Es obvio (y hasta comprensible) que la incómoda vecindad ideológica del nazismo con la derecha produzca escozor entre ciertos líderes conservadores, lo que no es fácil es sacudirse o deshacerse del peso de semejante herencia, a menos que pretendas poner patas arriba la historia y borrar de un solo plumazo lo que aparece documentado en cientos de archivos y bibliotecas enteras.
A raíz de unas declaraciones hechas por el presidente electo de Brasil Jair Bolsonaro hace un par de años donde acusa al nazismo de ser un movimiento de izquierda, esta polémica sobre el origen y naturaleza ideológica del nazismo salió a flote nuevamente. Pero veamos cuál es el fundamento o argumento para sostener semejante dislate.
En el fondo, la idea de que el nazismo —una ideología supremacista, ultranacionalista y racista— es de izquierda y de origen socialista es una completa memez y no goza de ningún reconocimiento en medios académicos o centros de pensamiento. El origen de esta idea podemos encontrarla no en la historia sino en la propaganda partidista promovida por medios de la extrema derecha. El truco argumental utilizado por estos autores para achacar a la izquierda el origen del nazismo es simple y consiste en correlacionar hechos sin nexos causales aparentes. Uno de los razonamientos falaces más extendidos es establecer similitudes y afinidades ideológicas o políticas del nazismo con la izquierda a partir de analogías existentes entre las dictaduras de izquierda y derecha. Decir, por ejemplo: si Hitler prohibió la libertad de prensa, entonces es comunista porque Stalin hizo lo mismo en la antigua URSS. Este tipo de falsa analogía nos llevaría a decir que Pinochet era comunista porque amordazó la prensa y prohibió la libertad de expresión. O también decir que si el nazismo alemán se inspira en el fascismo italiano y si el fascismo decimonónico nació en una época de explosión de partidos socialistas ocurridos en la segunda mitad del siglo XIX, entonces el nazismo es necesariamente de izquierda.
Dentro de esta perspectiva, el nazismo, al estar inspirado en el fascismo italiano es calificado como otra variante del marxismo, con su totalitarismo y colectivización de la vida política y económica de Alemania; de este modo, la propaganda de derecha atribuye al nazismo el mismo estatus socialista que cualquier partido histórico de izquierda, al lado de los espartaquistas, anarquistas, socialdemócratas y demás partidos de izquierda que operaban en la Alemania de entreguerras. Si bien es cierto que hay fuentes históricas documentadas que remontan el origen de la ideología fascista a la explosión de partidos socialistas ocurridos en la segunda mitad del siglo XIX, no existe una relación causal demostrada, que evidencie un nexo orgánico doctrinario entre los socialistas y los fascistas decimonónicos, aparte de compartir algunos devaneos teóricos y medios prácticos para llevar a cabo sus fines. Estas relaciones de similitud que atribuyen al fascismo italiano un parentesco ideológico con la izquierda no son sino parafraseos fuera de contexto de obras de eruditos y estudiosos del fascismo como Sternhell y Nolte, mezclados con invectivas y falacias.
Solo basta un estudio honesto y básico del ideario nazi, sus doctrinas, su sistema económico y su política social para advertir que estamos ante un partido de extrema derecha totalitaria, con una agenda virulentamente anticomunista y antiobrera. El nazismo y comunismo de hecho son ideas en principio contrarias y excluyentes y pertenecen a distintas órbitas ideológicas.
Socialismo en su sentido original y clásico, tal como lo postuló Marx en sus obras, consistía en la abolición de la burguesía como clase, también socializar los medios de producción y transferir la propiedad de la tierra a los campesinos, acabar con el sistema capitalista y cualquier vestigio del antiguo sistema feudal. Eso no hicieron los nazis. El nazismo nunca promovió la lucha de clases que es el epicentro de lucha social de los movimientos de izquierda. La idea nazi era imponer demagógicamente una revolución social nacionalista para Alemania, no un socialismo que transfiriera el poder a la clase trabajadora. Y la manera de apuntalar esos designios era utilizar demagógicamente el mote socialista como carnada para ganar el favor de la clase trabajadora.
Por otro lado, decir que Hitler era un agitador popular de izquierda como lo podría ser Lenin o Trosky y que la diferencia estaría marcada no en la ideología misma sino en los matices y alcances de cada programa, es mentira. Hitler jamás militó en partidos de izquierda, ni perteneció a la vanguardia socialista ni a ninguna de sus fracciones, tampoco fue un ideólogo o teórico de estos grupos, ni rivalizó con los líderes comunistas alemanes por granjearse el favor de las masas como ocurrió con los partidos de izquierda en la Alemania de los años 20, enfrentados luego de la rotura programática entre los partidarios de Stalin y Trosky.
Desde sus orígenes, el nazismo apareció en la escena política como un partido de extrema derecha conformado por antiguos oficiales conservadores del ejército, descontentos por la traición sufrida de los gobernantes judíos socialdemócratas que, según ellos, se rindieron ante los aliados sin haber sido derrotados. Recordemos también que Alemania, luego de la derrota en la PGM, sufrió una grave crisis social y económica que generó conflictos sociales que terminaron enfrentando los partidos de derecha encarnados en los movimientos reaccionarios y antirevolucionarios y la izquierda conformada por los sindicatos y clase trabajadora que querían arrebatar ese poder a la clase burguesa. El partid nazi lo conformaron grupos de choque y fuerzas paramilitares como las SA y las SS de antiguos combatientes del ejército que se reconocían así mismas como extrema derecha y que prácticamente arrinconaron y exterminaron en la calle a los partidos de izquierda que buscaban cambiar el régimen de propiedad y eliminar a las clases terratenientes y burguesas de Alemania. Esto hicieron los nazis, defender la causa de la derecha alemana.
Por otro lado, Hitler, tampoco fundó el partido nazi sino que se adhirió en los años 20 a este movimiento que desde sus inicios declaró ser nacionalista y anticomunista. Sin embargo, hay que remarcar que el nazismo, en su origen, no tuvo ninguna ligazón con las clases burguesas dominantes, en realidad era un partido popular surgido como consecuencia de la debacle alemana sufrida después de la PGM.
El partido nazi no desarrolló ninguna conciencia de clase, tampoco demostró interés alguno en ser vocero de los intereses particulares de alguna clase social o defender sus demandas o intereses, más allá de lo demagógico. Podríamos decir que el nazismo era un movimiento populista, demagógico y paraclasista que defendía sus ambiciones partidistas, nada más. El nazismo nunca abrió espacios reales al proletariado organizado y con conciencia de clase como para ser considerado un partido de izquierda, al contrario, en su caminó al poder combatió los sindicatos y negoció su llegada al gobierno con la alta burguesía y la aristocracia terrateniente. Y los dirigentes obreros que militaron en el nazismo en realidad eran simples marionetas del partido que aprobaron incluso el exterminio de los obreros y cuadros dirigentes comunistas de los sindicatos.
El nazismo con su discurso visceral anticomunista encontró fácilmente apoyo en la mente de las masas hambrientas. La fórmula astuta de echar la culpa de la debacle y derrota alemana a los judíos y bolcheviques de izquierda permitió crear un sentimiento de unidad nacional en la sociedad alemana, los nazis encontraron el chivo expiatorio a quien crucificar. Esta mentira caló en las masas, excepto en la clase intelectual, académica y científica y en sectores cultos y altamente politizados de la izquierda que fueron perseguidos, encarcelados y la mayoría ejecutados. El resto es historia básica. El nazismo se convirtió rápidamente en un fenómeno de masas y paso a ser un movimiento caudillista de derecha conducido por un líder histriónico, seguido y venerado ciegamente por las masas delirantes y enardecidas, como si fuera un mesías protector y proveedor
Hitler, durante su ascenso al poder eliminó a sus rivales dentro y fuera del partido, y en toda esa vendetta encontró apoyo en ciertos sectores de la clase burguesa dominante. De hecho, fueron los capitalistas en principio reticentes quienes financiaron sus campañas políticas con la garantía de que una vez llegado al poder respetaría, en la medida de sus intereses partiditas, la propiedad privada de la industria y la tenencia de la tierra.
Por otra parte, la mayoría de oficiales del ejército alemán, lo conformaban las elites aristocráticas y semifeudales de la Alemania rural del este, esta clase agroexportadora provenía de la antigua nobleza y era poseedora de inmensas tierras, castillos y propiedades, los nazis nunca tocaron estas propiedades y la aristocracia feudal alemana durante la guerra mantuvo sus propiedades, títulos nobiliarios y prestigio en la sociedad. Estas clases de grandes propietarios siguieron existiendo durante el régimen nazi hasta finalizada la guerra, de modo que en Alemania nunca hubo una revolución socialista que alterara la relación de propiedad como quieren hacer creer los medios propagandísticos de derecha.
Alemania, durante el período de gobierno nazi y a lo largo de la guerra, siguió funcionando dentro de un modelo económico de capitalismo de Estado y partido único, bajo las demandas de una economía de guerra, reglada por un Estado omnímodo que tenía el monopolio absoluto de la fuerza y uso de las armas, utilizado para adelantar una guerra de agresión en Europa y al mismo tiempo aplastar a los sectores políticos que amenazaban internamente el régimen de propiedad sobre los medios de producción; de hecho la burguesía azuzó a Hitler para exterminar los partidos comunistas y socialistas, a los spartakistas y la socialdemocracia que amenazaban con eliminar el poder de estas clases privilegiadas.
La bandera de lucha del nazismo, en realidad, era la restauración de Alemania como nación, luego de haber sufrido una humillante derrota y la imposición del Tratado de Versalles que consideron injusta. El nervio de la doctrina nazi en el fondo no era revolucionaria, ni en lo económico ni en lo social, era simplemente materializar el mito de la superioridad racial alemana dentro de un capitalismo de estado, utilizar la fuerza bruta y el sofisma de la supremacía de la raza alemana a otras etnias y nacionalidades, algo que llevaron literalmente a la práctica hasta las últimas consecuencias. Los nazis, como demagogos profesionales, apelaron al ideal germánico, revivieron el mito romántico del pueblo ario puro, incitaron al pueblo alemán a recuperar su orgullo sin distingo de clase, justo cuando el pueblo estaba sumido en una grave crisis económica y moral, producto de la derrota en la Primera Guerra Mundial, la inflación y recesión económica y la pérdida de territorios. Los nazis, que eran un puñado de aventureros y charlatanes, solo tuvieron la habilidad de venderle al pueblo un ideal donde aferrarse, no una revolución social y económica, algo que acabó despertando en las masas trabajadoras y hambrientas un estado de histeria colectiva y que finalmente allanó el camino para que los nazis pudieran imponer una dictadura sangrienta y brutal.
Lo que buscaban los nazis era imponer, no un estado comunista, sino un tipo de dictadura totalitaria y depredadora, de corte colectivista, con la anuencia de la burgiesía alemana, a fin de conquistar y esclavizar otros países y demostrar al mundo la superioridad de su raza.