Somos consumidos por el consumismo; no tenemos respiro para pensar.
¡Qué pesar no poder pensar! Nuestra misión social simplemente es no pensar.
El todopoderoso sistema nos concadena a la inestabilidad, a lo risible en demasía, y lo risible es lo que horada y contagia el alma.
Olemos a esclavos perfumados por el sentido del tacto.
Se han cerrado las puertas para una nueva conciencia porque la ignorancia se filtró en su totalidad. No existen las percepciones sino agujeros: la sociedad es un bullicio de 24 horas, un bienaventurado infierno.
Consumismo y bullicio, fusión perfecta de la gloria. La libertad interior raptada por los rituales del mercado, derroteros de la contaminación de las miserias.
Los sobrecogedores instintos se volvieron de icopor, lo psicológico, lo sociológico, lo fisiológico se trocaron en, bella apariencia de lo mecánico, de lo insustancial de la vida humana. Somos criaturas salvajes, grotesca sociedad.
Somos hombres de ayudantías, de la utopía al revés: ¿dónde quedó la pasión por la historia, por las artes, por la literatura, por la pintura, por la poesía? ¿Acaso son pompas de sátira social, construcciones de categorías genéricas? Tiranía de la sociedad o tiranía de la conciencia.
El exagerado reconocimiento de lo insignificante se erige frente a nosotros como realidad sustancial, ustedes y nosotros y los otros, estamos siendo resumidos, seguidamente resumidos, materias caóticas. Control y dominio.
La perspectiva histórica derrotada ante el cuasiimperio de las redes. Nos quedan y nos sobran la vida y la muerte controladas por los sueños de una sociedad dulce y adocenada.