Cuando Gabriel García Márquez llegó de la costa pasó su primera noche en el corazón de este sector, que en los lejanos 40 era una mezcla de casas antiguas con jardines, negocios y una que otra cantina. Sus bellos antejardines eran famosos porque allí reventaban las flores de cartuchos. De ahí surgió el nombre de la Calle del Cartucho o antigua carrera décima, que muchos años después se convertiría en vecindario del Bronx.
La cita la descubrí leyendo Vivir para contarla. Al comenzar el cuarto capítulo, en la segunda página, se narra la experiencia de su primera llegada a Bogotá. Entonces Gabito escribió:
La casa donde pasé la noche era grande y confortable, pero me pareció fantasmal por su jardín sombrío y un frío que trituraba los huesos. Era de la familia Torres Gamboa, parientes de mi padre y conocidos míos, pero los veía como extraños arropados en la cena arropados con mantas de dormir.
Es de suponer que Gabo vivió unos meses en el lugar, porque en el mismo capítulo cuenta cómo desde allí caminaba hasta el Ministerio de Educación a presentar los exámenes para solicitar una beca. Por fortuna le fue adjudicaba en el Colegio de Zipaquirá para donde partió hasta finalizar con éxito su bachillerato. Es de suponer que tuvo la oportunidad de regresar a la capital a la mencionada casa de sus parientes para pasar fines algunos fines de semana.
Esta información la amplié hace poco, charlando con Hernando Torres Gamboa, primo del nobel y de su misma edad. Este es un bacteriólogo graduado en los tiempos del ruido, quien desde muy joven se radicó en Cartago. Aunque Hernando es barranquillero de pura cepa, se considera el cartagueño más viejo de todos. Su esposa e hijos son de allí. Aún conserva intacto su acento caribe y cuando recorremos juntos las vetustas calles de la ciudad, la gente lo saluda con un cariño reverencial. “A todos ellos les saqué sangre” me dice con sorna.
Hernando es un conversador maravilloso, posee un gran sentido del humor y una memoria prodigiosa, donde guarda los recuerdos intactos de sus juegos infantiles y aventuras de adolescentes con su primo.
De él aprendí que la verdadera profesión del padre de Gabo no era telegrafista sino boticario: “Mi padre y mi tío recorrieron la costa juntos, se radicaron en diferentes pueblos y tuvieron negocios de boticas”. Alguna vez, alguien le preguntó cuántos años tenía y con una sonora carcajada contestó: “Soy tan viejo, pero tan viejo, que aún recuerdo cuando Edgar (yo mismo) pasaba frente a mi consultorio, con sus libritos bajo del brazo, camino a la escuela”.
De la localización de aquella mansión Hernando tiene un recuerdo vívido: “Era de dos pisos, estaba en una esquina de la carrera décima cerca de una estación de policía”. En alguna ocasión que regresé a Bogotá, traté sin éxito de localizarla y no la encontré. Investigando sobre el tema, descubrí que la presunta estación era el Cuartel General de la Policía en la calle 9ª donde hoy se encuentra el museo de la institución.
Después de El Bogotazo los grandes caserones se fueron convirtiendo en bodegas de materiales reusados. Entonces las habitantes del vecindario decidieron emigrar a vecindarios más tranquilos al norte de la ciudad.
Cuando yo llegué por primera vez a Bogotá en el año 1966, monté una pequeña fábrica de lacas para el cabello y champús, de manera que visitaba al Cartucho a surtirme de frascos vacíos para mis productos. Descubrí que en cada caserón se vendían productos reusados diferentes: cajas de cartón, repuestos automotores y toda clase de botellas para licores importados, con las cuales los falsificadores hacían su agosto. Por esa época el sitio era feo y sucio, pero relativamente tranquilo.
Ya en los 80 el barrio empezó a ser invadido paulatinamente por jíbaros, prostitutas y delincuencia común que lo convirtieron en un sitio tan peligroso, que ni la policía era capaz de entrar.
A mediados de los 90 la zona era ya impenetrable e irrecuperable para la convivencia pacífica. El entonces alcalde Peñalosa decide demoler todo el barrio para construir el Parque Tercer Milenio inaugurado en el 2002.
La dicha duró solo unos pocos años, pues los delincuentes se mudaron dos cuadras más al sur donde renació con más fuerza el narcotráfico, el secuestro y el bandidaje. Entonces este nuevo antro empezó a llamarse El Bronx. Aunque yo tengo una ligera sospecha de cómo surgió el nombre.
En alguna ocasión saliendo del Teatro Colón con un amigo gringo y bien entrada la noche, regresamos a sacar el auto y los dos “dueños” de la calle, no solo nos cobraron el parqueadero, sino que además nos ofrecieron droga en un perfecto inglés. Cuando preguntamos de dónde venían, uno de ellos respondió: vivimos en el Bronx (Nueva York) veinte años.
Ya en el año 2016 durante su segundo mandato, nuevamente el alcalde Peñalosa recupera el sector para realizar el proyecto de renovación urbana que hasta hoy permanece como una losa que cubre para siempre los restos de semejante ignominia.
La manera cómo el antiguo barrio, lleno de mansiones con jardines adornados de cartuchos florecidos, se transformó en un antro del narcotráfico. Esta es en sí otra historia macondiana y un reflejo macabro del deterioro del país en solo 50 años.
Y en algún sitio por ahí yacen bajo el cemento las ruinas de la bella casona de los Torres Gamboa.
Nota: Me gustaría obtener más datos sobre el sector, para ayudar a reconstruir esta parte de la memoria histórica de la ciudad. Por lo tanto ruego a los antiguos vecinos del sector a escribirnos o enviarnos fotos al Twitter @giraldo_alzate. ¿Alguien sabe algo de los “jíbaros bilingües”?