Los gobernantes se disputan el poder en las urnas con argucias audaces, con tamales o repartiendo plata, como siempre ha sido, pero lo que definitivamente no estaba en el presupuesto de los analistas más pesimistas es que tipos con poca o ninguna experiencia en el gobierno de una nación puedan regirlas. Con Trump en Estados Unidos, Boris Johnson en el Reino unido, Duque en Colombia y Maduro en Venezuela (para no seguir citando más casos absurdos) se reúne un ramillete inapreciable sobre los mandatarios improbables de la actualidad. Líderes (si acaso se les puede nombrar así) que hace algún tiempo nadie en su sano criterio habría siquiera apostado que llegarían al poder y que, hoy por hoy, definen el rumbo de los países que dirigen a su antojo. Pero están ahí, por algún designio desafortunado o castigo divino. Cualquiera de los dos da igual. El resultado sigue siendo el mismo.
José ingenieros, en su libro El hombre mediocre, señaló este estado de cosas como “el clima de la mediocridad” y consiste en que las piaras que medran cerca del poder se acomunan para detentarlo y ejercerlo a su arbitrio. La consecuencia inmediata es la inversión de valores de unos con respecto a los otros: los mediocres se encumbran y los que velan el Ideal deben exiliarse voluntariamente hasta que las cosas cambien. Y ese es el punto: esperar que las cosas cambien. ¿A qué precio? Que lo digan los venezolanos caminantes. No pueden esperar más: una generación completa se ha perdido. Pero volvamos a los prospectos absurdos. Si nuestra época fuera saludable, ninguno de estos ineptos siquiera hubiera tocado las puertas del parlamento, pero estos no son tales tiempos. Estos pseudogobernantes son la muestra fehaciente de lo enferma que está nuestra época. Cada legislador es la expresión exacta de su pueblo. Es decir, nos merecemos este gobierno.
Esta especie de presidentes solo traen retroceso, volver al medioevo. Pero es lo que los pueblos se merecen. Cuando se esgrimen argumentos de odio y miedo suelen suceder estos accidentes de la historia. Ojalá este experimento no nos salga caro, sobre todo en un ambiente tan tenso, que hasta se amenaza con botones de guerra nuclear y compiten por quién lo tiene más grande.