De dioses a animales

De dioses a animales

"Tenemos el poder pero no el dominio; el conocimiento pero no la sabiduría; la posesión pero no el logro. Seguimos a mitad de camino en este viaje de más de 70 mil años, en el cual barruntamos ya su fatídico final."

Por: Roberto Echeverri Uribe
junio 05, 2017
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De dioses a animales
Foto: Taringa
Hace unos 70 mil años, el Homo sapiens era un animal insignificante que se ocupaba de lo suyo en un rincón de África. En los milenios siguientes fuimos además de realidad, una gran posibilidad, transformándonos en amos del planeta y el terror del ecosistema. Nos apropiamos de todo e hicimos de nuestro mundo, —un habitáculo irreal, casi imposible y peligroso —, un lugar viable para la vida y progreso gracias a la potencia de la tekné. El imaginario colectivo, la literatura, la lúdica y la construcción social de conocimiento permitieron al hombre componer escenarios de vida extraterrestre así como las mil y una maneras de conquistar nuevos y lejanos mundos. Hace ya 70 mil años —un milisegundo cósmico—, pasamos de ser bípedos aislados y primitivos trashumantes a fundar ciudades con decenas de miles de habitantes con entramado social, instituciones de gobierno, y un corpus de normas que facilitaron la vida en comunidad.
Y fue la capacidad de imaginar colectivamente, la que nos hizo construir una sociedad de gran complejidad social; de pensamiento coordinado, trabajo en equipo, de fantasías soñadas e ideales utópicos. Hoy, convertidos en dioses, estamos a punto de adquirir no solo la eterna juventud, sino las capacidades divinas de la creación y la destrucción. Una especie de Eros y Tánatos "express". En esta fantástica transición, el universo ha sido víctima de su propio invento; dejó de ser el gran hacedor, para convertirse en nuestro esclavo. El infinito, el atemporal, el eterno, fue quien nos trasladó casi toda su sabiduría. Quedan hoy muy pocos misterios por develar. Ahora somos nosotros quienes sin saber qué hacer, tomamos las riendas de nuestra propia existencia. Somos ignorantes y poderosos: peligrosa mezcla explosiva para cualquier ser viviente. ¿Lanzó Dios los dados al darnos tal inteligencia, o por el contrario somos producto de un azar cósmico?
Hicimos enormes progresos con respecto a la condición humana reduciendo el hambre, la peste y la guerra, pero nuestro egoísmo y autodeterminación, han permitido que la situación de los demás seres que cohabitan este planeta se deteriore rápidamente. A pesar de los asombrosos acontecimientos, seguimos sin estar seguros de sus objetivos, y parecemos estar tan ansiosos y descontentos como en el pasado. Avanzamos en todas direcciones en cuanto a las técnicas más sofisitcadas en lo militar y lo científico, pero seguimos sin saber a dónde vamos a llegar con todo esto. Con armas de destrucción masiva jamás imaginadas, mantenemos una pobreza imaginativa deplorable al tratar de idear qué hacer con ese poder, y la manera de ponerlo al servicio de nuestra propia especie y los demás seres vivos que nos acompañan.
Hoy, prepotencia y pedantería deja ver nuestra irresponsabilidad. El Dios planetario, ínfimo, humano y mortal, dominado por los deseos más perversos, y sometido a los más abyectos apetitos, utilizando simples leyes de la naturaleza, no da explicaciones de su actuar causando daños irreparables a cuanto le rodea. Manipulamos la existencia de nuestros coetáneos con propósitos de dominación y poder, y como hombres niños, nos dejamos guiar por la búsqueda afanosa de nuestra propia comodidad y diversión, sin lograr satisfacción en lo que hacemos. Somos dioses errabundos, móviles, depresivos y ansiosos que lo quiere todo, ignorándolo todo; y aunque conozca los más profundos misterios del universo, desconoce de sí mismo las pasiones y emociones más primitivas que hacen angustiosa su existencia. Es el precio a pagar por el premio a una racionalidad superior, por la superioridad de una raza predadora, por el dominio de un todo incomprensible. Tenemos el poder pero no el dominio; el conocimiento pero no la sabiduría; la posesión pero no el logro. Seguimos a mitad de camino en este viaje de más de 70 mil años, en el cual barruntamos ya su fatídico final.
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