Ana María Sánchez es una joven de 23 años promesa del tenis nacional, que desde muy temprana edad empezó a forjar su sueño de llegar a los escenarios más grandes y emblemáticos de este deporte en el mundo.
Su inicio en el deporte blanco fue exitoso pues a los 12 años ya representaba al país en certámenes internacionales como los Juegos Suramericanos. Un año más tarde su talento y dedicación la llevaron a representar al país en distintas canchas de Centroamérica, para a los 14 lograr el título más preciado de su carrera: campeona de los Juegos Suramericanos de Bolivia.
“Yo era súper hiperactiva, mi papá en ese momento trabajaba en Corabastos, y le destruía todo el puesto. Entonces mi papá dijo: ‘¿qué voy a hacer con esta niña?’ Entonces vinimos acá al Club Militar y comencé a practicar tenis”, recordó Ana María.
Pero no todo fue color de rosas para esta bogotana, pues sus primeros triunfos tuvieron un alto costo para su salud. “Fue muy duro, primero entré a la anorexia, mi mamá fue la que se dio cuenta un día midiéndome ropa, se me veían los huesos y mi mamá se preguntó ‘¿qué pasó?’. Yo me iba al baño a vomitar”, dijo la joven.
La mala alimentación sumada a las largas y extenuantes jornadas de entrenamiento comenzaron a hacer mella en los tobillos de Ana María a tal punto que tuvo que ser sometida a una compleja cirugía, tras la cual recibió una de las noticias más tristes de su vida.
“Me dijeron: ‘Ana María, usted a los 20 años no va a volver a caminar, usted a los 20 años estará en una silla de rueda, usted quedó desahuciada del deporte’”, ese dictamen hizo que la joven tenista viviera sus días más aciagos.
La tristeza por la que atravesaba Ana María la compartía su padre, Wilson Javier Sánchez, quien introdujo a la joven en el mundo del tenis, siendo su primer entrenador, así que su era doble su dolor. “De un momento a otro ver que todo se derrumbaba, por una lesión de tobillo, fue duro”, recordó.
Sobreponerse a la dura realidad significó para Ana María enfrentarse al rival más difícil de su carrera, para lo cual hizo gala del espíritu ganador que tenía dentro. “Empecé a jugar tenis en silla de ruedas, durísimo, casi me quiebro estos dos dedos, porque la silla de ruedas es muy difícil de manejar”, comentó.
Ana María tuvo que llenarse de valor y aferrarse a la fe de su padre para que el milagro de volver a caminar se hiciera realidad. “Era estar en una silla de rueda, postrada en una cama porque no podía moverme. Mi papá empezó a orar muchísimo, yo también empecé a poner mi confianza en Dios”, expresó la joven.
Después de varios años de lucha sus plegarias fueron escuchadas y hoy la joven intenta retomar el nivel que la llevó a ser campeona suramericana. “Hace dos meses volví a jugar tenis, lo que uno aprende bien y lo que uno ama de corazón eso nunca se le olvida, y cuando vi que estaba volviendo a jugar bien, que no me estaba doliendo el tobillo, que estaba jugando bien, por eso lo volví a intentar”, explicó.
Ana María se prepara en las instalaciones del Club Militar, su casa en el deporte, para afrontar los primeros torneos profesionales tras su difícil trasegar. “Se vienen dos torneos profesionales que son la última semana de octubre y la primera semana de noviembre que yo los voy a jugar”.
De esta manera, Ana María con trabajo, dedicación y fe, hizo honor al poeta Virgilio quien hace siglo sentenció: “pueden porque creen que pueden”. Hoy ella es un ejemplo de superación y tenacidad, enmarcando en su rostro una gran sonrisa.