De cuando el diablo se apareció en un bailadero de Zipaquirá

De cuando el diablo se apareció en un bailadero de Zipaquirá

Una leyenda urbana que se ha extendido ampliamente entre los habitantes del municipio

Por: Cristian Sánchez, Jonatan Velásquez,Nestor Nemocón, Carlos Luna, Darley, Camilo y Manuel
mayo 24, 2019
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De cuando el diablo se apareció en un bailadero de Zipaquirá
Foto: Pixabay

La historia que traigo a continuación fue algo que pasó hace más de 20 años en la discoteca llamada El Rancho de Mancho de Zipaquirá y que le contaron a un amigo. Para ese entonces no había tantas ciudadelas como en la actualidad y era posible caminar de manera tranquila por el pueblo sin temor a ser atracado, o sin riesgo de ser atropellado por alguno de los vehículos que atestan las prehistóricas calles del municipio.

En aquel entonces había una organización distinta en términos de espacios recreativos para frecuentar. En este caso estaba dispuesto que las discotecas o bailaderos debían funcionar en el barrio La Paz. Un sector conocido por ser un punto de cruce vehicular donde aún siguen funcionando talleres para ajustes mecánicos. Allí era donde se desplazaban las personas a departir con sus parejas y amigos.

El lugar como tal es solitario y creo que siempre lo ha sido. Por ello los mayores recomiendan cuando escuchan que alguien va para La Paz que tenga cuidado, en gran parte por la falta de alumbrado público que rodea el lugar. Así, el amigo de mi amigo que se apellida Barbosa le contó que era común que en ese sector las fiestas de las discotecas se extendieran hasta las 5:00 a.m., hora en la que las personas salían tomadas, algunas para sus casas y otras a seguir la farra.

Era costumbre según le explica Barbosa que las discotecas que existían estuvieran a tope los fines de semana. Las fiestas eran tan candentes que hasta los vigilantes bailaban y departían con los visitantes. Eran épocas en las que había trago para todos, y a la media noche no podía faltar un show para entretener la velada. Entre los lugares más reconocidos estaban las discotecas Arizona, Iguana Blue, Hardrock y el Rancho de Mancho.

Este último era el menos frecuentado, pero aun así era reconocido como un buen lugar que alquilaban para eventos sociales. No se llenaba tanto como las otras tal vez por encontrarse más alejada, exactamente se encontraba adelante de Los Cerros yendo para Ubaté a mano izquierda. En ocasiones la administración prefería cerrar temprano por la soledad que los visitaba.

Según mi amigo la rumba en las quincenas era fuerte y la bulla llegaba hasta las casas aledañas. Pero esa noche en especial la cosa se subió de decibeles y el número de personas que llegó a festejar a los lugares más comunes: Arizona y Hardrock superó el límite; por eso los vigilantes sugerían a quienes solicitaban entrar que podían ir al Rancho de Mancho, que de seguro allí encontrarían mesas desocupadas.

Así fue como un grupo grande de personas se fue caminando al Rancho de Mancho y como les indicaron los vigilantes estaba prácticamente vacío. Para sorpresa de quienes estaban a cargo de un momento a otro el lugar estaba lleno de gente pidiendo trago y cerveza. Uno se puede imaginar la alegría de la administración al ver que su discoteca por lo menos esa noche estaba de bote en bote, y que no paraban de pedir licor los que iban ingresando.

Entre las personas que habían llegado se encontraba una mujer que no superaba los 25 años. Según le dijo Barbosa a mi amigo era una mujer bonita y atlética, que seguro hacía deporte por lo marcado y delineado que tenía el cuerpo. Ella estaba con un grupo de amigos bailando y tomaban trago. Según el relato el nombre de la chica aún permanece desconocido, pero de lo que no hay duda es que pasada la 1:00 a.m. empezó a conversar con un muchacho delgado pero con un rostro muy atractivo. Al parecer era el típico niño de cara bonita que en ocasiones atrae a las mujeres.

Es difícil para las personas a esas horas fijarse en detalles y más si están bajo los efectos del licor, pero el hecho según cuentan es que la mujer de la que estamos hablando se empezó a besar con el joven aquel, y cada vez estaban más cerca el uno del otro, sin dejar que alguien los distanciara. La situación de seguro no pasó desapercibida para los amigos y gente que los rodeaba. Igual no importaba mucho que un par de desconocidos tejieran vínculos amorosos en un lugar de encuentro como ese. No es raro que ese tipo de cosas sucedan.

A eso de las 3: 00 a.m. el acercamiento entre los dos ya no fue indiferente para los presentes, porque no paraban de bailar y soltar carcajadas en el centro de la pista. Así es que bailaban sin detenerse y ella era guiada por el joven que la tenía muy cerca susurrándole cosas al oído. Según cuenta Barbosa esto lo vino a saber muchos meses después gracias a una amiga cercana que tenía en común con la chica que baila sin parar. Resulta que ella le confesó que aquel joven le pidió varias veces que prometiera no mirarle los pies.

Todo marchaba en normalidad hasta que a eso de la 4:00 a.m. la puerta principal se cerró con violencia, y la temperatura en la discoteca descendió de manera impresionante, lo que llevó a que las personas se empezaran a preguntar por lo que pasaba. De repente se disparó una gritería, y se oían alaridos que clamaban por salir con urgencia del lugar, pero lastimosamente la puerta principal era imposible de abrirse, y los ventanales que daban a la calle tampoco se quebraban ni con las sillas que arrojaban.

Era espeluznante la presencia que estaba en el centro de la pista y que aterrorizaba a la gente que se encontraba reunida. De la nada había aparecido un ser con pezuñas en lugar de pies, piernas de cabra y rostro humano. En cuanto al tamaño dicen que superaba los dos metros y que botaba carcajadas e improperios contra las personas que lo rodeaban. Lo que les parecía más aterrador era que llamaba a muchos de los presentes por su nombre para informarles de una vez se fueran preparando, porque a donde irían a parar en unos años hacía más frío del que podían imaginar.

Mi amigo me dice que Barbosa le comentó que no hubo víctimas ni mucho menos heridos a raíz de ese extraño fenómeno que se presentaba. Pero lo que sí aconteció fue el pánico, y la manera errática en que los asistentes buscaban salir de un lugar donde la temperatura no paraba de descender, y en donde había un extraño ser con rostro humano y pezuñas en lugar de pies, gritando los nombres de algunos asistentes y lanzando amenazas a futuro.

Al final, y luego de ser presas del terror la puerta principal se pudo abrir y las personas empezaron a salir desbocadas. Entre las últimas que evacuaron el lugar a eso de las 5:00 a.m. se encontraba la chica que en su momento bailaba con el muchacho que acababa de conocer.

Cuando le pregunté a mi amigo por qué Barbosa sabía tanto me dijo que ese día justamente él había ido a bailar al Rancho de Mancho porque no lo dejaron entrar a Arizona, y que definitivamente había sido una de las experiencias más aterradoras de su vida. Era espantoso sentir un frío que calaba los huesos, y peor aún, ver cómo estaban encerrados con un ser de figura maléfica, que se reía y vociferaba cosas.

Sobre la mujer que bailaba con el joven aquel no se volvió a saber nada. A no ser por la amiga en común que le dijo a Barbosa que ella duró bastante en entender lo que había pasado, y en superar el espanto de estar bailando con ese joven, para luego quedar casi petrificada ante la figura que se hizo presente.

Yo le dije a mi amigo en una ocasión que quería conocer a Barbosa. Él me dijo que el tipo no tenía inconveniente en reunirse con nosotros y contar la historia, pero que solo pedía que le gastáramos un petaco de cerveza. No había problema, en verdad me sentía entusiasmado por escuchar esa historia que hoy en día forma parte de las leyendas urbanas de Zipaquirá. Así fue como repitió al calor de la pola y unos vallenatos la historia que le había contado a mi amigo sobre la aparición del diablo en el Rancho de Mancho

Luego de un rato departiendo y con varias cervezas en la cabeza le pregunté a Barbosa si eso había pasado en realidad, y si en verdad había sido testigo de ese fenómeno en la discoteca. Ante eso me contestó que la gente suele no creer en historias de ese estilo porque consideran que son puros cuentos para asustar niños. Luego de soltar una carcajada y quedarse mirándome fijamente dijo: “no importa si cree en el diablo o no, pero recuerde por si las moscas nunca mirarle los pies a alguien en una discoteca si se lo ha prometido”.

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