A riesgo de volver este un tema rutinario, hay que decir que esta Feria del Libro de Bogotá, como casi todas las ferias de libros de la modernidad, resulta siendo casi siempre más de lo mismo, hasta que a alguien decida hacerlas cambiar. En este sentido hay que decir que lo que se publica y exhibe en las ferias son los libros de moda, que no necesariamente son los mejores; que las ferias de libros se han vuelto un escenario donde predomina lo light, lo banal y lo etéreo; que allí solo tienen la posibilidad de exhibir sus obras quienes tienen plata para enviarlas a una editorial y contar con la suerte de que sea aprobada de acuerdo a las exigencias del mercado; un mercado que las mismas editoriales se han encargado de construir de acuerdo a sus intereses estrictamente económicos, en el que lo único que sirve es lo que se comercializa y produce ganancias, lo cual demuestra que la cultura no es un concepto abstracto, que nos involucra a todos, sino que tiene preferencias en el sentido de que tiene que ver con la situación económica de las personas. Ya lo dijo Mario Vargas Llosa: “cada clase [social] tiene la cultura que produce y le conviene (...) aunque las clases compartan muchas cosas, como la religión y la lengua”. Desde luego que editar un libro y sacarlo al mercado cuesta dinero, pero tampoco se justifica que en esta cadena de ganancias los más mal pagados sean los autores, que son quienes más lo trabajan, con su única herramienta: la inteligencia.
El excesivo ánimo de lucro de las editoriales ocasiona que las obras recomendadas e impulsadas por ellas terminen siendo flor de un día, que no se sostienen en el tiempo, y que las ferias de libros estén dejando de ser un escenario y un punto de encuentro de la intelectualidad para pasar a ser solo un punto de encuentro para la distracción y la frivolidad, en donde la figura del intelectual, y de los que de ellos pueda salir, no tengan un impacto, como debería ser, en la cultura social. Ya veremos a las presentadoras de noticieros de televisión recomendando libros, por cierto insustanciales, en los mismos espacios en los que explican y promocionan recetas de cocina y chismes de farándula.
Lo otro es que las ferias de libros deberían ser coherentes con el rescate del hábito por la lectura y la escritura y no solo un sitio para sacar ganancias; sin embargo, estas prácticas se han perdido. ¿Cómo rescatar estos hábitos? La respuesta parece ser la de siempre: debe ser una misión del Estado, dicen, pero parece que a los gobiernos les interesa más que se les reconozcan las campañas de lectura y escritura que lo que en su propia esencia estas pueden significar para los jóvenes.
“Importan más las campañas [de lecturas] que los resultados”, dijo José Saramago. Nosotros en Montería tenemos la Feria del Libro “Río Libro” y el proyecto “Planchón Literario”, que arrancó como una campaña bien intencionada para promover el libro y estimular el hábito por la lectura pero, sospecho y me inquieta pensar, que está en riesgo de hundirse. Con todo esto queda evidenciado que una feria de libros, como una campaña de lectura y escritura no deben ser solo un compromiso de los gobiernos sino también de la empresa privada, los gremios, las universidades, los padres de familia, los medios de comunicación; en fin, en las que también se involucre el factor más importante: las sociedad. Las ferias no deben ser solo colocar libros en estantes para que la gente los compre, ni las campañas de lectura y escritura deben ser solo para sacar pecho y quedar bien. Algo indican que las ferias y las campañas deben ir mucho más allá, deben ser una permanente acción dinámica, de lectores, libros y promotores, para despertar el interés por la lectura y escritura, y construir pensamiento nuevo, para una nueva sociedad.