Este jueves 14 de marzo Nueva Zelanda, uno de los lugares más tranquilos del planeta y que según los estudiosos ocupa el octavo lugar entre los países con mejor calidad de vida en el mundo, vivió una verdadera y siniestra pesadilla. El aberrante suceso fue protagonizado por Brenton Tarrant, un australiano de 28 años que se define a sí mismo como un “etnonacionalista eco fascista”. Los hechos se desencadenaron en una mezquita de Christchurch, en donde el asesino ejecutó a sangre fría a 50 personas entre ellos varios niños y dejó como saldo final, además de estas lamentables pérdidas humanas, al menos cincuenta heridos.
Para completar, el suceso tuvo todas las características de esos videojuegos en el que un exterminador va dejando a su paso una estela de sangre, pues Tarrant transmitió durante 17 minutos vía Facebook su función psicópata e indolente. Llama la atención esta declaración del criminal perteneciente a la extrema derecha: “solo soy un hombre blanco común, de una familia normal que ha decidido tomar una postura para asegurar el futuro de su gente”. Además expresó su admiración por Donald Trump, a quien considera un “símbolo de una identidad blanca renovada”, y manifestó al mismo tiempo su rechazo rotundo al multiculturalismo y la inmigración.
Que el mundo está loco y enfermo de odio, racismo, xenofobia y segregación no es ninguna revelación y eso lo sabemos o lo sospechamos la mayoría, ¿pero a este nivel? Y no resulta para nada extraño que la cosa empeore al compás de los días, conforme a la actitud de algunos líderes mundiales (¿y también locales?) que ejercen su oscuro influjo en el mundo de hoy. Por otra parte, resulta relevante que el presunto asesino de fe de su admiración por Donald Trump, pues el presidente de USA es un abanderado de la segregación, el racismo y la discriminación, lo cual se evidencia en esa odiosa obsesión suya: el polémico muro en la frontera con México. Por último, los políticos poderosos con su lenguaje verbal y no verbal van dejando mensajes que cierto sector de la masa bruta aplica hasta niveles de intolerancia extrema, como el suceso acaecido en Oceanía. Ojalá los líderes políticos de esta parroquia acalorada llamada Colombia, la cual está cada vez más polarizada y enardecida, tomen nota de lo que puede sobrevenir si envían al pueblo mensajes de intolerancia, división, odio, segregación. Por el momento mantengamos al menos esta firme y esperanzada convicción: Colombia todavía está a tiempo de evitar males mayores.