Javier Milei (53) es un producto genuino de los medios de comunicación masivos + las redes sociales.
No tiene organización partidaria, que sería el primer ámbito de formación política para intentar dirigir toda sociedad siempre disímil, con sus altos contrastes, diferentes opciones, intereses contrapuestos, etc. sino que «La Libertad Avanza» es lo que él piensa: no debe haber «cultura, ambiente y desarrollo sostenible, equidad de género, deportes, obras publica, ciencia tecnología e innovación, trabajo y seguridad social, educación, transporte, salud, desarrollo social, Banco Central»; como la ha dicho en reiteradas oportunidades desde hace años.
Si no hubiera tenido la exposición mediática que se le otorgó de manera desmedida, ya que sus propuestas no ameritan un real interés ciudadano, sino que son expresión de un inhumanismo bastante categórico, Milei no se hubiera transformado en el fenómeno que es.
«Anarco – capitalista», le dicen unos; «ultraderechista», otros, en un intento de clasificarlo acorde al espectro partidario convencional.
Quienes analizan no a Milei, sino a sus más de 7 millones de votantes de los 34 millones que acudieron a las urnas en las PASO, elecciones primarias para elegir candidatos presidenciales, lo asocian al mal gobierno kirchenrista de Alberto Fernández, que recibió un 60% de voto negativo; al desprestigio del sistema bipartidario argentino, pues crea un espectro político de tres tercios inédito para ese país; al malhumor social deviniente de que una república con enormes posibilidades, sufra un 40% de pobreza, una inflación de tres dígitos ubicada entre las mayores del mundo y una corrupción importante que invadió hasta el manejo de la vacuna anticovid.
Milei no propone originalidad de recambio político: el «que se vayan todos» —que repite como un mantra—, lo inauguró Néstor Kirchner durante la crisis de 2001, cuando se vendía como alguien diferente del sistema político (Milei le agrega «la casta corrupta») y en poco tiempo multiplicó por 14 su patrimonio con maniobras que hasta hoy, mantienen a su viuda Cristina Fernández, heredera de lo bueno y lo malo, como asidua convocada a los tribunales penales.
Un dato interesante que dejan las elecciones internas argentinas es que en cuatro de las cinco jurisdicciones en que se elegía gobernador —Ciudad Autónoma de Buenos Aires (CABA) Provincia de Buenos Aires, Catamarca y Entre Ríos— los votos fueron a las opciones del sistema, sea Juntos Por el Cambio (oposición) o Unión por la Patria (oficialismo). Quizás pueda darse lo de Costa Rica en 2018: en la primera vuelta electoral general, el candidato Fabricio Alvarado, apoyado por las iglesias evangélicas y con el eslogan de ser diferente a «los políticos», pasó de un 5% en las encuestas, a un 25% de los votos superando al candidato Carlos Alvarado, quien en segunda vuelta recogió el voto razonado del establecimiento y obtuvo la presidencia durante el periodo 2019-2022. Un dato significativo de esa elección costarricense: el abstencionismo respecto a la segunda vuelta de 2014, se redujo en más de 10 puntos porcentuales de 43,5% a 32,97%.
¿Ocurrirá lo mismo en las elecciones argentinas de octubre y habrá significativa reducción del abstencionismo— casi uno de cada tres ciudadanos, un 31%— registrado el domingo 13/8 en Argentina?