Plantean los constructivistas una comodelación entre el lenguaje y la actividad social humana, es decir, se piensa como se habla y se habla como se piensa, por lo que alarma la degeneración de conceptos como el de héroe o heroína. El concepto data de la cultura griega y era considerado como un estatus intermedio entre Dios y el hombre. Más categórico, Platón hace distinción de dioses, démones o demonios, héroes y hombres.
Concebido en los relatos mitológicos como un ser extraordinario, el héroe confronta una situación adversa que compromete los intereses de la comunidad y finalmente muere en el cumplimiento de su misión, y su acto, rubricado con su sacrificio, se erige en gloria y ejemplo para las generaciones por venir. Ulises es el héroe prototípico, y Supermán y Batman, y la Mujer Maravilla es la heroína aunque no equiparable a Juana de Arco.
“Modernamente se tiende a confundir, en ocasiones por motivos propagandísticos, políticos o sentimentales, a los 'héroes' con las ‘víctimas’ (los ‘héroes del 11/S’, los héroes supervivientes de los campos de concentración, etc.), o simplemente con las personas famosas o célebres. Con carácter general, el acervo popular tiende a asociar la figura del «héroe» con la de alguien ejemplar y que sirve de referente en la medida en que abandera la justicia y persigue la consecución de un mundo mejor”, se le en la entrada que de héroe hace Wikipedia.
Un futbolista que hace un gol en el último segundo de un partido no es un héroe sino un hábil deportista; y no es héroe el soldado que por no seguir los protocolos de sus instructivos de combate pisa una mina y pierde su vida o alguna extremidad como consecuencia; es un mal y poco confiable soldado, inhábil para la defensa, tal vez una víctima utilizado como cordero propiciatorio. Y un policía del ESMAD que sale a reprimir a bolillazos a los ciudadanos que protestan en estricto sentido semántico es un démon platónico, un antihéroe que actúa en contravía a los derechos humanos.
Ni un médico que es asesinado en un consultorio por mano de un delincuente energúmeno es un héroe; ni lo es el médico que, por necesidad o constricción patronal, se contamina con un virus y fallece. Si no es una víctima de su conformismo al aceptar laborar en condiciones de alto riesgo sin exigir la debida protección, es estúpido, víctima a lo menos, pero no es un héroe.
La diligencia con la que el sistema lo rotula de héroe es la manera de encubrir su incompetencia (la del gobernante), trocando el oneroso concepto de “víctima”, por el que el Estado sería el primer imputado, al muy eufemístico y lacrimoso de “héroe”, tras el que se esconde limitándose a hacer sonar las corneticas oficiales, a elevar las oraciones inanes y a la celebración de cualquier ceremonia exprés y barata, que al día siguiente nadie recordará.