“Horas gastadas en mi colegio diciéndome que llevaba la falda muy alta: aproximadamente 678. Horas gastadas en mi colegio enseñándome sobre violencia sexual: 0”. Este es un tuit de @PamelaForeroB que llegó a mi WhatsApp cuando comenté entre cercanos que iba a escribir sobre los escándalos más recientes de abusos en colegios y parroquias. Y es que seguimos con la misma vaina: hay que educar a los jóvenes en sexualidad y permitir que los curas puedan vivir su naturaleza como hombres terrenales.
Cuando la estudiante de medicina —egresada del Marymount— contó en Blu que en el colegio lo poco que les decían en materia de sexo hacía alusión a que “debían guardarse solo para el matrimonio”, pensé inmediatamente no solo en que era increíble que en 2022 se escucharan cosas así todavía, sino que siguiéramos casi como en el siglo pasado.
Me negué a consultar sexólogos, sicólogos, sociólogos —o todo lo que se parezca—, y llamé a alguien que opinara desde el raciocinio puro y duro, sin tapujos ni objeciones de ningún tipo… ¡desde la objetividad! Acudí al filósofo, docente e investigador Sergio Molina, quien comenzó por resaltar que hay una mala concepción de lo que es el relacionamiento: cómo y con quién me relaciono, y cuáles son los límites de ese relacionamiento. “Cuando hablan de límites, lo entienden como privación; no como la prudencia, el respeto y la consideración por el otro o la otra. Cuando hay mando sobre el otro, como en el caso de un profesor, se puede confundir con la subordinación del otro, y el otro puede perder el límite y no darse cuenta cuándo se transgrede la línea de autoridad, una línea moral o de dignidad”, dijo. Es cuando comienza a “hacer aguas” la falta de educación.
Molina destaca que somos seres sexuados, y eso me encanta porque por años vivimos en medio de la prohibición porque el sexo era pecado; como si eso hiciera que no se sintiera. Comenta él, que el lío ha estado en que cuando estamos evitando la sexualidad, la estamos postergando y la llenamos de ideales. Por ejemplo, decimos que la sexualidad tiene que ir de la mano de la relación afectiva, y no siempre debe ser así, porque realmente no lo es. Hoy las mujeres, igual que los hombres, tienen sexo por puro y mero placer, porque les gustó la o el otro, punto. Como Emily in Paris, la serie de Netflix que me parece un hit. Una ejecutiva joven que termina accidentalmente por razones laborales en la capital francesa, y vive su sexualidad a plenitud. Con equivocaciones, claro, pero con libertad natural y apertura. He escuchado comentarios machistas de que es una necia. Pues pienso que es una mujer viviendo su vida como cree, con sus convicciones y sin tapujos. Cuántas deben estarse persignando y al mismo tiempo pensando que ejercieron su sexualidad a escondidas, hasta en moteles, por esa prohibición absurda. Hay principios, valores que forjan un comportamiento y cada quién verá cómo lo hace. Qué está bien y qué está mal está en los ojos del que lo ve y la mente del que lo piensa, nada más. Pero miren además esto tan interesante con lo que complementa nuestro investigador: “hay sexualidad cuando dos amigos se abrazan y se saludan; y también hay sexualidad -que no genitalidad- cuando dos personas se sientan una al lado de la otra, entonces la confusión de sexualidad con genitalidad es la que está haciendo mucho daño”.
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“También hay sexualidad -que no genitalidad- cuando dos personas se sientan una al lado de la otra, entonces la confusión de sexualidad con genitalidad es la que está haciendo mucho daño”
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El filósofo asegura que es necesario reconducir los conceptos de caricia, tacto, quinestesia; qué hay del abrazo (que es una muestra afectiva, un acogimiento), cuándo deja de ser abrazo, cuando deja de ser tacto y pasa a ser caricia; qué condiciones y calidades tiene la caricia; cuándo es el roce y no la caricia; cuándo es la aprensión, es decir, asir o tocar con la mano sin necesidad de deslizar la mano. “Ahí ya hay unas particularidades”, asegura y agrega: “es un tema de códigos que no han sido decodificados prudente y ordenadamente desde la infancia. Lo que queda es tener claridad de mi límite, saber que otro lo transgredió, cuándo hay repetición de esa transgresión y por eso la invitación es a la denuncia, no se debe repetir y se hace público”. Mis queridos profesores y papás, esto es. Ustedes ya saben cuándo no está bien y el mismo corazón lo advierte, solo que los hijos no lo saben ni lo tienen claro, entonces hay que advertirlos desde todos los frentes en donde se desarrollan sus vidas.
Sergio Molina también destaca que hay unas personas que son más pulsátiles que otras, sienten más tensión sexual, entonces una tensión sexual aplazada logra que la tensión sexual se desborde en cualquier momento y con la persona menos indicada. Aunque este punto no se refiere solo a los sacerdotes, ellos sí que tienen tensión sexual aplazada y es donde vuelve el tema de permitirles tener relaciones sexuales, igual que cualquier ser terrenal como ellos. “Hay que hacerle frente a la sexualidad de cada uno; no dejarla como un elemento ni vedado ni aplazado. Tanto clérigos, ministros, personas de cualquier carácter deben reconocer primero su sexualidad y ordenarla; eso conserva uno cánones de prudencia, respeto, límites y dignidad. La filosofía dice que en el cruce de carnes (así lo llama) se ha perdido la expresión consensuar o acordar. Lo que hace el abusador es que no permite que el otro se pronuncie porque, entre otras cosas, sabe que el otro se va a pronunciar en contra y así abusa de su condición de mando, que es una de las condiciones que tiene el perverso”, dice Molina, y que son los casos del profesor y el párroco que fueron noticia esta semana.
Quiero cerrar con dos anotaciones de Sergio: la primera, dice que en una conferencia con religiosos, fue invitado para hablar de amor y sexualidad. El director les preguntó que si se habían enamorado alguna vez, a lo que casi a unísono respondieron: “de Dios”. El director les sugirió: “no pierdan de vista el masculino y el femenino, tengan amigos y amigas. Pueden salir a comer; tengan ese relacionamiento con sus próximos. El celibato no los puede eliminar porque terminan contenidos y distorsionando el relacionamiento. Es lo que precisamente ocurre en muchas comunidades que no saben cifrar bien el límite. Terminan creyendo que el celibato forzoso, no bien conducido ni bien razonado, se puede desfogar en cualquier momento y a escondidas, a hurtadillas, y que todo quede a modo de reserva; ahí es donde aparece la perversión y se cometen actos que no son aprobados. La segunda, dice que muchas familias han preferido, ante una pregunta sobre sexualidad, responder “de eso no se habla”, o “luego lo entenderás”. Y ese es el problema de los temas que quedan pendientes, postergados, que se evitan, sobre los cuales se siembran campos minados que finalmente se distorsionan y se acomodan al apetito de cualquier persona.