De gobernantes latinoamericanos arcaicos, timadores, guasones y clientelistas

De gobernantes latinoamericanos arcaicos, timadores, guasones y clientelistas

¿Involución? Sí, y retroceso. Poder pestífero. De malas influencias. No de gobierno, sino de simples jefaturas arcaicas o estados fallidos

Por: Orlando Solano Bárcenas
mayo 15, 2023
Este es un espacio de expresión libre e independiente que refleja exclusivamente los puntos de vista de los autores y no compromete el pensamiento ni la opinión de Las2orillas.
De gobernantes latinoamericanos arcaicos, timadores, guasones y clientelistas

El poder es frecuente en los diversos niveles, estratos y estadios de la vida social porque se encuentra en grupos sociales -grandes y pequeños- como lo ha demostrado con creces Michel Foucault. El poder es casi un fenómeno omnisciente (como el ojo que todo lo vigila), omnipresente (está en todas partes) y omnívoro (y a veces caníbal). Resumiendo, es un fenómeno universal (Ubi societas, ubi ius). Cualquier grupo humano o cualquier sociedad es un conjunto de poderes que procuran armonizarse en formas combinatorias que aspiran a poner en movimiento una capacidad de actuar sobre la conducta de otro.

Cuando es poder “social”, se extiende a un grupo de personas o a una categoría de personas sobre las cuales existe la capacidad de actuar, de imponerles reglas de conducta o de dictarles órdenes de cumplimiento so pena de sanciones. Es decir, de imponer sobre ellas una influencia, un influjo, una incidencia, una afectación, un impacto, una repercusión, una trascendencia, una intervención o un condicionamiento casi siempre de forma coactiva. El poder, es claro, influye sobre algo o alguien. Influjo que puede ser para bien de la patria o para sojuzgarla.

En la década de los años 80, el poder se aseveraba en América Latina liberador, democratizador, garante de la democracia liberal. Hoy en día pareciera que el poder anterior a esos años estuviese resurgiendo para mal, para sojuzgar, para encadenar. ¿Involución? Sí, y retroceso. Poder pestífero. De malas influencias. No de gobierno, sino de simples jefaturas arcaicas o estados fallidos.

El poder de influencia

El poder puede imponerse bajo la forma de una capacidad de influencia,  como resultado de una superioridad sobre otra persona sea por la extracción social (las clases y el poder), el temperamento más o menos fuerte, los dones personales, la educación en liderazgo, la riqueza, el carisma y la llamada personalidad de mando, etc. Casi siempre esta capacidad se sitúa en un plano de verticalidad y de forma coercitiva, sobre las diversas capas sociales. Pero se impone una constatación de orden sociológico y político: La superioridad de una persona sobre otra traduce de manera efectiva más una “autoridad” que un poder. La primera, implica el derecho de dar ordenes en virtud de una posición jerárquica. El poder,  implica la imposición de decisiones con base en la facultad de aplicar sanciones o castigos a través de una delegación recibida de la comunidad para la realización del bien común de manera reflexiva y racional. Es decir, que el poder debe ser aplicado con miras a una funcionalidad y no tanto a caprichos personales.  Estos, son retroceso, personalización del poder, retorno a las jefaturas arcaicas y con frecuencia caída en la dictadura.

El poder funcional

El poder real y verdadero puede venir de una función ejercida dentro del grupo, siendo la más caracterizada la ejercida sobre la “sociedad política”, por ser esta el elemento esencial de la estructura social tanto en cantidad, intensidad y en el fin de actuar como una estructura de mando que la conduzca a su realización a través de la coordinación de las acciones de todo el grupo. Se trata, en últimas, de una función del poder que es ejercida por seres humanos sobre personas que esperan que sea realizado el fin de fortalecer el bien común. No obstante, el grupo que es gobernado conserva -a su turno- parcelas de poder que con frecuencia el poder político en plaza pretende anular, limitar y hasta suprimir. Es la clásica confrontación Sociedad Civil-Estado, donde la primera -la ciudadanía- ya organizada defiende sus objetivos comunes presentando demandas, peticiones a la esfera pública o Estado. Este, es sabido, posee tres componentes básicos: territorio, nación y gobierno. Este último goza de un poder que aspira a ser funcional y no solo represivo e injusto.

El poder funcional en la sociedad política se constituye en “Gobierno”

La forma de este gobierno depende del régimen político concreto (Parlamentario, Presidencial, Directorial) y sobre él debe conformarse un consenso tácito y global llamado “legitimidad”, valor y principio que exige el respeto de una  “legalidad” previamente establecida y en vigor. El poder establecido ilegalmente no es legítimo. Esta ilegitimidad puede dar lugar a su derrocamiento mediante un proceso revolucionario.

A la legitimidad del gobierno se le puede oponer otra legitimidad muy superior, la del poder social, considerado en democracia el “poder soberano”, que es diferente del poder del gobierno en el sentido de que no ejerce función de gobierno, pero sí que tiene la capacidad de juzgar en última instancia y sin tener por encima instancia superior (“We the people”). El voto, por ejemplo, es una manifestación de poder soberano porque por medio de él los gobernados nombran en los cargos y por este mismo hecho trazan una línea de política general. El poder legítimo proviene de un cargo de autoridad elegido o designado de acuerdo con el respaldo de normas sociales que lo facultan para administrar de manera obligatoria, pero responsable.

Hoy en día en América Latina gobiernos de diferentes tendencias del espectro político una vez llegados al poder, inician procesos de falseamiento de las reglas de juego con la pretensión de perpetuarse en este mediante el mecanismo de la reelección inmediata o indefinida.  El poder, casi que como el agua, adquiere muchas formas de expresión.

Las múltiples formas de poder

Max Weber las ha clasificado racionalmente en tres grandes grupos: el poder carismático, el poder tradicional y el poder legal-burocrático

-El poder “carismático” se funda sobre el carácter ejemplar de una persona y del grupo que la rodea, en el fondo es un poder de influencia (comunicación efectiva y frecuente, empatía, capacidad de persuasión para influir en los demás, discurso dirigido a las emociones, balcón, radio). Su discurso está más dirigido a las emociones que a la racionalidad política, de allí su tendencia a ser “movilizador” (grupos de choque, colectivos, camisas pardas, negras, paramilitarismos de izquierdas o de derechas que terminan en fascismo).

-El poder “tradicional” se funda sobre la legitimidad de una institución y presenta características muy propias de la institución monárquica, el rol de la costumbre y del derecho consuetudinario, así como la sucesión por herencia,  tiene mucho de poder familiar y de nepotismo; es una forma de dominación que suele decir, porque “siempre ha sido así, como tradición sagrada”. En la América Latina de 2023, quién lo creyera, se están dando formas de poder familiar de tipo monárquico aún en las tendencias que suelen llamarse “progresistas”, lo que antes le reprochaban a fuerzas y tendencias del pasado.

-El poder “legal-burocrático”, o “racional-legal”, está fundado sobre la ley constitucional -que es considerada como la expresión de la voluntad general-, puesta bajo el cuidado de una burocracia de funcionarios superiores que controlan a los inferiores con mecanismos de apelación ascendente, también con procedimientos centralizados o descentralizados, división de responsabilidades, especialización del trabajo y relaciones impersonales. En esta clase de poder suele darse el conflicto Técnicos-Políticos que a menudo hace figura de Tecnocracia versus Política.

Muestra la experiencia que al lado de estas tres formas tradicionales del análisis político, existen otras formas de poder. En efecto, el poder suele ser imperialista, expansionista, avasallador.

Otras formas de poder

La clasificación hecha por Weber puede ser completada con otras distinciones o características:

-La de poder absoluto y poder limitado. El “absoluto” no reconoce límite alguno y por esta razón no acepta o impide la existencia de cualquier oposición; puede ser no-ideológico, como las antiguas tiranías, o ideológico, que es casi siempre y además un poder totalitario; por el contrario, el poder “limitado” acepta una oposición o la existencia de libertades, que es lo propio de los cuerpos intermedios.

-La distinción basada en la estratificación social de conjunto, que se divide en “poder monárquico” (concedido a uno solo, que cuando degenera se vuelve tiranía); en “poder oligárquico” (cedido a una minoría, que degenera en plutocracia); “poder democrático” (que es aquel del pueblo, de la mayoría pudiendo ser de democracia directa en países pequeños y democracia indirecta o representativa para las repúblicas modernas).

Hoy en día el poder democrático sigue siendo el modelo por seguir o reclamarse de él.

El poder democrático

El poder democrático es el del pueblo, bajo régimen republicano o monárquico. En él, la soberanía es del pueblo, que la ejerce por medio de la voluntad general; pero de forma indirecta, es decir por representación de sus diputados. El pueblo es soberano y posee el poder de nombrar en los cargos públicos directa o indirectamente y también el de juzgar el ejercicio de esos cargos.  Puede detentarlos, pero se pueden establecer algunos requisitos para ello. Los representantes del pueblo deben ser elegidos mediante el voto en elecciones libres, justas, periódicas y auditables. Es la ideología demoliberal.

En la actual América Latina, el voto electrónico y los sistemas de escrutinio digital han dado lugar a fuertes cuestionamientos como los hizo en la República Federal de Alemania el Tribunal Constitucional de Karlsruhe por no ofrecer ellos suficientes garantías de imparcialidad y ser difícilmente auditables. Una lección que el subcontinente americano ha fingido no conocer y Colombia quiere adoptar a contracorriente.

La ideología democrática

La democracia, como todos los regímenes, se dota de una ideología que se funda en cierta visión del hombre. La naturaleza de esta ideología da lugar a dos grandes formas de la democracia moderna:

-La democracia “liberal”, que proclama en una Constitución la libertad como valor dominante y reconoce un conjunto de libertades y derechos, que deben asegurar en todo tiempo el juego verdadero de la soberanía popular a través de la opinión y por el voto libre y secreto en períodos fijos, la separación de poderes que deben hacerse mutuo contrapeso; la autoridad y el poder público que deben adherirse a los postulados y ordenamientos legales, la justicia y el bien común.

-La democracia llamada “popular”, que procura una libertad ideal y futura que, en el presente, es una libertad dirigida por la ideología del partido único; es una forma de dictadura del proletariado socialista para el dominio del partido único con un discurso legitimador basado en la construcción de una sociedad socialista y el internacionalismo proletario, pero con pluralismo limitado o inexistente y con medios de comunicación que solo son del Estado. Para estas dos formas hay que establecer algunas precisiones.

La confusión de autoridad con poder

No son lo mismo. La “autoridad” conlleva un poder moral que es próximo a la legitimidad. Un poder tiene autoridad si es legítimo, por contar con el consenso del conjunto del país. Si lo pierde es legal mas no legítimo y pierde autoridad y ahí pueden darse dos situaciones: o se impone por la fuerza y pasa a ser solo poder, o le deja el lugar a otro. El poder puede ser cuestionado si ha perdido su legitimidad y ha devenido en solo poder. La autoridad “se merece”, esto es lo propio del que es digno de detentarlo y apto a detentarlo convenientemente. El poder es una capacidad para imponer comportamientos a otros y la autoridad es una habilidad de obtener obediencia por ciertas cualidades intrínsecas de la persona que merece el acatamiento y cumplimientos de las ordenes que expida. En la América Latina actual, la autoridad suele degenerar en autoritarismos y a ratos en formas próximas a un totalitarismo que le niega al poder su esencia de valor social.

El poder como valor social

El poder, según la visión de las personas que no lo tienen,  es apetecido y buscado por algunos por la posición social que confiere. Detentarlo, suele ser fruto de la riqueza o medio adecuado para adquirirla. Se reconocen cinco formas de poder:

-La forma “coactiva” (pura fuerza, vigilante, represiva, amenazante, paternalista);

-La forma de “recompensa” (premiación por algo valorado y resultado de seguimientos);

-La forma “legítima” (acatado por sus ejecutorias meritorias, reciprocidad, responsabilidad);

-La forma de “referencia” (por aceptación del grupo, de creencias compartidas, de liderazgo por simpatía e influencia, gloria, conformidad, admiración y encanto);

-La forma “experta” (basada en la efectividad, el saber, la experiencia, los talentos, la reputación, las credenciales).

El poder parece adoptar la costumbre de rodearse de cierto misterio que hace que los que lo sufren vean a los gobernantes como “ellos”, como “esos” que gobiernan, seres alejados, distantes, rodeados de una aureola que fascina, que “extraña”, que aleja. No obstante, el poder cada vez más se personaliza terminando los gobernados en identificarlo con una persona determinada que pareciera encarnarlo, que se funde en él concentrándolo y alejándose de un poder institucionalizado. Lo peor es cuando el poder se hace “personal”, omnipotente, sin reconocer límites ni respeto a la Constitución del país.

Estas formas anormales de poder juegan al toma y daca de favores, a un quid pro quo, a un intercambio inmoral de puestos por votos, de contratos por apoyos, a cabildeos por cargos. En algunos países de América Latina los eventos electorales se dan entre contratistas del Estado y políticos y funcionarios clientelares.

El poder hace intercambio de dones o favores entre gobernantes y gobernados

En estas operaciones se genera una relación de poder asimétrica entre el fuerte y el débil. Entre el que lo tiene (que sojuzga mucho más) y el que carece de él (el sojuzgado). Es un juego de intercambio desigual donde el que detenta un poder burocrático -también llamado el “superordinado- es el poseedor de cuotas de poder y de nominación con el que doblega al necesitado que no lo tiene –el llamado  “subordinado” o desposeído. En esta relación desequilibrada se enfrentan dos condiciones de vida desiguales que inician una relación necesariamente desigual de dominación en donde el estatus superior de uno (el que “dona”) se impone a otro (el que “recibe”), mediante el empleo de eufemismos del tipo: “es por el partido”, “es por tu país”, “es por la región”,  “por ayudarte”,  y mil excusas más todas de mentira y fraude.

Son las relaciones de intercambio de auxilios o favores mutuos que tratan de ocultar violaciones a la ley, la justicia, la libertad, el decoro y la moral pública, que son los valores y principios que protege la Constitución del país y que ordenan evitar las asimetrías en, por ejemplo, el acceso a la función pública a través del establecimiento de la carrera administrativa. También concediéndole derechos a las minorías, a los géneros, a los grupos étnicos, etc.

En toda Constitución democrática debe al menos quedar establecido el principio de suprimir o al menos aminorar estas asimetrías por ser ellas relaciones de poder que a través de intercambios de políticas por votos ofenden el sentimiento democrático. Naturalmente, todas las constituciones de América Latina establecen la prohibición de las relaciones clientelares, pero…

Los intercambios de favores negociados operan bajo criterios de costo-beneficio

En otras palabras, criterios de “favorable-desfavorable” que surgen de análisis racionales de oportunidades que suelen estar condicionados por la existencia de una real o supuesta capacidad de opción en el comportamiento individual entre los intervinientes de un intercambio de “regalos” mutuos (do ut des) entre patrón y cliente aparentemente a conveniencia de ambos. Son estos los mecanismos de “clientelismo” en los que la mejor oferta lleva al cliente a otras toldas, lo que obliga al patrón a aumentar sus ofrecimientos en un perverso potlacht en el que cada parte clientelar busca su propio interés. Para el que ofrece llegar o mantener su poder y para el que recibe -el cliente-, obtener o aumentar su ventaja. Quedan de esta manera enfrentadas dos individualidades que generalmente codician el bien particular a través de concesiones recíprocas, mutuas y complementarias. Por su lado, las sociedades de América Latina resultan ofendidas, mancilladas, empobrecidas, encerradas en el ciclo dictadura-democracia-dictadura y así hasta el final de los tiempos del subdesarrollo.

Gobernantes contemporáneos que recuerdan las jefaturas arcaicas

La picaresca política latinoamericana ofrece preocupantes ejemplos de jefaturas contemporáneas donde las bandas, las tribus y ellas coexisten con el Estado (generalmente fallido). Es como si la clasificación antropológica de las sociedades de Morgan perviviese bajo las etiquetas de salvajismo, barbarie y civilización siempre bajo la yuxtaposición ricos-pobres donde unos gestores, miembros elegidos, terminan formando mafias hereditarias que acumulan la tierra mediante la violencia o la guerra dentro de una organización social ya no tribal sino estatal en la que la autoridad y el poder coercitivo descansan sobre una persona o grupo de personas que centralizan el poder para provecho económico propio mediante la redistribución de favores en relaciones asimétricas, de donde resultan remedos de verdaderos estados por no tener reales estructuras sociopolíticas sino Jefaturas apenas complejas y sin mayor especialización política ni clara organización burocrática. No obstante, ellas logran imponer una regulación política permanente de estructura piramidal, en cuya cúspide está el jefe con su familia y debajo de él los funcionarios en las diversas escalas administrativas. Las lealtades son compradas, los estados son fallidos. Se trata de verdaderas supervivencias de sociedades arcaicas y elementales en la contemporaneidad.

Gobernantes latinoamericanos de la actualidad ejercen jefaturas de Trickster

En la jefatura arcaica el Trickster (o Embaucador) juega roles sucesivos o simultáneos de héroe o de bufón. Es una palabra que viene del francés triche, trampa, fullería, engaño. El Embaucador todo lo confunde y cuestiona, desdibuja todos los límites, desbarata las categorías, las reglas y las obligaciones que terminan perdiendo su fuerza dado que todo se vuelve sátira, crítica sarcástica de la sociedad y del orden institucional (proponen constituyentes para quedarse por siempre). Con él, dice Georges Balandier, se entroniza el Desbarajuste porque todo lo ofende con sus comportamientos inadecuados, disruptores, con frecuencia sacrílegos, burlescos, de rechazo total de los “ideales” de la sociedad (llegan a cambiar todo hasta lo que funciona bien, son “noveleros”). Para esta versión contemporánea de Embaucador, del pícaro “simpático”, bromista todo es transgresión, impunidad, sátira, chiste sacrílego, astucia, tretas y desconocimiento de los límites del bien y del mal, del orden social y político (ellos debilitan el sistema de partidos para evitar el control parlamentario). Este personaje se realiza desobedeciendo las normas y las reglas, desafiando la conduta convencional (son “tremendistas”, pero sin la gracia de El Cordobés). Son transgresores profesionales de los límites, de los principios del orden social y natural creyendo poder jugar con todos y todo, haciendo creer que luego los restablecerán sobre bases nuevas. Son “gatopardianos” porque todo lo cambian para que todo siga igual (utilizan la palabra “cambio” como un mantra perverso).

Los gobernantes trickster de América Latina son remedos de la picaresca de los dioses mitológicos

Los trickster de Latinoamérica son como el Hermes patrón de los ladrones, inventores de mentiras, hacedores de engaños, maestros de las tretas, del fraude electoral. Son como Autólico, hijo de Hermes ('el mismísimo lobo’), ladrón exitoso que tenía el poder de metamorfosearse y de hacer invisibles los bienes robados (en paraísos fiscales). Igualmente son como su nieto, el astuto Odiseo, bribón por naturaleza, astuto, habilidoso,  audaz, maestro del verbo que seduce y engaña, inventor de historias y disfraces (disfraces ideológicos, saltimbanquis de partido en partido). Se asemejan a Eris, la fomentadora de discordias, entuertos y envidias (mujeres gobernantes cleptócratas, timadoras, abusadoras del erario). Amigos de Dolos, la personificación del fraude, el engaño, los ardides y las malas artes, acompañado siempre de los Pseudologos (las mentiras), alumno del astuto Prometeo. Seguidores de Sísifo, tan astuto que logró engañar a los dioses, ambicioso de dinero, maestro del engaño. Son como el nórdico Loki, el hacedor de travesuras, que cambia de forma y género a conveniencia. Como si se tratase del Pícaro de los cuentos europeos (Don Juan, El Burlador de Sevilla, Maitre Renard, Polichinela) ; o del malicioso, bromista y guasón Coyote americano que le roba el fuego hasta los dioses. Son como el Embaucador de personalidad escindida y maliciosa, de Jung.

Son arrogantes jefes de Estado contemporáneos consagrados al troleo en Internet a través de sus “bodegas”, bufones, aduladores y clientes. América Latina, involucionas…

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