Al menos no lo vi colgado en ningún stand, o en ningún proyecto.
Cuando el mundo creativo se repite se agota. O, al menos, así debería ser pero, no siempre sucede. Por ejemplo, el universo de Armando Villegas se movió sin ninguna presencia nacional ni comercial durante muchos años porque el mismo guerrero solo incautaba a los embajadores que recibía en su casa con manjares. Cierto es que no tuvo reconocimiento nacional ni es su país ni en el nuestro.
El extraterrestre indígena creo, que ahora se mueve así. Los trabajos de “Jaca”, como le dicen sus amigos allegados, presentan la continuidad asombrosa de un mismo telón de fondo. Relatos imaginarios de una misma fuente, con los mismos colores como para tener la certeza de que alguna pincelada tenga la verdad que vaya más allá de una ambición desmedida que se cobija con la suerte de complejo de culpa de la desgracia indígena en América.
Leyendo todas sus versiones publicadas en los medios, creo que al Putumayo vino a quedarse y va de vacaciones a hacer sus viajes y limpiezas del yagé y que en su supuestamente triunfal trayectoria, la única obra en un museo pertenece, en su condición de excluído de la sociedad, al Museo del Indio Americano en Washington.
En verdad, la propuesta de los excluidos o incómodos en la sociedad me produce irritación. Lo mismo sucede con una exposición de mujeres porque son mujeres y no artistas.
Ya no existe esa cosmovisión tan severa porque muchos de ellos son seres educados que pintan las voces de la magia y hablan de la memoria, mientras manejan un lenguaje contemporáneo. Nadie por ser distinto o aislado es mejor de aquellos que, sin categorías los que han tenido que trabajar con igual esfuerzo el camino de la expresión.
Para diferenciar la actitud ante la pintura y la condición humana podemos pensar en la maravillosa obra del mexicano de Oaxaca Fracisco Toledo, que busca en la tierra a sus ancestros, representa en el color el mundo rústico de su entorno mientras resuelve los mitos y magias del universo animal de su geografía. Ese mundo grande que Toledo creó un taller de artistas en Oaxaca, Jacanamijoy casi endogámicamente lo repite y promueve con su propia familia.
Jacanamijoy pinta una composición explosiva que disimula los propósitos de su aburrida armonía. Pinta nudos de elementos cromáticos que, en el centro de la obra les añade maniobras de luces. Puntos que le sirven para desvanecer la fuerza del centro mientras abandona las esquinas del cuadro. Argumentos que no solucionan la composición en una obra.
De la magia y los mitos de los primeros habitantes de América, ahora nos toca traducirlos en yagé, en métodos donde la inteligencia queda en manos de una muy afectada imaginación pictórica. En la obra de Jacanamijoy los elementos de la imaginación son prestados. Por ejemplo, toma prestados los argumentos técnicos de la composición de la geografía americana de la obra de Alejandro Obregón y los mezcla con su sentimiento de la atmósfera selvática que le sirve a Jacanamijoy de trampolín —con caída al vacío— para quedarse sin ninguna de los condiciones magistrales y, para instalarse simplemente en el facilismo de las actitudes de una pintura decorativa con un paisaje misterioso de luces de alucinación y con el disfraz de la pintura moderna.
