Esta Semana Santa es vacaciones para unos, descanso para otros y es una invitación a caminar tras las huellas de Jesús. Por eso quiero compartir cinco pensamientos de científicos renombrados en defensa de la religión; esa que podría ser piedra de tropiezo para muchos que han aprendido a rechazar toda manifestación cristiana, pero que al final del día, es tan necesaria para la salvación del hombre como lo es la ciencia para resolver los problemas de la vida.
Empiezo con la personalidad del segundo milenio, Albert Einstein (1879-1955) quien, ante la pregunta: ¿acepta usted al Jesús histórico? expresó en The Saturday Evening el 26 de octubre de 1929: “Nadie puede leer los Evangelios sin sentir la presencia real de Jesús. Su personalidad palpita en cada palabra. Ningún mito está lleno de tanta vida”. No está de más aceptar la invitación del autor de la relatividad del tiempo a leer los evangelios.
Por su parte, el premio nobel de física en 1978 Arno Allan Penzias dijo: “Si hay un montón de árboles frutales, uno puede decir que quien haya creado estos árboles frutales quería algunas manzanas. En otras palabras, observando el orden en el mundo podemos inferir un propósito, y del propósito comenzamos a obtener algún conocimiento del Creador, el Planificador de todo esto. Ello es, entonces, cómo miro a Dios. Miro a Dios a través de las obras de Sus manos y de estas obras se implican Sus intenciones. A partir de estas intenciones, obtengo una impresión del Todopoderoso” (Haberman, 1994, 184). No está de más acatar las insinuaciones científicas en defensa del diseño inteligente e intencionado en el universo.
Continúo con la figura más revolucionaria de la biología, que no se sospecharía que podría estar en este artículo. Me refiero al autor de la teoría de la evolución. Charles Darwin (1809- 1882) plasmó este pensamiento: “Con respecto a la visión teológica de la cuestión: esto siempre es doloroso para mí. Estoy desconcertado. Yo no tenía intención de escribir con un sentido ateo. De cualquier manera, no puedo conformarme con ver a este maravilloso universo y especialmente la naturaleza del hombre, y concluir que todo es el resultado de una fuerza bruta. Me inclino a mirar todo como resultado de leyes prediseñadas, con los detalles −buenos o malos− dejados al proceso de lo que podemos llamar casualidad” (Darwin, 1993, 224). No está de más entender que Darwin no fue un perseguidor de la iglesia, y que su creencia personal no constituye una lucha antirreligiosa por “el Origen de las especies”.
Otro premio Nobel de física en 1964 Charles Townes, escribió sabiamente sobre el encuentro entre ciencia y religión: “En los descubrimientos científicos hay una experiencia enormemente emotiva la cual creo similar a lo que algunos normalmente describen como experiencia religiosa, una revelación. De hecho, me parece que se puede ver a una revelación como un descubrimiento repentino de comprensión del hombre y su relación con su universo, con Dios, y con otros hombres” (Townes, 1963, 37). No está demás abrazar el pacifismo el diálogo y el pluralismo en detrimento de la ideología y la soberbia racionalista.
Finalmente, comparto las palabras del brillante genetista Francis Collins: “Para mí la experiencia de secuenciar el genoma humano, y de descubrir al más admirable de todos los textos, fue tanto un logro científico impresionante como una ocasión de veneración. Muchos estarán perplejos por estos sentimientos, asumiendo que un científico riguroso no podría ser también un creyente serio en un Dios trascendente. Este libro pretende disipar esa idea al argumentar que el creer en Dios puede ser una elección completamente racional, y que los principios de la fe son, de hecho, complementarios con los principios de la ciencia” (Collins, 2006).
No está de más en esa maravillosa complementariedad entre ciencia y religión: desear a todos un inspirado semanario centrado en las enseñanzas oportunas de Cristo.