De frente al mar

De frente al mar

Santa Marta debe recuperar su conexión con la Gran Nación Caribe, eso sí sin olvidar nuestra historia, cultura y tradiciones

Por: RICARDO VILLA SÁNCHEZ
septiembre 07, 2018
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De frente al mar
Foto: Julieth Gómez Durán - CC BY 2.0

Alguna vez leí en una de las obras de las Enseñanzas de Don Juan que este mismo le decía a Carlos Castaneda que la humildad es poder mirar a los ojos a cualquier persona. Quizás esto simboliza el tríptico de estatuas en la Calle 14 con primera en Santa Marta: la del escribano en el camellón de espaldas al océano, y las de Gabriel García Márquez y de El Libertador, de frente, al azul radial, que se observan, es más, parece se cuentan, vivencias del Mar Caribe, de la Carta de Jamaica, de La Española, de Macondo, de gitanos, árabes y judíos errantes, de indígenas y africanos, de las disputas de cañones, barques, pingües, balandras, fustas y pinazas, entre holandeses, ingleses y franceses, con sus piratas, bucaneros, filibusteros y corsarios, contra las flotas ibéricas, en los lugares en que intercambiaron el mestizaje, los negocios, los amores, la sangre, los odios, los sueños; el castellano con el patuá, el papiamento, el creol, el francés, el inglés, las lenguas indígenas, el bantú, con las que vinieron con la caída del imperio turco otomano, las que se exiliaron de cruentas guerras, y con las que aún se refugian de las venganzas, de la esperanza y del olvido o huyen de sus astucias, y demás artimañas.

Tantos que pasaron por aquí con sus inventos, sus espadas, sus relatos, sus balones de fútbol, sus botellas de ron y de whisky, su poesía, sus deudas, sus amistades, sus creaciones, sus ideas, sus compañías en enclave, sus bonanzas y el sincretismo de sus creencias. Mientras traían y se llevaban por vías formales, algunos, y otras ilegales, tesoros, conocimientos ancestrales medicinales, gastronómicos, y económicos, contribuciones, guerras y fiestas, bajo la mirada impávida de quienes dejaron pasar la hojarasca o de los que se unieron a los advenedizos, que desde antes de la independencia, y quizás en la actualidad misma, siguieron en el intercambio, en el comercio, con el  café, el tabaco, el ganado, el banano, la hierba salvaje, y lo que vino después, así como con el carbón, el petróleo, la diáspora inmigrante, hasta muchas veces nuestra dignidad y riquezas, como con los 19 saqueos y quemadas de la ciudad por los Piratas, casi tal cual el conjunto de las guerras civiles del Coronel Aureliano Buendía de los Cien Años de Soledad para terminar por contratar a los mismos con las mismas de traje, sombrero negro y chaqueta de levita, que venían con su hegemonía y su letra menuda, allende las cordilleras, como gatopardunos, a cambiarlo todo para que todo transcurra igual. Tal vez, por esto, al final de la novela total uno piensa que el tiempo en su espiral, siempre se repite.

Hacer parte desde la tierra firme, del Gran Caribe insular, del meta archipiélago, de la isla que se repite (como la ha llamado Benítez Rojo),  es nuestro mayor tesoro. No solo por los galeones que dicen allí reposan, por los huracanes, el triángulo de las Bermudas, las islas, los mitos, las leyendas, sino porque desde allá nació, y se reprodujo, como cardumen de peces, el capitalismo. Santa Marta ha crecido de espaldas al mar, sin saber que la solución a muchos de nuestros problemas sería reordenar el territorio alrededor de la integración con el Mar Caribe, con fundamento en el desarrollo humano sostenible.

En otras épocas llegaron de las islas de las grandes plantaciones a cultivar y sembrar banano y otras frutas. Vinieron, también, arrieros y colonos, con sus casas grandes de dos palmas, sus machetes, sus violencias y sus motetes, bajo sus hombros. Ahora vienen de países vecinos, trayendo historias, rutas de comercio, talentos, y, también, frustraciones y engaños. Después de que pase el huracán, en este interregno en que es posible haya conflictos y otras contradicciones, en que, seguro, algunos volverán y otros se quedarán, para que, al final de cuentas, algo deje que ojalá enriquezca nuestras tierras.

¿Quién dice que al compartir cultura, historia, lenguas, mestizajes y creencias, se pueda también pensar en que nuestras fronteras son más imaginarias que geográficas en el Gran Caribe? No se nos puede acabar la gasolina de nuestra cultura básica, la del país de agua, donde el cuerpo y la mente se reajustan a sus nativos: el caribe, así es, como lo describió Gabriel García Márquez, para después afirmar: “Lo que necesita Colombia es tener una conciencia de que es un país del Caribe, de que su destino está vinculado dramáticamente al destino del Caribe y que tiene que participar en los debates y soluciones que se buscan para el Caribe y no como un remoto país europeo que nos ve como algo que no le pertenece”.

Desde esa perspectiva, por ejemplo se podrían traer a Santa Marta maestros de inglés y de atletismo del atardecer amarillo, verde y negro de Jamaica donde pululan extraterrestres que nos hacen creer en nuestra realidad mágica, cuando ganan medallas olímpicas, muertos de la risa, como Usain Bolt; isla que queda a 24 horas en línea recta de El Morro, para que se pacte llevarles allá nuestro español, nuestra medicina, nuestras plantas, nuestro conocimiento, y nuestros Pibes. Saltar de allí a Europa o a Norteamérica, avanzar por Panamá hasta el oriente, pasar en el camino por Caracas, subir por la ruta de los Mayas hasta México, bajar por las islas hasta nuestra Sierra Nevada, recorrer ese gran Caribe desde la Tierra de Fuego hasta el Río Bravo, para seguir mirando de frente al mar con astilleros, con buques que arriben de flotas mercantes globales, cruceros con puertos de pasajeros, aeropuertos de pistas con estándares internacionales, navegabilidad del Río Magdalena, carreteras de varias calzadas y, de nuevo, el sonar de los silbatos de los ferrocarriles.

Ahora que se acerca la celebración de sus quinientos años de fundación y del segundo centenario de la muerte de Simón Bolívar, el gran proyecto estratégico de Santa Marta ojalá sea recuperar su conexión de transporte multimodal con la Gran Nación Caribe. Santa Marta puede ser el eje que parta de la ampliación de las infraestructuras marítimas para el comercio, los servicios, la logística, la agroindustria, el turismo y el trabajo decente. Con miras a que se interconecte el caribe colombiano al Gran Caribe, con puertos secos, desarrollo urbanístico, arte, saberes, cultivos y maquilas, desde Turbo hasta Punta Gallinas; y que avance con la implementación de un tren metropolitano, articulado a  trenes de cercanías hacia las vías alternas, que arriben en puertos marítimos y fluviales, por los que se complementen las mercancías, los productos, las obras, el talento humano y los servicios que se movilicen, con los que ingresen a la ciudad, dirigidos a mejorar nuestra vida. Sin olvidar nuestra historia, cultura y turismo, la justicia social, la adaptación al cambio climático, nuestra Sierra Nevada, equilibrio del mundo, y sin dejar a un lado el futuro y la supervivencia de nuestra gente.

Como dijo José Martí: “América es una sola, desde el Río Bravo hasta la Patagonia”.

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