Todo parece indicar que la llegada de Juan Guaidó a suelo colombiano, el día aquel de la farsa urdida bajo el espejismo de “ayuda humanitaria”, no tuvo nada de aventura, como quisieron hacérnoslo creer algunos medios. Tampoco nada de improvisación: del lado de allá de la frontera, un séquito de narcoparamilitares adscrito a la banda Los Rastrojos se encargaba de garantizar la integridad física del autoproclamado hasta llegar a las inmediaciones de Cúcuta. De este lado, con un tapete rojo y calle de honor, la Guardia Presidencial estaba prevista para recibir a ese desabrido personaje, que ya contaba para esa trama con la aquiescencia de Duque, a quien nada que le suelta un ápice de autonomía su mentor Uribe.
De Los Rastrojos se conocía muy bien su palmarés criminal, mas no su entrañable amor por Guaidó, como tampoco se sabía de Guaidó que su confianza en tal grupo fuera tanta que llegara al extremo de aceptar encomendarle a él su protección, a cambio de dejarse retratar con dos de sus cabezas visibles. Como señala el periodista venezolano Óscar Bravo: “dime con quién te tomas fotos y te diré quién eres”.
Definitivamente, a la derecha venezolana no le ha ido bien con Guaidó. Tampoco a Trump. Se asegura incluso que la salida de Bolton del llavero del déspota obedeció a la fallida credibilidad del exasesor de seguridad en la información del carcamán venezolano, que le hacía ver para ya la caída de Maduro. El mandatario no solo no ha caído, sino que sus seguidores le reafirman a cada paso su respaldo, mientras que al autoproclamado cada vez se le desluce más su imagen. Hoy por hoy, lo que a Guaidó más le conviene es una derrota electoral que le permita salir con algo de decoro de ese vergonzoso berenjenal en que se metió con el beneplácito de sus hoy arrepentidos pares oligárquicos, antes que permanecer en la humillante condición actual, pues bien sabe que los honores de estadista que recibe son solo una mueca de lástima que le lanzan los “colegas” más sumisos al imperio.
A propósito, ya se sabe que la exembajadora venezolana Vanessa Neumann fue quien contactó al billonario británico Richard Branson para que financiara el concierto del 22 de febrero en Cúcuta y a Los Rastrojos para que le garantizaran seguridad al interino en tal jornada. Lo que no se sabía es que está acaudillando un movimiento soterrado de renuncia a las reclamaciones de Venezuela por El Esequibo, a cambio de mayores apoyos económicos de las transnacionales. Este asunto es de mayor preocupación aún y obliga a que volvamos sobre el tema.