Breno, jefe de los galos senones, ganó la Batalla del Alia en 390 a.C. Seguidamente tomó la República de Roma por asalto y brutal saqueo. El último reducto fue el Capitolio, que no pudo ser tomado con escalamiento de los riscos por hordas sedientas de botín. Lo impidieron los gansos sagrados del templo de Juno Capitolino, gracias a sus oportunos graznidos. Perros y vigías no alertaron, vencidos los segundos por el hambre y el sueño y los canes se cree que por “soborno” con mendrugos. Siglos más tarde —el 6 de enero de 2021—, se dio el asalto al Capitolio del D.C. de Washington, encabezado —está en investigación para juicio político— por Donald Trump. En el templo de la democracia norteamericana —el Capitolio— faltaron gansos y sobraron traidores a las instituciones.
La toma y saqueo de Roma
Antes hubo masacres, incendios, pillaje y botín. Miles de guerreros celtas se tomaron la ciudad, luego de varias batallas y escaramuzas. Un noble romano —Quinto Fabio Ambusto— mató a un jefe celta del ejército de Breno casi que en estado de indefensión. Breno se enfureció y marchó sobre Roma para exigir su castigo. El pueblo se rebeló y nombró a Quinto tribuno consular. Los galos insistieron en la entrega del agresor y dos de sus hermanos. Roma se negó. Los celtas se enfurecieron más. Vino la guerra entre 40.000 romanos, muchos sin formación militar, y 70.000 celtas. Breno era muy táctico y los jefes militares romanos poco preparados. El combate se desenvolvió en amplia ventaja para los galos. Los restos del vencido ejército romano huyó hacia Roma donde entraron sin cerrar las puertas de la ciudad, refugiándose en la ciudadela del Capitolio.
Noches de terror y nuevas masacres
Los romanos que estaban dentro de la ciudad entraron en pánico. Los que no pudieron refugiarse en el Capitolio por falta de espacio y comida —los plebeyos— salieron de la ciudad. Las vestales del templo de Vesta huyeron llevándose el fuego sagrado y otros objetos de culto, pero sin sus pertenencias personales. También los sacerdotes flamen de Quirino. Los que lograron entrar al monte Capitolino se apertrecharon de algunos víveres y armas. Los acompañaron algunos soldados sobrevivientes, todos los senadores aptos para la lucha y sus familias. En la acrópolis existente —la parte más alta de las ciudades griegas y romanas— se guardaron oro, plata, prendas costosas y objetos sagrados, fortaleciendo las defensas durante tres días.
La toma del Foro romano
Directo se fueron los celtas al monte Capitolino, entrando por el Foro Romano. Allí estaban los sacerdotes y senadores más viejos vestidos con sus habituales arreos junto a Marco Fabio Ambusto, el pontífice máximo. No quisieron abandonar su hogar unos, y otros sabían que de todas maneras sería pasados por las armas. Se veían tan imponentes, serenos y majestuosos que los galos no se atrevían a tocarlos creyendo que eran seres sobrenaturales. Un galo se atrevió a tocarle la barba al senador Papirio Marco y este le dio un golpe con su bastón de marfil. El bárbaro le cortó la cabeza de un tajo. El resto fue masacrado. El aura señorial había sido rota. El Foro de la república romana fue incendiado y los senadores más ancianos pasados por las armas. Quedaba el Capitolio como último reducto, como Masada.
El asalto al Capitolio romano
Los defensores del Capitolio no se rindieron al pedido de los galos y estos intentaron asaltar la acrópolis varias veces, siendo rechazados con numerosas pérdidas. Pasaron a la táctica de rendirlos por hambre. Mientras tanto quemaron lo que quedaba de Roma y masacraron al resto de la población sin consideración de edad o género. Rabioso, Breno ordenó al amanecer la toma de la acrópolis, siendo varias veces rechazado. Los romanos resistieron y bajaron rechazándolos cuesta abajo. Breno ordenó asediarlos, algo que nunca esperó tan seguro estaba de un fácil triunfo.
La batalla en las afueras de Roma
Desde el monte Capitolino los romanos veían cómo incendiaban sus casas, monumentos y edificios públicos. Resistían el asedio con valentía. Roma confió a Camilo el ataque a los galos desde fuera y este expuso como ejemplo el valor de los asediados en el Capitolio y exigió que los senadores refugiados en él lo eligieran como general en jefe. Le fue concedido. Ordenó una incursión nocturna exitosa. Pero los etruscos traicionaron a los romanos, sus antiguos aliados. Camilo los venció y pasó a atacar a los galos causándoles numerosas bajas. Luego se preparó para liberar a los asediados del Capitolio. Un joven voluntario pidió alertar a los senadores de que Camilo los iba a liberar. De noche subió por la parte más empinada y menos vigilada de la colina del Capitolio. Los centinelas romanos lo capturaron y llevaron ante los senadores. Allí les expuso el deseo de Camilo de liberarlos. Se le mandó de vuelta a Camilo, nombrado ahora Dictador. Reunió 20.000 hombres.
El asalto al monte Capitolio
Los sitiadores siguieron las huellas del voluntario y decidieron escalar el Capitolino del lado del acantilado, por la noche. Se proponían tomar el santuario de Carmenta en gran número, aprovechando de que los guardias y los perros estaban durmiendo. Pero los gansos del templo de Juno —que se habían salvado de ser comidos durante la hambruna por ser sacros— empezaron a graznar y despertaron a Marco Manlio Capitolino que cercenó con su espada los dedos del primer escalador, cayendo este desde gran altura y arrastrando a otros de sus compañeros en la caída; algunos, estaban apenas aferrados con sus manos de manera precaria a las rocas y así pudo Manlio golpearlos con su espada. Mientras tanto llegaron los guardias del Capitolio y arrojaron piedras sobre los pocos que no se habían ido por el despeñadero. Las pérdidas de los galos fueron importantes. Manlio fue premiado con un aumento de ración. Al vigía que se había quedado dormido el tribuno Sulpicio lo mandó a arrojar por el barranco que no supo cuidar y con él, al jefe de la unidad de centinelas.
¡Vae victis!
Los galos empezaron a sufrir enfermedades y a quedarse sin provisiones, tuvieron que quemar los cadáveres insepultos. Trataron de negociar con los romanos, también desesperados por la prolongación de los combates. Los galos se burlaron del hambre de los asediados y estos, para demostrarles que no estaban tan mal, comenzaron a arrojarles panes desde lo alto de la muralla del Capitolio. Finalmente se pactó la rendición de los romanos. Breno aceptó y les exigió el pago de mil libras de oro. En el transcurso del pesaje, los romanos se dieron cuenta de que la balanza de los galos estaba trucada. Protestaron y Breno con gesto de burla puso su espada y cinturón en la balanza. Sulpicio protestó y Breno le espetó en voz alta: «Vae victis», (“! Ay de los vencidos ¡”). Algunos romanos propusieron dar por terminado el acuerdo. Otros que se continuase con ellos para así terminar el exterminio de la población restante.
«Non auro, sed ferro, recuperanda est patria»
Exclamó con fiereza el bravo Camilo: “Los romanos no acostumbraban a salvar la patria con oro, sino con acero”. Breno se enojó por la ruptura del acuerdo, y Camilo le respondió que el pacto no era válido, que seguiría en la lucha. El bravo romano venció y fue aclamado como el “nuevo Rómulo” y el “segundo fundador de Roma”. Fue vivado por los defensores del Capitolio, ordenó sacrificios a los dioses, purificó la ciudad y los templos según los rituales dispuestos en los libros sibilinos. También ordenó celebrar los primeros Juegos Capitolinos, construir un templo a Ayo Locucio, llevar el oro recuperado a los galos al templo de Júpiter y permitió los primeros discursos fúnebres en honor a los senadores asesinados y a las corajudas madres romanas.
El homenaje a los gansos sagrados y el suplicio de los canes “sobornados”
En la historiografía romana, los gansos hacen gala de verdaderos héroes como lo demuestra la ceremonia que los conmemoraba el 3 de agosto: un ganso es llevado con gran solemnidad sobre una litera adornada con flores hacia el Circo Máximo donde se le depositaba sobre un cojín de color rojo púrpura. En cambio, que para los perros —en conmemoración de la humillación sufrida a manos de los senones—, los romanos crearon la procesión de la Supplicia canum: los perros del Capitolio eran suspendidos en tendedores, cruces o estacas hechos de un árbol maldito como un castigo simbólico a los traidores por no alertar del ataque galo. Plutarco y Eliano consideran que los galos habían “sobornado” a los perros hambrientos dándoles alimentos, lo que agravaría la pena de traición a la patria. Desde lo alto de un podio los gansos asistían al vindicativo evento. El reconocimiento es total porque se cree que, sin el graznido de los gansos, el imperio romano no habría existido. Para los etólogos la explicación radica en que los gansos son animales bastante territoriales, dado que en estado natural suelen atacar para defender sus crías, amo y territorio de lo cual me dicen que Gustavo Álvarez Gardeazabal podría rendir testimonio. Sus graznidos atemorizan. Los galos pudieron comprobarlo.
Consecuencias para Roma
Después de la victoria de Roma-Camilo, se dio comienzo al renacer y fortalecimiento de la ciudad eterna. Muchos pueblos de la península pidieron la protección de Camilo. A este más tarde la envidia de los tribunos le persiguió. No obstante, Camilo impidió que sus habitantes abandonasen Roma, recordándoles que sus rituales religiosos venían de tradiciones que databan de la fundación de la ciudad y que abandonarla sería como abandonar a sus dioses. Les dijo que el lugar de la fundación de Roma era el lugar perfecto para un país en expansión y comenzó la reconstrucción de Roma. No obstante, y no menos importante, el temor a los galos senones quedó en la memoria colectiva, reavivándose posteriormente en 228, 216 y 114 a.C. cuando se dieron las grandes invasiones de los bárbaros.
Moraleja de gansos y perros
Algún entusiasta dijo que la oportuna acción de los gansos podría ser resumida en la frase de Thomas Jefferson: “Eterna vigilancia es el precio de la libertad”. A la que se podría añadir esta otra de Winston Churchill: “La función de la prensa es la de ser perro guardián de la democracia, de la libertad civil”. El presidente de Colombia Alfonso López Michelsen escribió en 1999 que Eduardo Santos había adoptado el aforismo memorable que predica: “Hay luz en la poterna y guardián en la heredad”. Los gansos sagrados de Juno salvaron el Capitolio de manos de bárbaros senones y conservaron la luz de la civilización latina. Thomas Jefferson los habría condecorado con la Medalla Presidencial de la Libertad. Cabe una pregunta, ¿a quién o a quiénes habría condecorado Jefferson con el asalto al Capitolio del 6 de enero de 2021 si no hubo ni gansos ni guardianes sino solo traidores y perros sobornados por un aprendiz de dictador?