Años atrás, en la década del noventa, Popayán era distinta. Las protestas llegaban al parque para lanzar sobre las paredes blancas tinta roja, amarilla, verde, azul… haciendo posible la Ciudad Pop, según el decir de alguien. Más, en la tercera década, del siglo de la globalización, la tendencia es otra.
No hay pared, muro o edificio que no esté en peligro de caer en mano de los grafiteros, o de los rayadores que convierten las paredes y las tapias en tablero de mamarrachos imprecisos, o la denuncia de una bala de goma que penetró en un ojo, en una refriega, sin que nadie sea responsable.
Y la campaña electoral se extiende en las vallas, en las paredes, en los postes de energía para coger aliento con el paso de los días. Los miserables cavan, escudriñan, revuelcan las canecas, bolsas de la basura, en competencia con los galembos.
Entre lo incomible, lo innombrable, lo inutilizable buscan algo. Mientras tanto se vocea el emprendimiento para que la informalidad de pronto llegue a algo, al paso de las patrullas que recorren las calles en la vigilancia del caos.
En la atmósfera de la ciudad se respira el deseo de escalar. Todos quieren tener su automóvil, para poder circular, sin ningún tapujo. Unos tienen dos o más carros para burlar el pico y placa, pero son tantas las paradas, los trancones y los semáforos.
Otros, en una oleada incontenible de motocicletas disputan la vía en un zigzagueante peligro de accidentes, hasta por las aceras tienen que esquivarlos los peatones. A lo largo del día el sonido ululante de la sirena de las ambulancias en competencia para apoderarse de otro accidentado.
Las chivas con su cargamento de personajes en el techo de los vehículos llegan a la plaza de mercado, donde todavía hay caballos que arrastran las carretas, en disputa con las carretillas. El rio Molino lleva las aguas de las alcantarillas mientras serpentea por la urbe.
En la primera página un periódico anuncia la desdicha de quienes fueron a robar un banco y cayeron en desgracia. Otro pasquín, que bien puede llevar el nombre de Coagulo, da cuenta de chorros de sangre, puñaladas y balaceras.
En la radio un nuevo escándalo persigue al presidente. La televisión bosqueja la selección de fútbol. Una película plasma a Oppenheimer al negarse a construir un no sé qué. Los bulos junto con los fake news anuncian las nuevas falsedades y creencias.
Y desde el pequeño parquecito de la biblioteca infantil, a lo lejos se dibuja el pedestal, del cual desalojaron a don Sebastián de Belalcázar, quedando el podio para el héroe desconocido. Y cuando la mirada desciende se encuentra con los tejados de barro.
Más acá, desde el puente del Humilladero, en toda la esquina, se halla en una pared de ladrillo la ¿imagen del progreso? Cabalgando en el tiempo, trazado con pedazos, astillas, fémures, nervios, manos, troncos, cabeza de hombre o de mujer.