El 20 de julio como fecha histórica está precedida por eventos quizá más importantes o que por lo menos incidieron en el suceso de Santafé.
En Pamplona, Santander, los parroquianos habían tomado prisionero al corregidor Juan Bastús el 4 de julio de 1810. En el Socorro, el 9 de julio del mismo año, a las siete de la noche, el regimiento militar al mando del también corregidor José Francisco Valdez Posada abrió fuego desde un balcón contra los socorranos, abatiendo a ocho de ellos. El 10 se acuarteló en el convento de la orden de los capuchinos, desde donde abatieron a dos más. Sin embargo, este episodio terminó con la rendición del destacamento militar, dado el asedio del pueblo al convento y a la mediación de los jueces y de la iglesia.
Así pues, el 20 de julio es para unos un grito de independencia y para otros, contándome, nada más que una invención que no debe ser referente histórico de independencia para nuestra patria, entre otras razones porque quienes lo protagonizaron no eran personas marginadas queriéndose liberar del yugo español, sino los mismos que venían comiendo del ponqué burocrático: criollos hijos de españoles o españoles residentes que inclusive tenían grandes capitales como las familias Caicedo y Flórez (que manejaban el aguardiente y que aunque no aparecen firmando, en su nombre lo hace don Fernando de Benjumea), José Martín París (administrador de tabacos), o José Miguel Pey (que encarnaba al hoy jefe del liberalismo César Gaviria, quien le sirve a todos los gobiernos con tal de hacer parte de ellos).
No hubo batalla puesto que el capitán Antonio Baraya Ricaurte, jefe de la guarnición militar al servicio de la corona, se volteó y colocó a sus militares al servicio de los notables; volvería a voltearse otra vez en 1813 cuando el presidente de Cundinamarca (Antonio Nariño) lo envió a combatir a los federalistas, en esta ocasión se alió a ellos y en contra de Nariño. Lo que se logró con el cabildo en ese momento fue adquirir unos beneficios económicos particulares y específicos para los llamados notables de Santafé y no para la patria y menos para el populacho que acompañó a los diecisiete líderes iniciales y que no fue incluido en el acta una vez lograron atemorizar al virrey Antonio Amar y Borbón; así lo refleja el acta en su propia letra, en la cual no existe proclama de independencia alguna, sino de sometimiento a la corona española cuando se lee, por ejemplo, el compromiso de los firmantes: ”Derramar hasta la última gota de nuestra sangre por defender nuestra sagrada religión C.A.R. Nuestro amado monarca don Fernando VII y la libertad de la patria”.
Con eso claro, este evento es nada más que un pretexto organizado con anterioridad por los allegados a José Acevedo, Camilo Torres y otros que maquinan y ejecutan la acción ante la negativa de José González Llorente a prestar el utensilio al emisario don Luis Rubio; aprovechan a la muchedumbre compuesta por campesinos e indígenas de los resguardos de la sabana que a eso del medio día asistía al mercado y que estaba alicorada gracias a la chicha. Así que aquel viernes 20 de julio de 1810, a las seis de la tarde, concluyen con la firma de la denominada Acta de Independencia por cincuenta y siete diputados o vocales, a quienes registró cuidadosamente Eugenio Martín Melendro en su condición de secretario del cabildo.
Aunque los santafereños quisieron imponer esta fecha como celebración de independencia aprobando varias ordenanzas, tardarían cien años en lograrlo; la iniciativa tuvo grandes opositores, entre ellos Bolívar, quien entró triunfante a la ciudad el 10 de agostos de 1819 después de la batalla de Boyacá, expulsó a la orden de los capuchinos, expropió los bienes de los españoles que habían huido con Sámano, destinó los conventos para la educación y organizó el primer desfile militar el 18 de septiembre, que partió de San Diego por la Calle Real (hoy Carrera Séptima) y llegó hasta la Plaza Mayor (hoy Plaza de Bolívar) en celebración de la independencia que él atribuía a la batalla del 7 de agosto.
El presidente Tomás Cipriano Mosquera también se negó a adoptarla en 1841 por considerar más importantes los hechos ocurridos en Cartagena y Miguel Antonio Caro, en 1872. Solo después de la guerra de los mil días cuando don Rafael Reyes (que había participado y fracasado como emisario del gobierno en 1903 en el desmembramiento de Colombia, auspiciado por los EE. UU., para la construcción del canal de Panamá) quiso matizar de nacionalismo la pérdida que sufrió el país y pasar de soslayo los actos legislativos que él había introducido a la constitución de 1886 y que le permitían gobernar hasta 1910 sin la aprobación de los liberales es que adopta esta fecha como día de la independencia nacional; el primer desfile militar en memoria a este día se celebró el 20 de julio de 1910 en casi todas las provincias. Desde ese entonces se repite, aunque se ha visto interrumpido por la guerra con el Perú 1932-1934, el asesinato de Gaitán y el Bogotazo en 1948; la llamada rebelión de los sables del general Harold Bedoya en 1997 cuando no dejó que su tropa rindiera honores al presidente Ernesto Samper; y en el 2020 con motivo de esta pandemia del COVID-19.
La batalla de Boyacá ocurrida el 7 de agosto de 1819 es de lejos frente a los otros sucesos el quiebre de la ocupación española en nuestro territorio. En consecuencia, esta debería ser motivo de celebración como día nacional de nuestro ejército, en honor a quienes se jugaron el pellejo para que ellos hoy ostenten las armas de la patria y los privilegios que estas deparan, más teniendo en cuenta que en los episodios de Santafé, como se dijo, no hubo batalla, no hubo grito de independencia, sino de sometimiento, ¿o será que aún persiste la sumisión de las armas de la patria a intereses foráneos?