La ficción y la realidad suelen cruzar sus caminos, más de lo que el desprevenido lector pueda imaginar. Infortunadamente, ocurre con frecuencia a manera de comedia, en perjuicio de los más débiles.
Como en las grandes tragedias, nuestros paladines no escapan a un destino cruel. El personal de salud libra una batalla al descampado, sin la provisión necesaria para defenderse del enemigo invisible. Así viene de tiempo atrás, lo nuevo es la agresividad de la infección que todo lo ha puesto al descubierto. Por fin se ha visto la desnudez del rey: sin tapabocas, sin un traje que los aísle, sin contrato, sin pago decente y oportuno, en lugares destartalados, con jornadas agotadoras y con la amenaza constante del despido. A su sombra, quienes hacen el aseo, recogen el reguero. Siempre ahí, aunque de ellos poco se habla, son discriminados. Ellos cumplen una labor menospreciada por los demás, incluso por los instruidos, actuando como grandes ignorantes.
En otro espacio los labriegos, arañando la tierra, sembrando la semilla, regándola, podando para darle forma a la mata, limpiando la maleza para que no se la trague, fumigando la plaga, regando de nuevo, abonando para que la mata coja fuerza y algún día, si el tiempo y la salud lo permiten, recogiendo los frutos, escogiendo, empacando y transportando a la urbe, en la que pierden con la especulación y las importaciones, para que podamos alimentarnos.
Hay otros, los identifica el trabajo, el servicio, la humildad, la dignidad, el sacrificio y esos son los más. Muchos de ellos caerán y solo en el círculo estrecho de sus vidas se les recordara. Si apelamos al recuerdo de las figuras de la Madre Teresa, Martin Luther King, la Pola o Jorge Eliécer Gaitán, evocaremos las mejores virtudes de las personas, idénticas a las de los valientes anónimos de esta pandemia.
Por otro lado, los nombres de Adolf Hitler o George Bush nos traen a la memoria pasajes lamentables de la historia de la humanidad, su capacidad de destruir y envilecer los pueblos y la condición humana no tienen parangón. Es momento de que quienes disponen de la autoridad para decidir qué hacer con los recursos del Estado definan si continuarán usándolos para atiborrar las alforjas de las EPS, los fondos privados de pensiones, las ARL, los bancos, las aseguradoras, los inversionistas u optan por salvar la gente, como hasta hoy no se ha hecho. Es hora de que se pregunten cómo los recordará la historia, si como héroes o como villanos. La comedia que están escribiendo tendrá que ser leída y su interpretación dependerá del final de la tragedia.