Las exóticas declaraciones relativas a la acción de los conquistadores de América están a la orden del día. El cholo Mario Vargas Llosa, invitado por la realeza que lo ha adoptado en su calidad de huérfano del Tercer Mundo al VIII Congreso Internacional de la Lengua Española, aprovecha esta tribuna para aclarar que el despojo y la consecuente miseria de miles (millones, mejor) de indio nada tiene que ver con los sangrientos delincuentes que arribaron a nuestras costas, sino que es el presidente López Obrador (quizá algunos homólogos con él) el responsable del atraso y miseria de estas tierras. Ignoro en qué va a estas alturas la salud mental del escritor, pero en este contexto me permito una brevísima reseña sobre un artículo acerca de salud mental en la Península que publica hoy ABC:
A propósito del llamado Descuartizador de Majadahonda, Bruno Hernández, "el 30 por ciento de los presos españoles padece algún tipo de trastorno mental". ¿Cuál será el porcentaje de los que andan sueltos por la Madre Patria? Comenzando por el Felipe VI, que exige a Latinoamérica pedir perdón por "masacrar a miles de españoles inocentes". Pero no todos están locos, es cuanto colijo de lo que Julián Sanz, jefe de servicio de Drogodependencias de Instituciones Penitenciarias, declara a ABC: "Hay que desterrar la idea que vincula delito y enfermedad mental, esa relación es falsa; los casos son excepcionales".
El imperativo con los españoles es hacerles tomar conciencia de su raye, cosa nada fácil: "Se puso en marcha el Paiem (Programa de Atención Integral a la Enfermedad Mental), dirigido a esos cerca de 2.000 reos, muchos de los cuales no habían sido diagnosticados antes de entrar en la cárcel (...) El programa persigue una atención clínica estable, mejorar la autonomía y la adaptación, concienciar al enfermo de su patología y lo que ellos llaman 'adherencia al tratamiento', que se tome la medicación: una quimera", dice ABC.
Enchironarlos, empezando por su rey, es complejo. "Hay enfermos que no deberían estar en prisión", asegura Raúl de la Torre, jefe de Área de Ordenamiento Sanitario de Prisiones. Ello aunque no hay sobrecupo: "Los psiquiátricos penitenciarios de Foncalent (Alicante) y Sevilla son los diques de la contención de la locura en la red penitenciaria, con un carácter terapéutico. En el primero hay en este momento 305 personas, el único que tiene un módulo para mujeres, y 156 en el andaluz. Según fuentes penitenciarias, en ambos hay plazas libres".
El mal del Descuartizador de Majadahonda es más simple que el del rey y los otros, apenas padece de una sílaba: "Bárbara, pareja de Bruno Hernández, lleva cuatro años peleando para que él sea tratado como lo que es: un enfermo. 'Necesita un tratamiento que sí tiene, pero también atención psicológica. Solo está en la enfermería. Al gimnasio no tiene fuerzas para ir por la medicación y la biblioteca se la prohibieron porque escribía la sílaba ER (su permanente obsesión) en todos los libros. Los enfermeros se portan muy bien con él'".
Sin embargo, otros reclusos están a la altura de don Felipe: "Son presos con una capacidad intelectual por debajo de la media y/o con alteraciones sensitivas y cognitivas, que pueden tener reacciones agresivas porque no se enteran, no entienden las órdenes o las normas y a veces creen que se burlan de ellos".