Nunca me he subido arriba de un caballo. O si lo hice estaba tan pequeño que no lo recuerdo. No sé montar a caballo, tampoco sé cómo enjalmarlo, me hago un lío con los estribos. Usted dirá que por eso no tengo yo por qué hablar de cabalgatas. Tranquilo, lo mío no es ignorancia y tampoco animadversión: no tengo nada en contra de los binomios que devoraron geografías y ganaron batallas, ni contra la historia del progreso en lomo de mula, ni siquiera tengo nada en contra del jockey y sus quinielas y me gusta el tango aquel que dice “por una cabeza…” en voz de Gardel.
Dígale Parada a caballo o llámelo Desfile igual es Cabalgata. Esa procesión interminable que aspiró (y logró) en Medellín llegar al récord Guinnes como la más nutrida exposición ambulante de jinetes y caballos. Punto seguido apunto otros récords que ostentamos con orgullo en el mismo libro: el bingo más grande del mundo (en Bogotá) el mayor baile de fandango (en Cereté) la guerrilla más adinerada del mundo (las Farc) el pesebre navideño más grande del mundo (en Cali) la sandalia más grande del mundo (en Bucaramanga) la caravana de willys más larga del mundo (en Armenia) y por un tiempo tan breve como su estatura de 70 centímetros Edward Niño fue el hombre más pequeño del planeta.
Retomo. Hablaba de cabalgatas porque justo esta semana en Medellín se anunció que la Feria de las Flores no tendrá cabalgata. El asunto es este: Asdesilla (Asociación de Criadores de Caballos Criollos Colombianos de Silla) entidad privada que organiza este desfile hizo pública su decisión de no llevar a cabo en agosto la acostumbrada cabalgata. Además de esta cabalgata que realizan por medio de su fundación Asdesilla también es responsable de ferias, festivales y exposiciones, escuelas de equitación y un amplio número de servicios del sector equino que la definen como una de las agremiaciones más fuertes de su ramo. Ellos argumentan que no han encontrado condiciones para hacer este año el Desfile a caballo y el municipio ha dado cumplimiento a lo que ordena el Concejo de Medellín en el acuerdo 104 de 2013 en que se exige control médico veterinario de los caballos, inscripción previa con fotografía de los participantes, controles de alcoholemia y se reglamentan sanciones individuales y grupales en caso de desórdenes en la vía, entre otros.
Se han escuchado voces a favor y en contra. Como en todo.
El hecho concreto de preservar la vida de los equinos es un argumento que se repite cuando en recientes versiones se suma el número de caballos que sufren por cuenta del maltrato y las condiciones a los que algunos jinetes someten a los animales. La Sociedad Defensora de Animales ha recorrido por años el trayecto y algunos sitios de reunión común luego de la cabalgata y asiste a los animales heridos que a veces debe sacrificar por el estado en que los encuentra. Otro punto es el vínculo negativo que asocia la imagen del chalán con la mafia, afirmación esta que —como toda generalización— termina siendo injusta porque caballo = mafia no es un sinónimo exacto. Más en una tierra como esta en la que el desarrollo se ha escrito encima de una bestia, como dicen. El asunto de una fiesta íntimamente ligada al alcohol y sus consecuencias también está en boca de los que hoy sienten alivio porque no se realice. Dirán que alcohol, fiesta y consecuencia no es patrimonio exclusivo de esta fiesta, y tienen razón, pero el control de alcoholemia es uno de los requisitos de reglamento que no han caído del todo bien para algunos. Aunque, aclaro, ese no es el motivo capital para no hacerla.
Como en tantas cosas: hay razones de peso —y de pesos— por ahí.
Hoy hasta la Feria de Cali se está evaluando la continuidad de su cabalgata luego de la muerte de Paola Salazar el año anterior al caer de su caballo en las calles de capital vallecaucana. El alcalde de Santiago de Cali, Rodrigo Guerrero, tiene aún el tema sobre su escritorio.
El asunto no es contra el caballo ni los caballistas, el asunto no es contra la herencia y la tradición, el asunto tiene que ver con la forma en que se plantea la puesta en escena de estos eventos.
En este momento más que un cisma lo que puede verse es una oportunidad, digo.
Oportunidad para tributarle honor y homenaje a la figura del binomio que está en el corazón del paisa, en el blanco y verde de la bandera y en el ala del sombrero bajo el sol: hablo del arriero de ayer, del campesino de hoy. El ejemplo del esfuerzo constante en épocas en las que el mínimo esfuerzo para muchos es consigna. El mérito y la labranza del arriero son atributos de identidad. Cuando hablan de valores perdidos hay algo en esa figura que te recuerda como éramos cuando fuimos distintos y la ambición era sinónimo de trabajo duro y no de trabajo fácil.
No es igual el corcel del príncipe que el rocinante del quijote, está visto.
Para muchos no hay campo sin caballos, claro.
Para todos no hay alimento sin campo, es obvio.
Una feria sin cabalgata no es menos feria, pienso.
En las flores está la fiesta. Y Medellín siempre está por florecer.
@lluevelove