La inhumana expansión transoceánica europea que dio lugar al colonialismo, a la esclavitud y al racismo, literal e implacablemente marcó con hierro candente la existencia de los pueblos no europeos. El término genocidio que define la destrucción de grupos étnicos (tanto física, es decir, asesinatos en masa o culturales, o psicológica, a través de la opresión y destrucción de los modos de vida indígena) fue la constante en todo el continente americano, previo y posterior a la presencia del africano en el Nuevo Mundo. Los europeos impusieron el estereotipo de que ellos eran los seres humanos por excelencia, poseedores de características, habilidades o cualidades superiores a los otros no arios. La noción de negro e indio surge a partir de un proceso de subalternización e inferiorización hasta la deshumanización o despojo de la dignidad humana, que parte de la idea de supuestas diferencias y carencias de los otros frente a la supremacía blanca.
Los dramas de la sociedad norteamericana del presente no pueden entenderse sino es a la luz de un tormentoso pasado. Poner la lupa a la discriminación racial en ese país nos lleva a ver las profundas hendiduras en el diseño mismo del entramado institucional que logra que sectores privilegiados socaven poblaciones estigmatizadas. De ahí que esta dimensión del racismo lo hace estructural, lo que se encarna en acciones y omisiones concretas que, derivadas del funcionamiento mismo del sistema, tienen el efecto de reproducir las desigualdades y jerarquías entre individuos y sectores sociales racializados. Es difícil determinar si fueron los africanos o los indígenas nativos los que sufrieron la peor parte en Norteamérica en mano de los europeos. Mientras que los primeros y sus descendientes aún sufren los estragos de la abominable discriminación, los segundos fueron prácticamente exterminados, tal cual no los muestran las películas del lejano oeste.
A pesar de las apariencias de la muy celebrada abolición de la esclavitud en Norteamérica, el flagelo no desapareció sino que continúa reconfigurado en la actualidad. La Enmienda XIII de la Constitución Política de los Estados Unidos prohibió la esclavitud, pero dejó una puerta abierta a los trabajos forzados en el caso de los criminales condenados por cualquier delito. Y como los afroamericanos quedaron en la pobreza extrema, fueron indemnizados los amos; empezaron a ser mostrados como criminales, súper depredadores, bestias, animales y fueron encarcelados en masa; detenidos por vagos y maleantes por delitos menores. Una vez encarcelados, ya se les podía volver a poner a trabajar. Los prisioneros reciben 12 céntimos a la hora por el trabajo que realizan. Son productos que luego lucen orgullosos la etiqueta Made in America en firmas como Victoria’s Secret y Walmart.
El 5 de diciembre de 1864 Abraham Lincoln, después de una guerra que enfrentó al norte contra el sur donde se habían subyugado a los negros, firma la abolición de la esclavitud, que se había convertido en un modo de producción tan arraigado que cortarlo de raíz habría supuesto una inmensa reconversión del sistema económico y social. Lo que jamás sucedió, las élites no podían perder su posición de privilegio frente al pobre. El sistema no estaba capacitado para absorber 1,5 millones de ex esclavizados convertidos en familias desempleadas en un territorio hostil a su raza. A pesar de la supuesta igualdad que predicaba Lincoln, el poder tenía su propia agenda y consiguió armar un sistema de segregación racial apoyado en un aparato propagandístico estatal, influyendo en el imaginario colectivo a través de la cultura. Películas como El nacimiento de una nación (1915) profundizaron en ese sistema la segregación y el odio racial.
La idea de que los negros son peligrosos impregna la cultura estadounidense. Y nos hace remontar a esa famosa película, obra de arte del cine mudo en la que el Ku Klux Klan aparece ensalzado como una milicia garante de la seguridad, que linchaba por doquier a cualquier afroamericano y se muestran a los afros como salvajes y violadores de las mujeres blancas. Una escena impactante de la película muestra a una mujer blanca que prefiere suicidarse tirándose a un precipicio antes de ser atrapada por un negro. En algunos casos, incluso se llegaban a publicar notas en los periódicos anunciando y convocando a las masas a participar en los linchamientos o ejecuciones en público. El asesinato reciente de George Floyd recuerda esos sucesos.
George Stinney, un niño negro de 14 años, fue declarado inocente 70 años después (2014) de su ejecución en Carolina del Sur en 1944. Fue condenado injustamente, acusado de haber matado a golpes a dos niñas blancas. Una hermana de las víctimas confesó, siete décadas después. que era imposible que George hubiera sido culpable, pues en el momento de las muertes el niño afroamericano estaba con ella. Era tan pequeño que tuvo que sentarse sobre una guía telefónica en la silla eléctrica
El crecimiento explosivo en la población carcelaria de Estados Unidos muestra el lado más lucrativo de la industria del racismo convertido en negocio. Estados Unidos es líder mundial en número de reclusos con 700 por cada 100.000 habitantes, mientras que los países más represivos están en 400. Y el combustible que alimenta las estadísticas es el mito del alto índice de delincuencia en la comunidad negra, mucho más propensa a ser hallada culpable en los juicios. Estados Unidos tiene solo el 5% de la población mundial, pero cuenta con más del 25% de los presos es decir, uno de cada cuatro de los prisioneros del mundo. En Estados Unidos el 13% de la población es afro y el 60% de los presos son afros. Hoy la población carcelaria es de 2,3 millones de personas y alrededor de siete millones en libertad bajo palabra. La cantidad de afroamericanos presos hoy, es mayor que el número de esclavizados al momento de la firma de la abolición de la esclavitud.
En el marco del capitalismo neoliberal de las últimas décadas, las lógicas típicas del racismo y de la deshumanización, lejos de desaparecer, se han expandido y recrudecido. Las cárceles en Estados Unidos son los negocios más grandes manejados por corporaciones privadas que hacen grandes lobbies a nivel del Congreso y el alto gobierno, para que su mercancía o fuente de ganancias (los presos) se mantenga e incremente. La nueva política antiinmigración de Trump disparó en bolsa la cotización de las empresas carcelarias. CoreCivic, el mayor operador de prisiones privadas de Estados Unidos, admitió que esta política ha sido una nueva fuente de ingresos, que hizo necesario incrementar la capacidad de las cárceles. Y GEO Group, que gestiona varios centros de detención de la frontera de Texas, se ha disparado en bolsa en los últimos años. Otro rubro inmenso es la comercialización de los brazaletes con GPS y otros dispositivos de rastreo electrónico que han convertido a las comunidades negras más pobres en "prisioneros al aire libre" con grilletes 3.0.
En los últimos años el debate discriminación y violencia racial en Estados Unidos ha alcanzado una popularidad inusitada por la poderosa razón que jamás se superó y porque realmente existe un sistema entero que lo apuntala y lo perpetua. De cualquier manera siempre ha estado presente en la realidad política y social de EE. UU. Ahora se puede afirmar que está más vivo que nunca motivado por el discurso racista, xenófobo, homofóbico y misógino de su flamante presidente Donald Trump.