Tal vez no sea el momento para hablar de las pestes, concretamente de la viruela, porque en este encierro de pandemia a algunos les parecerá redundante o innecesario. Lo que pasa es que he llegado a La vuelta de Martín Fierro, que al decir de José Hernández, su autor, “se llama así porque es el título dado por el público”, dicho de otra manera, es la segunda parte, donde a mí también me atrapó la epidemia y ¡de qué manera! Veamos:
Atención pido al silencio
Y silencio a la atención,
Que voy en esta ocasión
Si me ayuda la memoria,
A mostrarles que a mi historia
Le faltaba lo mejor (...)
Pues bien, el gaucho Martín Fierro en esta etapa del libro decide irse a vivir con los indios como resultado de muchos sucesos vividos y sufridos.
Es triste dejar sus pagos
Y largarse a tierra ajena
Llevándose el alma llena
De tormentos y dolores;
Mas nos llevan los rigores
Como el pampero a la arena. (...)
Recordarán que con Cruz
Para el desierto tiramos:
En la pampa nos entramos
Cayendo por fin del viaje
A unos toldos de salvajes,
Los primeros que encontramos (...)
En esa inmensa geografía casi sin límites, los dos compañeros llegan hasta los dominios de los indios en un mal momento: “Se armó un tremendo alboroto/cuando nos vieron llegar; /No podíamos aplacar/tan peligroso hervidero”, quien fuera el sargento Cruz estaba decidido a luchar a muerte, sin embargo Fierro le recomienda prudencia, todo cambia cuando al fin el lenguaraz llega con el perdón del cacique. A pesar del indulto los separó durante dos años bajo una vigilancia extrema; al cabo de ese tiempo el gran jefe permitió que vivieran juntos: “Fabricaremos un toldo /como lo hacen tantos otros/con unos cueros de potro, / que sea sala y cocina...” se alimentaban con animales de caza. Mientras tanto ocurrían los malones(1).
Es importante anotar que el sargento Cruz es presentado en la obra como un desertor de la policía que se pasa al lado de Martín Fierro — hombre perseguido— “Cruz no consiente/ que se cometa el delito/ de matar ansí un valiente”.
Parece que en medio del sufrimiento con los indios hubo un alma caritativa, aquel hombre hospitalario que además les regaló unos caballos, y aunque estas acciones parecieran buenas, que lo fueron, llega un momento en que Fierro reniega de ellas porque la viruela negra diezmó a los indios; ante semejante fenómeno decían que era por culpa de los cristianos —que ellos mismos habían secuestrado—; trataban a los enfermos con curaciones secretas servidas por las mujeres de la tribu que tenían el oficio de adivinas: “Les hacen mil herejías/ que el presenciarlas da horror”.
Cruz tenía un mal presentimiento, por eso pensó en volver a sus pagos, pero se atravesó el destino, aquel que los había salvado enfermó de la peste, y Cruz “humano y valiente” obedeció el imperativo: “Quien recibe beneficios /jamás los debe olvidar” así fue, pero en el intento el contagiado murió y le pasó la plaga a Cruz. “Se le pasmó la virgüela, / y el pobre estaba en un grito (...)”.
Sabía Cruz que iba a morir y le encomendó a Martín Fierro un hijo que estaba por recibir una orfandad total.
Aquel bravo compañero/ en mis brazos espiró:
Lo apretaba contra el pecho
Dominao por el dolor;
Era su pena mayor
El morir allá entre infieles(2).
Sufriendo dolores crueles
Entregó su alma al Criador.
De rodillas a su lado
Yo lo encomendé a Jesús.
Faltó a mis ojos la luz;
Tuve un terrible desmayo;
Caí como herido del rayo
Cuando lo vi muerto a Cruz.(...)
Y yo, con mis propias manos,
yo mesmo lo sepulté.
A Dios por su alma rogué,
De dolor el pecho lleno;
Y humedeció aquel terreno
El llanto que redamé.
Muchos siglos después de haberse escrito la Ilíada en la que el canto XXIII narra la tristeza de Aquiles ante la muerte y el funeral de Patroclo, estos versos de Martín Fierro evocan el sentimiento de ambos héroes. Aquiles convoca a los Mirmídones, “lloremos a Patroclo: esa es la recompensa de los difuntos. Y cuando ya estemos satisfechos del maldito llanto, desunciremos los caballos y cenaremos aquí todos. Así habló, y al unísono lloraron, empezando por Aquiles... Tetis les infundió el deseo del llanto... Se empapaban las arenas y se empapaban las armas de los hombres con las lágrimas(...)”(3).
Y así en un momento literario se encuentran las arenas empapadas de lágrimas en la epopeya homérica, y la tierra húmeda del llanto derramado en medio del quebranto por la muerte del bravo compañero en la literatura gauchesca.
(1) Malón: (de “malo”). Incursión de saqueo llevada a cabo por los indios; calamidad. Ed. Oveja Negra. Pág. 326.
(2) Infiel: Término proveniente del tiempo de las cruzadas y de la Reconquista española, para designar a turcos y mahometanos, empleado aquí para designar a los indios. Ed. Oveja Negra. Pág. 326.
(3) Homero, Ilíada. Editorial Gredos. 3° edición. Pág 487.