En estos días la situación colombiana en torno al medio ambiente se ha visto muy lamentable debido a la estruendosa, catastrófica y devastadora falla ambiental acontecida en el municipio de Barrancabermeja, producto de la desviación de material petrolífero y que ha cobrado la vida de muchos animales y vegetación silvestre, y también de miles de peces que representan ser el sustento alimenticio de muchos habitantes de la zona afectada.
Antes de suceder semejante infamia, la mayor parte de los colombianos creíamos que ninguna tragedia ambiental pasada y futura superaría los efectos del atentado terrorista de la guerrilla del Eln en el sector del oleoducto Caño Limón-Coveñas, del cual, a diferencia del suceso central de este escrito, todo el país se enteró gracias a las constantes secciones de información sobre el mismo en “destacados” medios de comunicación como RCN y Caracol.
Con lo anterior no pretendo afirmar con sentido sarcástico que lo sucedido en Barrancabermeja tenga superior dosis de importancia que lo del oleoducto del nororiente nacional, sino discrepar un poco de muchos compatriotas que se indignaron de manera versátil, pasajera y tal vez desleal a sí mismos en sus redes sociales o espacios de diálogo familiares o con amigos pero que hoy ni siquiera mencionan el tema del desastre en Santander con el mismo dolor de patria, con igual pésame humano como el anterior. Tampoco pretendo afirmar que tenemos que convocar a una marcha nacional pidiendo la renuncia del actual ministro de medio ambiente o la desaparición de Ecopetrol como personalidad jurídica del país. Los colombianos que nos enteramos de esta tragedia no somos culpables de lo que otros hacen, pero, ¿no debe servir esto, acaso, como un espejo social con el cual podamos mirar hacia atrás y preguntarnos por qué estamos como estamos?
Una vez más nuestra cruda realidad como nación nos hace un fuerte llamado a poco tiempo de volver a las urnas después de cuatro años, segunda vez en este 2018, donde decidiremos a quién queremos que presida el destino de este país durante los próximos cuatro años. De las ya conocidas opciones puestas en la mesa, considero que Iván Duque y Germán Vargas Lleras representan aquel ideal de país petróleo-dependiente, el cual se asemeja a ese país vecino con el cual nos atemorizan y pretenden vendernos la idea de votar por ellos con el objetivo de no volvernos como aquel estado fallido sudamericano. Con esto no quiero dar entender que Gustavo Petro o Sergio Fajardo sí representan opciones viables en materia ambiental, pero la verdad es que sus propuestas políticas lo respaldan y hasta ahora no he leído que en el listado de los candidatos del Centro Democrático y Cambio Radical esté lo mismo.
Los resultados de las medidas tomadas por el actual gobierno están golpeando nuevamente nuestra conciencia como ciudadanos, advirtiéndonos que el verdadero temor que debemos tener es volvernos un país agonizado por la creencia en falsas promesas y tumbado por la férrea ignorancia electoral y política, donde resulta más pertinente celebrar un triunfo de nuestra selección de fútbol ante la homóloga francesa.