Hay maestros (as) que llevan más de treinta años enseñando en sus respectivos escenarios formativos y seguramente han participado en un sinnúmero de capacitaciones en las TIC: muchos se han especializado en el tema en la última década, algunos han puesto en práctica sus conocimientos en su quehacer pedagógico y otros simplemente han querirdo estar actualizados. Pues bien, lo cierto es que hoy los docentes están impartiendo clases virtuales en diversas plataformas digitales, entregando informes y notas en la gélida pantalla: todo indica que así será todo el año 2020 y quizás un poco más (ojalá que no).
Y ha sido precisamente esta situación inusual en la que vivimos la que desnudó las debilidades presentes en nuestro sistema educativo: la brecha digital, la falta de computadores, los problemas de conectividad (reto estatal), y la poca preparación y habilidad digital para trabajar en entornos virtuales de un grupo significativo de maestros (as) y estudiantes. Pese a ello, el gran debate suscitado se ha continuado y ha avanzado.
Afortunadamente, los docentes y los planteles educativos (y lo reacio al cambio de algunos) han comprendido que, a pesar de los errores de procedimientos y de no tener manuales o acompañantes, se tiene el permiso de transformar y enfrentar la realidad (el contexto no miente), generándose una considerable apropiación de lo virtual y de lo que ello facilita a nivel pedagógico, así como de otras estrategias que se van e irán develando con el tiempo (que son necesarias recoger y sistematizar de cara al futuro cercano) tratando de generar escenarios para que los estudiantes desarrollen un proceso de aprendizaje relevante para la vida. Menuda tarea si se tiene presente que este ha sido el propósito de la educación antes de la llegada de la peste. Entonces tenemos un panorama de desafío y oportunidad para la educación en Colombia.
No obstante, el filósofo y profesor Italiano Nuccio Ordine nos recuerda que “la enseñanza virtual no puede convertirse en un caballo de Troya y no se puede utilizar la pandemia para tratar de derribar los últimos baluartes de nuestra intimidad y de la enseñanza, dado que es preocupante que haya un número importante de personas que quieran aprovechar las circunstancias para afirmar que terminó la educación presencial o tradicional (como la llamarían otros), y que ya no podemos volver a ella”. Es decir, hay que pensar en la importancia y necesidad del contacto social como comunidad y seres sociales, donde descansa quizás el verdadero sentido de la enseñanza, la formación y la vida de los maestros (as).
Y si bien tengo mis reservas con los claustros, el encerramiento y las moles de cemento (más bosques, ríos y mar), tampoco es agradable ver los planteles educativos vacíos (sin alumnos, maestros y acompañantes), sin vitalidad, sin la sonrisa del pasillo, sin las conversas, sin las miradas furtivas, sin los gestos de complicidad, sin los rostros del descubrimiento después de que un profesor (a) a través de su pedagogía consigue hacerlo, sin la alegría del viernes, sin el cultivo de la amistad (lazos físicos y reales), entre otras cosas. En particular, pienso que este escenario afectivo no lo genera ninguna plataforma digital, solo se consigue a través de las relaciones humanas y los planteles educativos y universidades deben seguir siendo una comunidad de pensamiento libre y crítico, de compromiso social, donde se formen ciudadanos de fuerte convicción ética y un hondo sentido de solidaridad humana y del bien común, más de cara a la pospandemia.
Por su parte, el escritor italiano Primo Levi expresa que “la necesidad de relaciones humanas hay que incluirla entre las necesidades más elementales”. Es decir, como, algo necesario y básico. Sin embargo, pareciera que las relaciones humanas en tiempos de la peste se estuvieran transformando en algo inalcanzable, casi una ostentación, y si bien mantenemos las relaciones por diferentes medios electrónicos y conversamos en las redes y demás, considero que no es lo mismo que cultivar afectos físicos y reales.
En conclusión, en esta encrucijada contra la peste, las TIC son y serán necesarias en el trabajo pedagógico de los maestros (aprendiendo de los errores). El acceso al dispositivo y a la conectividad deben ser un derecho y estar garantizados a cada estudiante en Colombia (lo cual no resuelve el problema formativo), sin exagerar su uso e intoxicarnos. A su vez se hace necesario en la pospandemia recuperar los vínculos y/o afecto social (recobrar una pedagogía que permita comprender las nueva realidad compleja y de crisis económica a partir de un currículo diferente). Si algo ha develado esta pandemia es la profunda injusticia desigualdades social, por ello las nuevas experiencias pedagógicas pospandemia deben ser una práctica que emocione, conmueva y haga que valga la pena vivir, tanto a estudiantes como a maestros (as). De lo contrario, el mundo será un lugar sin futuro.