Comento sin haberlos leído los famosos 'borradores de La Habana'. Escogí esta opción no por pereza sino porque creo que se interpretan mejor sin ir a su letra que buscando explicaciones exegéticas de su texto: todo documento escrito a varias manos dice más de los esfuerzos por conciliar la redacción que por expresar un contenido; y con mayor razón es difícil que exprese algo claro cuando las partes intentan dar a esa redacción un sentido propio y contrario al de la contraparte.
Un escrito así siempre será farragoso, y como el resultado es lo que entienden quienes lo reciben, he preferido estudiar las columnas y opiniones que se han generado para de ello deducir el aporte que puede hacer, o la importancia que pueden tener.
Consenso parece haber respecto a que es más importante lo que se omite que lo que se dice. También en cuanto a que el peso de las 'salvedades' limita el alcance de lo 'acordado'. El recordar que 'nada está acordado hasta que todo esté acordado' no minimiza o engloba esto, sino muestra que a esa condición se le puede sacar mucha punta volviendo motivo de negociación lo que no lo era inicialmente, o de renegociación lo que parecía superado.
En últimas, lo único sobre lo cual tiene que lograrse un acuerdo es en pactar la paz, el fin del conflicto armado o de la guerra, el abandono de la violencia, el cambio de las armas por los votos, o cualquiera de las expresiones que se use. Es decir, el desmonte de la guerrilla —en concreto por el momento, el de las Farc—.
Los borradores, si algo muestran, es que lo que distancia a las partes no es el propósito ni los mecanismos. No se ve ninguna definición que justifique la existencia de la confrontación, ni que en consecuencia la resuelva. Los puntos que más se mencionan como la creación del Fondo de Tierras es lo que ha sido el Incora o el Incoder; el reconocimiento (con protección incluida) de los derechos de la oposición es simplemente un pendiente ya plasmado —aunque incumplido— desde la Constitución del 91; el levantamiento de un catastro es apenas lo básico de cualquier Estado; la condición de abandonar el tráfico de drogas es redundante si la agrupación misma desaparece (a menos que la alternativa fuera 'dejamos las armas pero nos dejan seguir el negocio'). En fin, hasta ahora los 'acuerdos' son sobre lo que no había o no podría haber desacuerdo.
Y en general, desde que se sentaron a la mesa, la guerrilla había renunciado a las pretensiones de un cambio de sistema, con abolición de la propiedad privada, la estatización de los medios de producción, etc., y eso por no ser una posibilidad real cuando tal opción o modelo había desaparecido del mundo. A su turno, el Estado no podía seguir difiriendo y menos negando las obligaciones que la evolución de la sociedad reclamaba.
Los borradores, más que un punto de convergencia, son lugares comunes a los cuales ninguna de las partes podría oponerse; no son tanto propósitos que los unen como conclusiones ajenas a lo que distancia a las partes.
Lo que realmente las distancia es la razón que se reconozca a esa 'paz'. Con la ambigüedad transcrita sobre sí el objetivo es "contribuir a reversar los efectos del conflicto" (según el gobierno) o "contribuir a solucionar las causas históricas del conflicto" (de acuerdo a las Farc); o, como se manifiesta en el debate sobre si será 'dejación' o 'entrega' de armas, el escollo es si la presentación será como una rendición o como un tratado entre enemigos que tuvieron que reconocerse la legitimidad recíproca, al uno como insurgencia política y al otro como Estado democrático.
La negociación sobre el nivel de impunidad o de castigo, o sobre los derechos políticos, gira alrededor y reflejará cual de las anteriores opciones prevalece, es la que está pendiente, y es la que definirá el resultado final. No es sobre políticas agrarias o reformas institucionales o el tratamiento al tráfico de estupefacientes que se concreta o se puede romper proceso.
La presentación de los borradores es como las campañas de expectativa cuando se va a introducir un producto comercial: no dicen nada, pero sí focalizan la atención del público sobre las bondades que suponen vender.
Estamos ante la difusión de una imagen publicitaria, no de un contenido, de algo concreto; y toca reconocer que corresponde a lo que ha mostrado el presidente Santos como su gran habilidad: crear un mundo virtual logrando que acabe siendo tratado como si fuera algo real.
Falta también saber —o acordar— cómo 'saldrá a la venta' el producto, o sea cuál será el mecanismo (¿Referendo? ¿Asamblea Constituyente? ¿Acto Legislativo?), para que los acuerdos se vuelvan obligaciones del Estado.