De la hamaca a la estaca
Opinión

De la hamaca a la estaca

Por el lado que se le mire, Otálora no podía permanecer en su puesto, luego de cono-cidas sus técnicas de persecución

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febrero 04, 2016
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“Quién fuera un piojo para enredarse en esa cabellera”, no es un piropo de salón, estamos de acuerdo, pero sí es el más hermoso que he escuchado en toda mi vida. Por venir de quien venía: un hombre sin edad, curtido al sol y al agua, acostumbrado a que los conductores le tiraran el carro encima y los peatones se cambiaran de acera y las señoras de los barrios residenciales lo amenazaran con la policía.

Eran las cuatro de la mañana de un día de hace unos quince años y, junto con el fotógrafo —realizaba una serie periodística sobre el sector de Guayaquil en Medellín—, acompañábamos a los carretilleros en el acicalamiento de las carretas, antes de iniciar el recorrido que los mantendría bajo la intemperie hasta más allá de la puesta del sol. Y de pronto un vozarrón rasgó la fría oscuridad como si de un relámpago se tratara: quien fuera un piojo… A esas horas era yo la única mujer, pelilarga además, en varios metros a la redonda. Sin duda, el lance era para mí. La sonrisa de pocos dientes, desplegada de oreja a oreja, delató al poeta callejero, orgulloso que estaba por tanta inspiración, desprovista de malicia o amenaza o irrespeto. Me conquistó, desde ese momento fue mi ángel guardián durante el mes que duró la reportería.

(Que vivan los piropos, coincido con el escritor Javier Marías. En el momento adecuado, de la manera adecuada y en el lugar adecuado, eso sí. Para que no se conviertan en hostigamiento, caso en el cual ya el delito estará servido).

Traigo a cuento esta historia porque, a pesar de ser personal e intrascendente, cae de perlas ahora que el acoso sexual está de nuevo surfeando en la cresta de la ola. Como tendría que estar siempre. No solo el sexual, cualquier tipo de acoso, que todos son abusivos, cobardes y difíciles de probar. Todos disparan los egos de los acosadores —acosadoras también las hay, pero el gran porcentaje universal está nutrido de hombres— y la baja autoestima de los acosados. Todos, sin excepción, retratan la perversidad que lleva implícito el poder mal entendido, por pequeño que parezca. Y, lo peor, todos se cimientan en el miedo ajeno.

El escándalo estalló. Tarde, pero estalló, gracias a las denuncias de dos columnistas de Semana a quienes, entre otras cosas, han criticado dizque por cebarse en la víctima, léase Jorge Armando Otálora, qué opina usted. (Ahora verá que la revelación de las miserias de un ex defensor del Pueblo, que nunca debió serlo, es pecado de los medios por no haber pedido que permaneciera en el cargo entretanto se comprobara que la ex secretaria privada, Astrid Helena Cristancho, de alguna manera, se había buscado lo que encontró. Tartufos. Son intereses políticos lo que subyace en semejante brote de benevolencia. Y machismo a ultranza).

Y ha dejado mal sabor, interrogantes varios y, sobre todo, mucha rabia en el cuerpo y en el corazón. Si esto pasa en una institución, cuya única razón de ser es poner su autoridad moral al servicio de la sociedad, ¿qué no pasará en otras para las que el comportamiento ético es un canto a la bandera?

Nada, nada que en su defensa,
sea verdad o mentira,
pueda alegar el acosador acusado justifica su actitud

Nada, nada que en su defensa, sea verdad o mentira, pueda alegar el acosador acusado justifica su actitud. Ni una relación consentida, ni un escote hasta el ombligo, ni una traga maluca, ni una funcionaria trepadora... Nada. Mucho menos si la cuestión era del orden jefe-subalterna. Por el lado que se le mire, Otálora —que tiene derecho a que sea la justicia la que lo condene o absuelva— no podía permanecer en su puesto, luego de conocidas sus técnicas de persecución. Básicamente porque su “gobernabilidad” estaba a ras de suelo. (Él solito —parecería que es aficionado a la autoayuda— pasó de la hamaca a la estaca; muy difícil tomar en serio sus palabras o actuaciones profesionales, visto lo visto en su desagradable autorretrato).

Por acosador en primer orden, pero también por torpe: ignorar que una comunicación privada se vuelve pública en el ciberespacio y se puede convertir en evidencia…; desmemoriado: olvidar cuándo y de qué manera zapateó, gritó e insultó a miembros de su equipo de trabajo y cuándo mandó por chat los mensajes y las fotos que mandó…; y de mal gusto: tomarse semejantes selfies y compartirlas…

Otálora no podía permanecer en su puesto.

COPETE DE CREMA: Señor Otálora, los juristas le mandan a decir que repase el Código Disciplinario Único, la ley 1010 de 2006 y la 1257 de 2008. Los hamaqueros de San Jacinto, que les devuelva la hamaca. La revista Soho, que llame que le conviene. Y las mujeres del común, que entre el poder como afrodisíaco y el aguacate, nos quedamos con el aguacate. No acertó ni media.

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